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Opinión · Otras miradas

No habrá nunca justicia para Samuel

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Quería escribir antes, pero resulta que mi cuerpo me ha pedido un poco de tregua. ¿Qué te pasa a ti cuando todo se enturbia a tu alrededor? A mí me asaltan las contracturas. Me pongo tensa y, zasca, a la mierda. Ya no me puedo mover. Ayer me dieron ganas de llorar y de vomitar decenas de veces. La sonrisa de Samuel me asaltaba y, con él, la culpa por ¿estar viva? Samuel podría haber sido yo o cualquiera de mis amigas bolleras, trans o maricas. Nosotras, de momento, nos hemos librado. Hemos recibido hostias. Muchas hostias, pero, por suerte, ninguna mortal. De momento. Si alguna vez me ocurre a mí, bailad, que os vean. No lo pueden soportar. No nos pueden soportar.

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¿Hasta cuándo? Quién sabe. De lo que no hemos podido librarnos –las que, de momento, nos hemos librado de una paliza mortal– es de una vida atravesada por el miedo. Miedo a decir en casa que eres bollera, miedo a decirlo en tu pueblo, miedo a que se enteren tus compañeras de clase, las del autobús que te lleva al instituto, miedo a que te traten mal, a que te escupan, a que te insulten, a que te peguen, a que traten como a un trozo de mierda. Miedo a ser descubierta, miedo a no ser capaz de vivir en paz. Miedo a caminar sola y miedo a caminar de la mano con alguien, miedo a tus besos, a tus deseos, miedo a tus sueños de futuro. Miedo. MIEDO. ¿Lo entendéis? ¿Sabéis lo que es eso? ¿Sabéis que es insoportable, que es injusto, que no hay dios que aguante tanta tensión, tanto miedo, tanta rabia?

Samuel, cómo lo siento, joder.

Ahora, con nuestros cuerpos aún en tensión, con las lágrimas de su gente todavía quemando la cara, con el miedo de todas las maricas, todas las bolleras y todas las trans a flor de piel, tenemos que pelear para que se reconozca que lo mataron al grito de maricón. Lo mataron al grito de maricón. ¿Os dais cuenta? ¿Sabéis lo que eso significa?

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No sé cómo ni por qué empezó la discusión, yo no sé si el asesinato estuvo motivado porque Samuel era marica o si el hecho de que lo fuera simplemente agravó la violencia con la que golpearon su cuerpo hasta matarlo. No lo sé, pero sé que es uno de los míos, uno de esos tipos que se la juega al salir por la noche, que se la juega al besar, al follar, al vivir. La semana pasada publicamos en Pikara Magazine que, también en A Coruña, una pareja de gais habían sido apelados con porras extensibles. Hoy, Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta, decía que A Coruña era una ciudad tranquila. ¿Tranquila para quién, Feijóo?

Hace poco, Laia Serra, abogada feminista, se lamentaba en un artículo de lo difícil que era demostrar en un juicio que una agresión estaba motivada por la LGTBfobia: “Muchas denuncias de agresiones por LGTBIfobia, si no hay lesiones de cierta entidad, son tramitadas como delitos leves –los antiguos juicios de faltas– y por lo tanto se tramitan como procedimientos judiciales menores, sin investigación previa y con un juicio que solo requiere asistencia letrada. Algunas denuncias terminan en denuncias cruzadas, porque los agresores, previendo que serán denunciados, denuncian igualmente, para aparentar un escenario de conflicto mutuo. Los casos que consiguen no ser tramitados como delitos leves, suelen recorrer fases de investigación de entre uno y tres años. Acto seguido llegará la fase del escrito de acusación, y al cabo de un año o dos el juicio. Encarar el juicio con fuerza dependerá de si la Fiscalía apoya la tesis del delito de odio, de la prueba con la que se cuente, de la sensibilidad del juzgado encargado de juzgar y de si la persona agraviada, tantos años después de los hechos, sigue vinculada al caso”. Encima. Encima tenemos que demostrar lo que nuestro cuerpo soporta cada día.

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Pedimos en redes y pedimos en las calles –aunque nos llevemos alguna hostia por hacerlo– que haya #JusticiaParaSamuel, pero ¿sabéis qué pasa? Que para él no hay justicia posible porque le han ASESINADO. No hay justicia para los muertos. Por mucho que nos empeñemos, la justicia es solo para los vivos. Sus amistades, sus compañeras y sus compañeros de trabajo y sus familiares quizá –ojalá– encuentren algo de paz en la justicia, pero para él todo llega tarde.

Su entorno pide que no se politice su padre, su padre reconoce que no sabía que fuera gay y, quienes hoy sufrimos con su muerte, tratamos de entender su dolor y sus declaraciones. Pero es importante que el resto entendáis algo también: que ni fue una discusión desafortunada, ni fue un accidente, no fue casualidad. Que alguien entienda a las que hoy caminamos con más miedo, que se escuchen nuestras demandas, que se nos pida perdón.

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Es insoportable vivir así.

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