Opinión · Otras miradas
Biles ha ganado
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Quién no se ha roto alguna vez. Máxime si soportas una presión y cargas profesionales no aptas para seres humanos. La historia de Simone Biles no es solo la historia de una de las mejores deportistas de la historia, sometida a una disciplina y perfección propias de otro mundo. La historia de Biles es la historia del abuso sexual, de la ausencia de sus padres, de la pobreza. No hablar de todas las complicaciones vitales que ha tenido, es negar gran parte de las razones de su retirada en estos Juegos Olímpicos.
Simone Biles ha dado un golpe en la mesa, ha bajado de las alturas y nos ha puesto en nuestro sitio. Mientras nosotros observábamos sus múltiples e imposibles piruetas, y mirábamos hacia donde no es, ella bajaba para regalarnos su salto mortal más difícil. Hay que ser muy valiente para ser Biles. Rozar la medalla de oro, una vez más, y dejarla a un lado para centrarse en lo importante, en ella misma, en el autocuidado. ¿Hay algo más feminista que esa decisión?
Nadia Comanetchi también lo hizo cuando en la noche del 27 de noviembre de 1989 acabó escapando de Rumanía, justo después de cumplir 28 años, cruzando a pie, guiada por un pastor de ovejas, la frontera con Hungría, desde donde viajó a Austria y de ahí a EE.UU. Nadia había aguantado años de opresión en los que se le obligaba a entrenar lesionada, se le prohibía comer por períodos de hasta tres días para que pudiera competir con el peso que se esperaba de ella. La primera 10 de la historia fue sometida a todo tipo de vejaciones, controles y vigilancia, hasta que decidió escapar y apostar por sí misma.
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Hace unos meses, la tenista japonesa Naomi Osaka, ganadora de cuatro torneos de Grand Slam y número dos del mundo, tomó la decisión de retirarse del Abierto de Francia por la misma razón que Simone Biles. Osaka sintió por un momento el peso del mundo sobre sus espaldas y la pérdida más dura, pero al mismo tiempo empoderante. Ahora, tras la derrota en la tercera ronda de los Juegos Olímpicos, las críticas de sus compatriotas sobre la salud mental han sido durísimas y nada comprensivas. “Se ‘deprimió’ convenientemente, se curó convenientemente y se le dio el honor de ser la última portadora de la antorcha”, escribió un comentarista en Twitter.
Ahora, Simone Biles ha vuelto a poner sobre la mesa los problemas de salud mental y la necesidad de tratarlos y de acabar con un estigma aún férreo. De haberse tratado de una lesión física, el mundo lo habría comprendido y a otra cosa. Al ser un tema que aún no se quiere comprender ni interiorizar ni hacerse cargo es mucho más fácil tacharla de débil, como ha insinuado el jefe de opinión de uno de los medios de comunicación de este país, a quien no citaré por no dar publicidad gratuita.
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Ese tipo de comentarios ante la retirada de la gimnasta no hablan de lo difícil y valiente de su decisión, sino de las carencias emocionales y empáticas de quienes los profieren. Señoros que se dedican a opinar sobre el parón de una super heroína cuando no son capaces ni de correr 100 metros a la redonda. Estos mensajes de señores acomplejados dedicados únicamente a hablar sobre las mujeres y sus cuerpos no son más que mensajes caducos machistas de otro tiempo. Biles, y otras como ella, marcan el nuevo mundo. Allá cada uno en la decisión de a cuál de los dos mundos quiere pertenecer.
Simone Biles ha ganado y ha hecho historia. Nos ha regalado un mensaje claro y ha tocado la fibra sensible de muchos. Se espera de nosotros que seamos máquinas irrompibles en un sistema competitivo y perfeccionista, y la realidad es que no somos más que personas que tratamos de salir adelante en un mundo que espera demasiado de nosotros. Muchas de estas gimnastas sufrieron abusos, ¿quién no se rompe después de algo así? Biles nos ha puesto en nuestro sitio y nos ha dicho, eh, que soy humana y tengo derecho a descansar. Gracias, Simone, por tanto.
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