Opinión · Otras miradas
Cataluña: los "equidistantes" tenían razón
Politólogo
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Una de las características del “Procés” ha sido la habilidad de algunos de sus promotores a la hora de dotar de significados concretos a determinadas palabras o expresiones, la proliferación de neologismos o el uso de eufemismos. En los últimos años se han usado con asiduidad términos como “derecho a decidir”, “elecciones plebiscitarias”, “mandato democrático”, “hoja de ruta”, “astucia”, “estructuras de estado”, “embate”, “DUI”, “desconexión”… Por no hablar del uso interesado y engañoso que se ha hecho de palabras como libertad, democracia, dignidad, legitimidad o soberanía. Uno de los términos que apareció en determinado momento era el de “equidistante”, un adjetivo que se utilizaba desde algunos sectores, normalmente soliviantados, para descalificar a aquellas personas que no tomaban partido por ninguno de los dos bandos teóricamente en liza en el conflicto político catalán y que no se querían resignar a participar de la polarización que fomentaban interesadamente sus líderes políticos, sociales y mediáticos. Concretamente, se usaba el término “equidistante” para descalificar y atacar a menudo a los dirigentes de partidos como los Comuns o Podemos, o antes de ICV o IU. Porque dependiendo de quién utilizara el término, se podía acusar a estas personas de hacer el juego al independentismo o de todo lo contrario, es decir, de adherirse al bando de la represión, del 155 y no sé cuántas cosas más. Cosas del “Procés” y quienes viven de él. Pero con el paso de los años, y llegados a este punto, creo que toca reconocer que el análisis de aquellos “equidistantes” quizá era el que mejor perspectiva ofrecía de la realidad, y lo que es más importante: el que era más útil para salir del atolladero en que entre unos y otros nos metieron. El caso de los indultos viene como anillo al dedo para hacer algunos comentarios. Porque al final de todo, después de tantas barbaridades que se llegaron a decir y a hacer, nos dirigimos hacia un escenario de rebaja de la tensión, diálogo, reconocimiento de los errores que se cometieron desde determinados poderes (sean autonómicos o estatales), libertad de los presos, etc. Ni más ni menos que lo que desde el inicio del “Procés” vinieron reclamando los mal llamados “equidistantes”. Con muy poco reconocimiento social, por cierto.
Hoy en Cataluña hay valores que son transversales en nuestra sociedad, y que más allá de aquellas opciones políticas más extremadas, todas las demás pueden defender, con mayor o menor convencimiento, o con mayor o menor sinceridad. Me refiero, por citar un par de casos concretos, al feminismo y el ecologismo, valores que hasta no hace demasiados años solamente la izquierda alternativa defendía, mientras el resto de partidos miraban por encima del hombro y con total condescendencia las propuestas políticas que partidos como ICV o IU, que con los años se ha demostrado que eran vanguardistas. A nivel concreto, hubo un momento en que muy poquitos defendían el aumento de la inversión en trenes de cercanías, la expropiación de pisos vacíos a grandes propietarios o la limitación de velocidad en carreteras para luchar contra las emisiones de CO2. Si de vez en cuando acudiéramos a las hemerotecas, más de uno se llevaría una sorpresa, pero la cultura de lo efímero, del carpe diem de las redes sociales, se acaba imponiendo, desgraciadamente.
Con el tema del conflicto político catalán ocurre tres cuartos de lo mismo: mientras algunos optaban por la radicalización irracional, probablemente para tapar sus vergüenzas, hubo algunas fuerzas políticas que prefirieron echar mano de la racionalidad, para entender el origen del conflicto y ofrecer soluciones desde un inicio, porque la cosa se podía ir de madre. Dentro de estas fuerzas, algunos líderes, sin ser catalanes y mucho menos independentistas, siempre defendieron que las soluciones debían ser políticas, y defendieron lo mismo en Barcelona que en Madrid, Sevilla o Bilbao. Porque hablemos claro: desde determinados sectores del independentismo nunca se reconocerá la labor de personas como Pablo Iglesias o Alberto Garzón, por citar tan sólo dos nombres propios. Porque quizá les invalidaba su relato que dos líderes políticos españoles no fueran fachas, casposos ni incultos. Tímidamente ahora, con la retirada de Iglesias, se ha escuchado alguna voz loando sus posicionamientos con respecto al conflicto catalán. Y sí, más vale tarde que nunca, pero ¡cuánto hubiera ayudado en algunos momentos que determinados líderes independentistas no hubieran echado leña al fuego y hubieran arrimado el hombro para hallar soluciones! Porque sí, uno lee hoy a Junqueras o escucha a Rufián y se puede llegar a compartir lo que dicen, pero resulta que hace tan sólo tres o cuatro años sus posicionamientos se encontraban a años luz, añadiendo leña al fuego incluso cuando el nacionalismo de derechas se planteaba parar máquinas y convocar elecciones autonómicas para evitar lo que sabían que sería una declaración de independencia “fake”. “155 monedas de plata”, ¿se acuerdan? ¿Recuerdan también cuando Junqueras decía que se podían meter los indultos por donde les cupieran? El dirigente de Sant Vicenç dels Horts es probablemente uno de los líderes más nefastos e irresponsables que ha tenido la política catalana en los últimos tiempos, pero si su partido gana las elecciones, si la ciudadanía premia su estrategia y sus golpes de timón, cualquier demócrata deberá aceptarlo y darle la enhorabuena. Pero, qué duda cabe, rectificar es de sabios. Y si bien con ERC nunca se sabe si hablan en serio o no, si son sinceros o si intentan engañar al personal, oír hoy a sus dirigentes sorprendería a más de uno que en estos casi cuatro años hubiera estado ausente, al estilo de la madre del personaje de Daniel Brühl en Good bye, ¡Lenin!, de la Cataluña del “Procés”. Hoy esta señora se sorprendería al ver a Pere Aragonès en el cargo de President, dando la mano a Felipe VI en un acto público, o a Junqueras escribiendo, textualmente, que “debemos ser conscientes de que nuestra respuesta tampoco fue entendida como plenamente legítima por una parte de la sociedad, también de la catalana. En este sentido, quiero volver a extender la mano a todos aquellos que se hayan podido sentir excluidos, porque nuestro objetivo debe ser justamente el de construir un futuro que incluya a todos”. A buenas horas, mangas verdes. Pues bien, precisamente eso es lo que durante mucho tiempo defendieron algunos líderes a los que se tachaba de “equidistantes”. Desgraciadamente, parece que no interesa recordarlo, mucho menos reconocer su valentía y acierto en momentos en que era muy difícil levantar la voz en un país dominado por el relato nacionalista e identitario, fuese uno u otro.
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La vía que se abre con los indultos a los presos representa una buena noticia. No porque con esto se acabará todo y volveremos a la realidad pre-Procés, que recordemos que tampoco era idílica, sino porque recupera la vía política en la resolución del conflicto y huye de la estrategia nefasta del PP, probablemente el principal culpable de haber llegado a esta situación en estas condiciones. Cierto es que determinados sectores y líderes del independentismo tienen gran culpa en el conflicto, debido a una mezcla de torpeza, temeridad, fanatismo e ignorancia, pero no creo que sea momento de mirar al pasado, que ya ha sido extensamente analizado, sino de hacerlo al futuro, y creo que esa es la voluntad del gobierno español, y quiero pensar que también de al menos una parte del gobierno catalán. Porque si bien muchas personas no necesariamente independentistas hemos defendido en repetidas ocasiones la necesidad de que los presos salieran de las cárceles desde hace mucho tiempo, nunca es tarde si la dicha es buena. Y que estén en la calle, con sus familias, amigos y también compañeros de partido, opino que políticamente, más allá de la cuestión personal, es una buena noticia para aquellas personas que creemos que el conflicto catalán necesita de soluciones, por la vía del diálogo, y no de imposiciones y líneas rojas. Yo personalmente preferiría que dirigentes como Junqueras, Turull, Rull, Romeva, Forn o Bassa no volviesen nunca más a la política institucional, pero no me toca a mí decidirlo, solo faltaría.
Los sectores más exaltados de los nacionalismos catalán y español, representados por el PP, Vox, C’s, ANC y sectores de JxC, sabemos que viven del conflicto y que les interesa mantenerlo ad aeternum. Pero el fracaso de sus movilizaciones contra los indultos en las últimas semanas no hace más que mostrar que la sociedad española, ya no digamos la catalana, presenta cierto hastío ante la cuestión y lo que necesita y reclama son soluciones, máxime ante la situación social y económica presente e inmediatamente futura que se abre a consecuencia de la pandemia de la covid-19. Hay una sensación general creciente que indica que los indultos pueden ayudar en el inicio del camino hacia el planteamiento de soluciones políticas. Un camino que se presenta largo, tortuoso y lleno de obstáculos, muchos de los cuales serán colocados por aquellos que se consideran patriotas (españoles o catalanes, tanto da). A estas organizaciones, mi pregunta es: ¿cuál es la alternativa a explorar medidas concretas para caminar hacia la solución? ¿Más enfrentamiento? ¿Más sufrimiento? Quizá haya quien desde la comodidad de un sueldo público, una pensión, y desde el sofá de su segunda residencia, pueda permitirse el lujo de llamar al enfrentamiento, no lo niego. Incluso de vez en cuando disfrute participando disciplinadamente en las movilizaciones a que se le convoque desde el vértice de la pirámide de la dirigencia nacionalista, sea en Colón o en las puertas del Liceo. Pero singularmente las clases populares y trabajadoras no están en eso, sin duda alguna. Quiero ser optimista y pensar que estos sectores de la política catalana y española que viven del conflicto no obtendrán éxito y se impondrá la cordura. Se vislumbra que, si bien los partidos de las derechas catalana y española desean con todas sus fuerzas que cualquier tipo de negociación fracase, a nivel social la apuesta por el diálogo y la distensión es más amplia de lo que pueda parecer a priori, incluso entre determinados perfiles de votantes de estos partidos que se retroalimentan a base de conflicto y crispación. Y en el caso de Cataluña, además de promover el enfrentamiento con el resto de España, también entre catalanes. Esta temeridad ha sido uno de los grandes dramas del “Procés”, porque algo que costó muchos sacrificios construir, se pudo ir al traste en muy poco tiempo, por culpa de un puñado de irresponsables, muchos de los cuales no asumieron responsabilidades formales, ni firmaron documentos, como sí hicieron algunos de quienes han sufrido la prisión durante demasiado tiempo. Algún día convendrá analizar con detenimiento el papel de estas personas que tomaban decisiones que después asumían otras, que en caso de tener que rendir responsabilidades, se iban de rositas mientras otros (permítanme, pecando de cierta candidez), pagarían con la cárcel o sus bienes personales determinadas aventuras. En este sentido, el libro de Santi Vila “De héroes y traidores: El dilema de Cataluña y los diez errores del procés” es bastante ilustrativo.
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La solución (o la aplicación de microsoluciones, como dice Joan Coscubiela) al conflicto catalán, si algún día llega, no lo hará por la vía judicial, sino por la vía política. Como he dicho en diferentes ocasiones en este diario, la sentencia del Procés fue injusta y desproporcionada, y si bien las actuaciones de los condenados ocasionaron un gran daño a nuestra sociedad (incluso Junqueras lo reconoce implícitamente), en ningún caso deberían haber estado cumpliendo condena durante años por sedición. He aquí otra de las tareas pendientes: la reforma de esta tipología de delito en el código penal. La llamada “Vía Jaume Asens”, que habría que abordar más pronto que tarde.
Ser equidistante no equivale a ser indiferente. Si un espacio político ha intentado en todo momento tender puentes entre los diferentes sectores políticos de Cataluña, y también del resto de las Españas, ese ha sido el que representan las izquierdas alternativas, singularmente los Comuns y Unidas Podemos. Si alguien ha pedido en repetidas ocasiones la liberación de los presos y ha denunciado con claridad meridiana los abusos de determinados poderes del estado, han sido los dirigentes de este espacio político. ¿Alguien fuera del independentismo stricto sensu ha mostrado su solidaridad con los presos como lo han hecho personas como Pablo Iglesias, Ada Colau o Joan Coscubiela, por citar tan sólo tres ejemplos significativos? Seguramente no. Y aun así, en el imaginario del ultranacionalismo catalán más fanático ha calado la idea según la cual dirigentes como estos tres no han tenido sensibilidad con la situación injusta de los presos, incluso se les ha llegado a tildar de fascistas. Partimos de la base según la cual para determinados sectores todo aquél que no asume en su integridad determinada tendencia de la propuesta política independentista es tachado inmediatamente de traidor, botifler o incluso fascista. Una actitud indudablemente carente de espíritu democrático. Pero dicho esto, el espacio político a la izquierda del PSC o el PSOE ha jugado un papel primordial como pontonero, mientras no pocos dinamiteros se afanaban día y noche en tensionar la sociedad y estirar la cuerda hasta el límite. Por todo ello este espacio político es fundamental en la política catalana y en la española en general, porque si bien hay quien se empeña en presentarlo como radical o incluso antidemocrático o ilegítimo, la responsabilidad que han demostrado sus dirigentes y militantes a lo largo de todos estos años algún día deberá ser reconocida, más allá de los errores que, como todos, se hayan podido cometer.
