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Opinión · Otras miradas

Urge en España un debate serio y profundo sobre el racismo

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Varias personas durante una concentración convocada por STOP Racismo Región de Murcia, contra el racismo, el fascismo y la xenofobia, en Cartagena, a 27 de junio de 2021, en Murcia, Región de Murcia (España).- EUROPA PRESS/ARCHIVO

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>Varias personas durante una concentración convocada por STOP Racismo Región de Murcia, contra el racismo, el fascismo y la xenofobia, en Cartagena, a 27 de junio de 2021, en Murcia, Región de Murcia (España)

Cuando se habla del racismo en España hay gente que reacciona como si le hablasen en otro idioma. A pesar de todo lo que se ha dicho y escrito, todavía hay quienes creen que el racismo es una cosa del pasado y que se remite, básicamente, a las plantaciones de algodón en Estados Unidos, sus políticas de segregación racial y el Ku Klux Klan.

Puede que un grupo mejor informado y concienciado lo asocie a una situación más reciente como la muerte el año pasado de George Floyd, pero al final siempre se le vincula a algo que ocurre en otro sitio, lejos de España, porque aquí, se nos dice, “el racismo no existe”.

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Normal, si lo que tienes en tu cabeza es la imagen de la esclavitud estadounidense de los siglos XVIII y XIX, pero muy peligroso si lo que queremos es iniciar un debate serio y profundo sobre la problemática del racismo tanto desde una reflexión histórica que analice su genealogía y carácter estructural, como desde el estudio de sus múltiples expresiones y alcances que, en la actualidad, condiciona casi todos los aspectos de la vida de las personas migrantes y racializadas.

Tal como se afirma desde el pensamiento decolonial, el racismo es, ante todo, una estructura de dominación global que está basada en una jerarquía de superioridad e inferioridad en relación con distintos marcadores raciales, entre ellos, el color de la piel, los rasgos fenotípicos, la identidad étnica, la identidad religiosa, determinadas costumbres culturales y el acento.

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El racismo es estructural porque constituye esta estructura de dominación que ha sido políticamente construida y reproducida por un sistema-mundo colonial al que le ha convenido mantenerla así.

¿Quién se ha beneficiado de la inferiorización histórica de la que han sido objeto los pueblos y las comunidades racializadas? ¿Quiénes se han enriquecido a costa de la explotación de determinados cuerpos y territorios? El poder, representado por ese Norte global blanco, patriarcal y burgués, que se ha preocupado de levantar un entramado de leyes y aparatos racistas de estado con el fin de mantener su supremacía.

Las tres dimensiones del racismo

Cuando hablamos de racismo estructural nos referimos a cuestiones muy concretas que afectan las condiciones materiales de existencia de las personas racializadas. Este racismo estructural tiene tres dimensiones: institucional, social e individual.

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Ejemplos de racismo institucional en España hay muchísimos. Está la Ley de Extranjería, que impone tantas trabas burocráticas para solicitar o renovar un visado de estudio o trabajo que termina condenando a miles de personas a vivir en situación administrativa irregular (no tener papeles), con todo lo que ello implica: trabajar en la economía sumergida por sueldos de miseria y, muchas veces, bajo explotación laboral, buscar soluciones laborales precarias como la venta ambulante o el trabajo de empleada del hogar interna, y no poder alquilar un piso, abrir una cuenta bancaria, apuntarse a un curso, o simplemente caminar por la calle sin temor a que te detengan. La Ley de Extranjería también es responsable de que hijos/as y padres/madres vivan separados durante años, debido a los requisitos económicos y de vivienda que se imponen para conseguir la reagrupación familiar.

Un segundo ejemplo de racismo institucional son las identificaciones por perfil étnico-racial que realiza la policía en espacios públicos como la calle o el metro, supuestamente en “controles aleatorios” pero que afectan siempre a personas racializadas, y cuya finalidad es bien conocida por todos: detener a personas sin papeles para recluirlas en los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIEs), donde se les abrirá un expediente de expulsión con el objetivo de deportarles. Los CIEs, por tanto, representan otro ejemplo de racismo institucional. Son cárceles racistas llenas de opacidad en las que han muerto personas por no contar con atención médica oportuna, como le ocurrió a Samba Martine en el CIE de Aluche de Madrid, en 2011.

La dimensión social del racismo, en tanto, se relaciona con cómo se nos construye y representa socialmente. Ahí entran en juego los medios de comunicación, la literatura, el cine, la publicidad, los refranes populares, los chistes, etc., a través de los cuales se produce una narrativa que nos esencializa, ridiculiza y folcloriza. Ejemplos hay para escribir un libro. Basta con señalar los titulares de periódicos donde se criminaliza a los menores extranjeros no acompañados, o en los que se utilizan términos como “oleada” y “avalancha” para referirse a grupos humanos que migran, películas donde las latinas siempre interpretan a la prostituta o la empleada del hogar (no cuestiono estas actividades, sino el encasillamiento en determinados roles), o la publicidad como en el caso de Conguito, y aquellas donde los cuerpos de las personas racializadas se exotizan e hipersexualizan.

La dimensión individual del racismo, por su parte, hace referencia a la persona concreta que lo ejerce. Es el que te grita “vete a tu país”, es el que difunde mensajes de odio a través de las redes sociales, es la profesora que hace un comentario racista a la alumna con hiyab, es la presentadora de televisión que dice que le han sorprendido los negros porque son trabajadores y honestos, y son los que agraden a menores no acompañados en las calles al grito de “moros de mierda”.

Esta dimensión individual del racismo probablemente sea la que la gente identifique con más facilidad. De hecho, se le suele confundir con lo que es el racismo en su definición general. