Opinión · Otras miradas
En el principio era el PSOE
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¿Quién quiere ejercer el poder cuando puede serlo y habitarlo? Pensemos un análisis topográfico: estar en el poder es expandirse y reorganizarlo, reconcentrarse y desplegarse, ir dejando centinelas en cada punto de la cartografía para multiplicarlos. Si el poder se ejerce el tiempo suficiente, y si se ejerce con fuerza, quien lo ejerce acaba pareciéndose más al poder que a sí mismo: con tentáculos recubre todo el territorio y se convierte en una estructura. En 1969, el filósofo y sociólogo francés Lucien Goldmann le dijo a Jacques Lacan que en mayo del 68 sus “estructuras” no eran las que habían bajado a la calle, sino personas, humanos de carne y hueso. Lacan respondió que, si algo demostraban los eventos del 68, era el descenso a la calle de las estructuras.
Lo más parecido que tenemos en España a una estructura no es nuestro ordenamiento jurídico, ni tampoco las casernas de la Guardia Civil; nuestra estructura, aquella que está por todas partes, que se pliega y se repliega, se denomina Partido Socialista Obrero Español, resistente a todo paso en falso o intento de pasokización, capaz de morir, resucitar, morir y volver al Gobierno, mostrar una cara, desaparecerse, desdoblarse, mostrar otra y pintar el mundo de rosas rojas. Sánchez comenzó su primer Gobierno incluyendo a unos cuantos independientes, pero con la condición de que esos mismos independientes fueran, en la práctica, absorbidos por el Partido Socialista, algo que nunca ha sucedido en el caso de Manuel Castells y Unidas Podemos. Margarita Robles, ministra “independiente”, estuvo en las quinielas para ser candidata socialista en Madrid; Fernando Grande-Marlaska, desde su nombramiento, ha aparecido una y otra vez en los mítines del PSOE. Ahora, con la reformulación, hace desaparecer a González Laya y Pedro Duque, también independientes, para sustituirlos por “socialistas de pura cepa”, de partido, como Manuel Albares —con carnet socialista desde 2015, ergo militante— y Diana Morant (alcaldesa socialista de Gandía).
El principal partido del Gobierno se repliega para desplegarse. Reconcilia a corrientes otrora divididas, hoy hermanadas por el acceso al poder; de esto, quizá por no poseerlo, Unidas Podemos nunca ha sido capaz, y eso es una debilidad. Acceden alcaldesas y figuras ascendentes de Castilla-La Mancha, Valencia, Aragón, Cataluña, Madrid; lo que estaba disperso se repliega al centro para fortalecerse… en el ejercicio del poder. Si jamás el centro falla, la poderosa maquinaria socialista podrá volver a desplegarse y ser, truco de prestidigitación mediante, más poderosa territorialmente que antes sólo por multiplicar sus altavoces. Sánchez comprende que prensa y televisiones nacionales tienen una tendencia malsana a hablar de Madrid, todo el tiempo; lo entiende igual de bien que Ayuso, que también despliega a toda España sus ambiciones nacionales (bien administradas, por cierto, por algunas radios “progresistas”). Pero en direcciones y objetivos inversos: Sánchez trae a Madrid la política del resto de territorios para expandir su voz, Ayuso quiere expandir desde Madrid su voz al resto de las Españas.
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Unidas Podemos languidece ante estas maniobras y truquitos, que encima han reventado una de sus estrategias: aprovechar al máximo la buena fama y beneficio electoral de leyes muy esperadas del Ministerio de Igualdad. Sánchez ha barrido, mandó callar y ahora sólo existen dos cosas en España: la remodelación del Gobierno y el Partido Socialista. La derecha se exasperaba hace unos días con Garzón, que quería acabar con sus menús Happy Meal y su dieta mediterránea en base a carnes rebozadas; ahora, todo chuletón al punto fue olvidado, enterrado por las arenas de la historia, convertido en polvo.
En el principio era el PSOE, y el PSOE seguirá siendo. Aquí nos encontramos con la debilidad orgánica de Unidas Podemos: su cantidad mínima de ministerios se fundamenta en acuerdos equilibristas, siempre en la cuerda floja, con ministros que hasta barones del Partido Socialista denigran —suficientemente fuertes fueron las palabras de García-Page al decir que el Ministro de Consumo se inventaba su cargo todos los días: insisto, el presidente de Castilla-La Mancha dijo de un ministro del Gobierno, en el que está su partido, que se inventaba el cargo todos los días— y presidentes del Gobierno humillan en público. Sánchez, mejor ajedrecista que Iván Redondo —defenestrado—, expone a Unidas Podemos a su principal debilidad, y sale beneficiado en el reflejo: su falta de implantación territorial, su ausencia de cantera visible, la desaparición pautada de algunos de sus cuadros valiosos y la imposibilidad del relevo… con el personalismo como consecuencia. La mejor baza de Unidas Podemos, a día de hoy, es su candidata a presidenta del Gobierno, que ni siquiera pertenece a Podemos; por mala suerte para la formación, las elecciones generales no son elecciones presidenciales, e incluso el presidencialismo de Sánchez del cual algunos han hablado palidece ante la poca relevancia que logran otras figuras de Unidas Podemos (aunque se busque, con su nueva dirección, una formación más “coral, con una dirección colegiada”).
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En clave interna para la izquierda, la remodelación del Gobierno es un golpe de efecto que otorga a Sánchez y al PSOE toda la iniciativa política, en detrimento del espacio político de Unidas Podemos, colocado en una coyuntura imposible: o remodelar ministerios sin demasiadas competencias y con proyectos en marcha que hacen imposible el relevo, o quedar como una fuerza sin savia, replegada sin capacidad para el despliegue, que sólo aspira a resistir y defenderse de una situación adversa… en la cual Nadia Calviño se convierte en vicepresidenta primera, todopoderosa administradora económica, dueña y señora de los fondos europeos. En el principio era el PSOE, y quizá haya estrategas que, hoy en sus casas, se arrepientan de haber dado alas en su momento a un Pedro Sánchez que aspiraba, contra viento y marea, a reconquistar al partido frente a Susana Díaz. En ese movimiento está el origen del nuevo Consejo de Ministras. Pero la partida no puede interrumpirse, y el reloj sigue adelante, rumbo a las elecciones de 2023: tic, tac, decía Pablo Iglesias en los comienzos de Podemos; tic, tac, hoy, advierte el reloj, esperemos que no para recorrer el camino inverso.
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