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Las filas del PSC, primero, también las de ICV, después, y por supuesto las de los Comuns, estaban llenas de supuestos “traidores” a Cataluña, porque determinados líderes exaltados así lo consideraron. El problema es cuando miembros de ERC o Òmnium, por ejemplo, también son tachados de botiflers, o cuando hay quienes van a manifestarse a la sede del partido republicano a gritar sin ningún tipo de rubor que Junqueras se pudra en prisión, días antes de que se constituyese un nuevo gobierno de coalición entre los enemigos íntimos ERC y JxC, que en algunos momentos se escenificó, no sé si interesadamente, que podía peligrar. Hoy en día, quienes trabajen en la eventual solución política no pueden permitirse el lujo de prescindir de ningún actor político, probablemente ninguno, repito, pero mucho menos de cualquier componente de lo que antaño se dio en llamar el catalanismo político. Me atrevo a decir que en formaciones como el PSC, ERC, los Comuns u organizaciones sociales como Òmnium, hay capital humano más que de sobra para construir esos puentes que hoy son más necesarios que nunca. Por mucho que se quiera, ninguna de estas organizaciones desaparecerá en Cataluña, porque representan a sectores sociales significativos. ¿O a alguien se le ocurre que el partido con mayor apoyo en el Parlament, el PSC, no debe jugar ningún papel en la construcción de la Cataluña del futuro? Obviamente la segunda fuerza, ERC, que además ostenta la presidencia de la Generalitat (eso sí, gracias a la derecha nacionalista), también deberá hacerlo. Porque el tiempo de pactos entre ERC y JxC toca indefectiblemente a su fin, por más que se empeñen en alargar la agonía de un gobierno formado por dos partidos absolutamente divididos e incluso enfrentados.
Durante muchos meses, quizás durante algunos años, los “equidistantes” se mantuvieron en sus trece, recibiendo ataques durísimos desde las dos orillas, por parte de dos nacionalismos sulfurados, galvanizados y encerrados en sí mismos. No se atendía a razones, y cuando el sentimentalismo se impone, la razón tiene poco que hacer. Por ello cuando alguien hablaba de acuerdo, de concordia, de evitar el choque de trenes, de mantener la cohesión como país, era tildado de traidor, de botifler, porque en aquellos momentos “tocaba” adherirse acríticamente a uno de los bandos supuestamente irreconciliables. Porque el momento era histórico, las jornadas históricas se sucedían, y quien no estaba al pie del cañón se arrepentiría toda la vida. ¿Qué explicarán ahora determinados dirigentes a su parroquia, a tenor de la situación a la que hemos llegado? ¿Qué frutos se han conseguido en la mejora del autogobierno de Cataluña? Es más… ¿Está Cataluña mejor o peor que antes del “Procés”?
Hoy, como suele pasar a lo largo de la historia, un gobierno de izquierdas tiene que poner remedio a los problemas y las irresponsabilidades que cometieron las derechas en el pasado reciente. Hoy son los indultos, mañana la mesa de diálogo, y más adelante la voluntad sincera, por ambas partes, de explorar ese camino incógnito que puede llevarnos a encontrar soluciones, por pequeñas y tímidas que puedan ser en un primer momento. Si se alcanza el proceso de negociación, aquí todas las partes tendrán que ser capaces de escuchar, transaccionar, renunciar y acordar. Ambas partes. Porque si bien ahora es el gobierno español quien efectúa una acción de tipo cien por cien político (los indultos), mañana la parte independentista también deberá explicar a su electorado, a sus partidarios, a qué está dispuesta a renunciar. Está por ver quién será el llamado “héroe de la retirada”, si es que llega a haberlo. Porque no será fácil combinar el discurso apasionado para mantener la tensión en la propia parroquia con la asunción de medidas concretas en la negociación. Llegará un momento en que el uso de eufemismos y palabras que cualquiera puede interpretar a su manera deberá dejar paso a los discursos claros, diáfanos e incluso pedagógicos. Porque llegará un momento en que no se podrá seguir engañando al personal. Porque como bien dijo un día Gabriel Rufián, habrá que pinchar la burbuja del independentismo mágico, porque otro de los errores originales del “Procés” es que lo tiraron adelante dirigentes que presentaban un desconocimiento asombroso de la realidad social del país, singularmente de las zonas obreras metropolitanas. Pero mucho me temo que aquellos dirigentes independentistas que nos dirigieron hacia el precipicio como sociedad de forma irresponsable (algunos de los cuales han sufrido la prisión) poco interés tendrán en hacer un balance autocrítico de las acciones que protagonizaron. Quizá el único objetivo, en realidad, no era otro que mantener el poder político que han ostentado históricamente, algunos incluso antes de la recuperación de la democracia. El desenlace de la constitución del nuevo gobierno de la Generalitat creo que es bastantes ilustrativo al respecto. Todo por el cargo (autonómico).
