Opinión · Otras miradas
Mal de muchas, violencia estructural
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A mí de pequeña me gustaba jugar a hacer entrevistas a mis vecinas. Ahora, de mayor, me pregunto por qué hay gente que decide dedicarse a otra cosa. En cualquier caso, me gusta contar historias. Lo que más me interesa de escribir es el ejercicio que hay que hacer antes: mirar.
Mirar dentro y mirar fuera. Acariciar los cuervos que tenemos todas en el corazón [déjalos volar] y tratar de entender lo que pasa a nuestro alrededor mientras creemos que no está pasando nada. Algunas preguntas tienen respuestas muy sencillas y otras, sencillamente, acaban convertidas en jeroglíficos. A mí se me dan regular, pero me encanta intentarlo. Antes de la pandemia, miraba todos los días el del periódico de la panadería. No me había dado cuenta hasta ahora de cuánto lo había echado de menos.
No sólo eso. Tampoco me había dado cuenta hasta ahora de que estoy profundamente triste. Mi psicóloga dice que es normal, que tiene mucho que ver con la pandemia, que ha sido un año muy jodido, mucho más de lo que creemos. Intento pensar en eso de “mal de muchos, consuelo de tontos”, pero en el fondo sé que “mal de muchos, violencia estructural”.
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Si buscas en Google “salud mental pandemia”, el propio buscador te ofrece una serie de consejos para que dan buena cuenta de lo extremadamente jodidas que estamos todas. “Párate. Respira. Reflexiona. Conecta con otras personas. Mantén una rutina saludable. Sé amable contigo y con los demás. Pide ayuda si la necesitas”. No está mal para empezar, la verdad es que no. Me gusta sobre todo eso de “sé amable con los demás”.
Tengo los huesos empapados de tristeza. Hay días que me cuesta levantarme de la cama, apenas escucho músico y no me río mucho. Me acompaña siempre alguien en la radio para no sentirme sola, pero me siento abandonada en medio de una rave en la que no conozco a nadie y soy la única que no está drogada. Miro a mi alrededor y me reconforta el amor que recibo, pero no consigue que se me sequen los huesos que tengo empapados de tristeza. Estoy borde y, a veces, tóxica; hablo menos y me preocupo menos también por el resto. Todo me parece una mierda, la verdad, pero consigo darme por satisfecha si consigo ver una película sin que me atrapen antes miles de pensamientos obsesivos. A mí me da miedo la locura, para qué vamos a engañarnos, pero más miedo me da todavía ver cómo nos inunda la tristeza.
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Quizá –ojalá– esta pena compartida vaya desapareciendo, poco a poco, ahora que vuelve el sol, pero me temo que tenemos todas los huesos empapados de tristeza.
Según la Organización Mundial de la Salud, los problemas de salud mental han aumentado durante la pandemia. En particular, los relacionados con ansiedad y estrés. Según el informe Las consecuencias psicológicas de la Covid-19 y el confinamiento: informe de investigación, un 46% de la población del Estado español afirma que ha aumentado su malestar psicológico y un 44% asegura que ha disminuido su optimismo y confianza. Desde la Confederación de Salud Mental de España, además, vuelcan otras cifras desoladoras: “Casi la mitad de los profesionales sanitarios de España tiene un alto riesgo de tener un trastorno mental después de la primera ola de la pandemia” y un “54% de los y las docentes presenta síntomas de ansiedad”.
Lo indica el informe y lo sabemos nosotras: las mujeres tenemos más papeletas para sufrir depresión y ansiedad. Porque seguimos sufriendo “desigualdades y discriminaciones en el ámbito profesional”; porque seguimos sosteniendo “responsabilidades familiares y de cuidado”; porque en el marco de la pareja heterosexual, seguimos sufriendo violencia machista o, simplemente, porque a nosotras se nos diagnostica con más facilidad. La socióloga Amaia Bacigalupe asegura que “las características asociadas al comportamiento femenino se interpretan como síntomas de depresión” y afirma que “a mayor edad, clase social más baja y menor nivel educativo, los malestares psicológicos de las mujeres aumentan”.
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Según los datos de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios, las recetas de tranquilizantes, ansiolíticos o pastillas para dormir han aumentado un 20% durante la pandemia y, como lleva denunciado el movimiento feminista mucho tiempo, a las mujeres se nos sobremedica.
Desde diferentes organismos e instituciones públicas se están realizando informes y estudios que tratan de demostrar lo que ya sabemos todas: que este ha sido un año muy difícil y que nos va a costar levantar cabeza. Especialmente, claro, a quienes arrastran consigo diferentes formas de discriminación que no hacen más que agravar los malestares emocionales.
Mejor que siga Xoel López:
“Este momento de nunca más
de nudos ahogando la realidad
yo no lo quiero ya
no lo quiero ya”
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