Opinión · Otras miradas
481 personas han desaparecido y no hacemos nada
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En apenas dos semanas cuatrocientas ochenta y una personas han desaparecido en la Ruta Canaria. Viajaban a bordo de cuatro pateras procedentes de Dakhla, cinco neumáticas que salieron de la zona de Laayoune y un cayuco originario de Senegal.
Mientras escribo este artículo no cesan las llamadas de familiares preguntando por sus seres queridos al Colectivo Caminando Fronteras, organización en la que milito.
Recibo en el teléfono unas capturas de imágenes satélite. El señor que las envía lleva dos noches mirando mapas del Atlántico para sentirse más cerca de su familia. Ha encontrado dos pequeñas manchas que ha rodeado con unos trazos en rojo y nos pide que los servicios de rescate verifiquen esa zona, con la esperanza de que allí estén su mujer y su hijo.
No es probable que pueda verse una patera en una imagen satélite, pero el dolor y la desesperación no entiende de razones y probabilidades.
Lo que sí es seguro es que la Ruta Canaria es ya la más mortífera del mundo.
En la llamada crisis de Ceuta hemos visto cómo se pisoteaban los derechos de la infancia, el de asilo, los que les asisten a las víctimas de trata y un largo etcétera.
Pero en el Atlántico se está violando de forma sistemática el derecho a la vida de miles de personas.
El océano se ha convertido en el espacio idóneo para las negociaciones y chantajes de las políticas de externalización europeas. Es el crimen perfecto de la necropolítica de control de fronteras. Muertes que no dejan rastro, permitiendo así que ni España, ni Europa ni Marruecos sufran de un cuestionamiento internacional. Las pérdidas de estas vidas solo constarán en la memoria de cientos de familias que las están buscando y que lo seguirán haciendo de forma desesperada.
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La OIM publicaba hace unos días unas cifras aproximadas sobre las víctimas de la Frontera Occidental EuroAfricana, la conocida también como Frontera Sur, y que define los puntos de acceso al estado español por mar y por las vallas de Ceuta y Melilla.
Los datos ofrecidos por esta organización son desgraciadamente irrisorios. Diez mil personas en veinticuatro años es una estimación que necesita de una revisión histórica en aras de poner en el centro el derecho a saber la verdad sobre lo que está sucediendo en los espacios fronterizos.
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Solo en los tres últimos años, el monitoreo del Colectivo Caminando Fronteras, sitúa en casi 4000 personas a las víctimas de la frontera occidental euroafricana..
El borrado de la dimensión de la tragedia no permite abrir un debate sobre los victimarios responsables de la ejecución de la necropolítica. Impide además iniciar procesos de reparación del daño causado a las víctimas y a sus familias.
Hace una semana presentamos la primera guía para familias víctimas de la frontera. No imaginábamos que tendríamos que afrontar una tragedia de estas magnitudes.
La situación de chantaje entre Marruecos y España permitió la salida precipitada de embarcaciones a la ruta canaria. Muchas de ellas neumáticas, que son extremadamente peligrosas en el océano. Por otro lado, las pateras, según nos relataban familiares, se adentraron en el océano sin una persona que tuviese el conocimiento necesario para gestionar una embarcación. Dar una brújula a un inexperto, también desesperado, puede ser fatídico. Una de las embarcaciones que salió de Dakhla con 35 personas entre ellas 18 mujeres y 12 niños perdió el rumbo y acabó pidiendo auxilio cerca de Mauritania. Ni siquiera sabían diferenciar el norte del sur.
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Además, la falta de medios suficientes para abordar esta situación excepcional con tantas desapariciones, y la nula coordinación efectiva con Marruecos, han sido los diversos factores para provocar la tragedia enorme e invisible que ha sucedido estos días en la ruta canaria.
No me puedo imaginar cuál habrá el sufrimiento de cada una de las víctimas. Hemos escuchado muchos relatos de supervivientes del Atlántico. Algunas historias contaban cómo perecían por ahogamiento, la forma más rápida. Algunas personas incluso se tiraban al mar para no morir poco a poco.
“El frío te va haciendo perder la fuerza hasta que te apagas, pero el hambre y la sed es lo peor. Le fui dando de unas galletas que tenía en el bolsillo. Cortaba trozos pequeñitos y los mezclaba con agua del mar, entonces le mojaba los labios que estaban totalmente rotos y le incorporaba para que tragase algo. El niño parecía revivir cuando lo hacía. No sé cuántos días aguantamos así hasta que llegó el rescate”, narraba un naúfrago del Atlántico.
Ahora a las familias les queda un largo camino que recorrer, de llamadas sin respuesta, de esperanzas sostenidas en rezos, amor, rumores e incluso mentiras. De duelos que nunca terminan.
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