Opinión · Otras miradas
Panorámica de un ignorante
Ilustradora y dibujante de cómics
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Viñeta 1. Plano panorámico del Congreso de los diputados. Una figura con barba está hablando efusivamente, se trata de Pablo Casado, dirigente del PP. Se dirige al presidente. Su voz resuena entre los murmullos de sus señorías.
CASADO
...prometió empleo para los jóvenes, pero se limita a comprar su voto con bonos peronistas para comprar videojuegos y cómics.
El Señor Casado ha vuelto a dar una lección de desprecio a los tebeos. Entre sus palabras, un mensaje claro: gastarse dinero en cómics no es ayudar a la cultura. En definitiva, para el Señor Casado el cómic no es cultura, es una herramienta que utiliza el gobierno para comprar el voto joven. Onomatopeya.
Yo no sé qué leería el Señor Casado de joven, probablemente y por lo beato la Biblia, pero en mi caso, la adolescencia me maltrató bastante y me refugié en los tebeos. La muerte de mi prima Pamela por culpa de un cáncer hizo que me sumiera en distintos mundos, a cualquiera menos al real. Lo único que deseaba era aliviar la enorme tristeza con la que vivía a los trece años.
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Así que el plano detalle de esa época se compone de mis manos sosteniendo un cómic. Empecé recorriendo el mundo pasando por una aldea gala, más adelante llegaría la testosterona de los superhéroes y acabé compaginándolos por los triángulos amorosos del cómic japonés que empezaba a asomar en los 90 y que volvió loca a toda mi generación.
No recuerdo un mal momento con un tebeo, la verdad. Aquello siempre me hizo la adolescencia más fácil. Por ejemplo, recuerdo que para mí la mejor navidad de mi vida fue una en la que mis padres me regalaron más de veinte números de la serie roja de Dragon Ball. Eso era lectura para muchos días y alimentaba también mis horas de afición al dibujo. Copiaba y copiaba de forma compulsiva a muchísimos dibujantes. Entre mis primeros maestros estaban Akira Toriyama, Cels Piñol, Fontanarrosa y Bisley.
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Un bocadillo sale de la boca de mi padre. Me dice: seguro que hay tiendas especializadas. Así fue como entré por primera vez en una tienda sólo de tebeos. El olor a papel, a tinta… Rebuscaba sin saber muy bien qué llevarme. Primer plano de mi cara, que rehuía tímidamente de la mirada del tendero. Otro plano detalle: mi mano se desliza entre los cajones llenos de revistas sueltas embolsadas en plástico. Al fin doy con algo que no sé por qué me llama la atención. Plano medio: un personaje de perfil aguileño, traje blanco y corbata roja sostiene una pistola en su mano. La verdad es que siempre he sentido debilidad por las narices aguileñas y las pistolas, así que me lo llevé a casa. Era Luca Torelli, alias Torpedo, el mítico gangster de Bernet y Abulí. Las historias más tenebrosas y las mujeres más bellas aparecían en sus páginas. Misoginia pura que bebía a manos llenas, pero que me excitaban secretamente. En realidad todo aquello era mucho más interesante que los anodinos flirteos que mis compañeras tenían con los chicos en la plaza.
Plano entero: un Lobezno herido sostiene a Jean Grey a punto de caer del Blackbird. Viví miles de vidas con los cómics, sufrí con el desamor de Logan por Jean Grey, de la que yo también estaba enamorada. Descubrí que tenía similitudes con los mutantes de la Patrulla X. Ellos se tenían que ocultar continuamente, como yo. Tenía que ocultarme porque algo raro tenía dentro. Era lesbiana. Y lo supe por los cómics.
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Los cómics me han acompañado a lo largo de mi vida y a día de hoy puedo afirmar que he reflexionado más leyendo Fénix de Osamu Tezuka o La educación de Palmira de Nuria Pompeia que con obras que el canon cultural considera que es CULTURA, así, con mayúsculas. Toda mi vida, primero como lectora y luego como autora, he tenido que pelearme por legitimar una forma artística que ha sido sistemáticamente denostada, maltratada e infantilizada por personas como Pablo Casado, quién representa el canon rancio de una cultura. Una cultura. Sólo una, que no es ni grande, ni libre ni diversa.
Plano Panorámico de una estantería llena. En ella podemos encontrar tebeos de Genie Espinosa, Ryoko Ikeda o Alberto Breccia. Libros de Daphne Du Maurier, Jaime Rodríguez, Pedro Lemebel, William Deresiewicz o Maria Luisa Bombal. También hay algunos discos e incluso alguna obra de teatro. Videojuegos también, por supuesto. Películas. Y Arte. Mucho arte.
Todo cabe en una buena estantería.
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