Convendrá también que la parte independentista haga balance de los errores que cometió en aquellos aciagos días del otoño de 2017. Como a menudo recuerda Joan Coscubiela, probablemente la única voz nítidamente de izquierdas durante aquellas jornadas en el Parlament, en las sesiones del 6 y 7 de septiembre los dirigentes independentistas pensaron que la mayoría lo podía todo, también vulnerar las normas y pisotear los derechos políticos de las minorías. Se esbozó un proyecto de república totalitaria sin separación de poderes, y de todo ello habría que hablar sosegadamente, reconociendo errores para no volver a cometerlos y salir del atolladero. Por su parte, de partidos como el PP y C’s se puede esperar poco, máxime en unos momentos en que los primeros están plenamente condicionados por el discurso de la ultraderecha y los naranjas están a un paso de la desaparición. Pero convendría que las voces más moderadas de la derecha nacionalista española reconocieran aquellos errores de bulto que llevaron al choque de trenes, con la actuación policial del 1 de octubre como máximo exponente de una ignominia que debería suponer una vergüenza para quienes la ordenaron. Porque la indignación ante aquellas imágenes superó claramente el perímetro del independentismo.
Tocará hacer política de verdad, con solidez y altura de miras, huyendo del tacticismo amateur, reconociendo al adversario con el convencimiento de que se puede llegar a acuerdos, por modestos que sean. Tocará pues huir de la propaganda, que ha tenido un protagonismo excesivo durante lo que hasta ahora se ha dado en llamar el “Procés”. En ningún caso se debe ni siquiera insinuar que los independentistas tengan que renunciar a sus ideales, porque eso iría en contra de los valores democráticos. Porque esto no va de pedir perdón ni agachar la cabeza, sino de hacer uso de un mecanismo perfectamente legal (los indultos) en beneficio del interés general. No tiene nada que ver que Jordi Cuixart, injustamente encarcelado, diga que lo volverán a hacer ("ho tornarem a fer"), porque se trata de una afirmación meramente política, dirigida a unos militantes determinados, con los que comparte anhelo y proyecto político.
Que las derechas ultranacionalistas de ambos lados del Ebro protesten airadamente contra los indultos puede hacernos intuir que quizá la decisión del gobierno español no es errada. Por mucho que se cuestione la legitimidad de la decisión, ésta está fuera de toda duda, porque, además, en el plano político, supone arriesgar para mejorar la convivencia y las relaciones entre las instituciones catalanas y españolas, algo que tendrá su repercusión, indudablemente, en la sociedad en general. En este sentido, vale la pena leer el artículo que José Luis Rodríguez Zapatero publicaba aquí en Público recientemente, explicando sus principales razones para apoyar la decisión de Pedro Sánchez de otorgar los indultos a los presos. En este sentido, creo interesante recuperar esta frase del expresidente: “El acercamiento, la aproximación, el diálogo... son el único camino para el reencuentro. El designio de la democracia, y de la Constitución del 78 en particular, desde su misma génesis, es perseguir la integración a través del diálogo”. La lectura que algunos hacen de la carta magna española se aleja absolutamente de su espíritu. O no saben leerla, o directamente actúan con mala fe, con el único objetivo de recuperar el poder, caiga quien caiga. Porque creen que ese poder les pertenece desde la noche de los tiempos.
Pienso sinceramente que el gobierno español se merece todo el apoyo en estas decisiones, porque más allá de la propaganda interesada y la gesticulación que llega desde determinados sectores, nadie puede negar que el gesto de otorgar los indultos es valiente y presenta unos indudables riesgos. Quizá sea nada más que una primera piedra de un edificio que en cualquier momento se puede venir abajo, pero si la alternativa es no hacer nada, no quedaría más remedio que habitar entre unas ruinas que, antes que nada, habrá que desescombrar para comenzar a cimentar a la mayor brevedad. Llevamos demasiados años perdidos y más pronto que tarde tocará empezar a dar el protagonismo que merecen a las llamadas “cosas del comer”. Nos jugamos demasiado, en Cataluña, en las Españas, en Europa y en todo el planeta. Y aquí, necesitaremos que todo el mundo arrime el hombro, singularmente aquellas personas y sectores políticos con capacidad para construir puentes. Esos son los realmente imprescindibles.
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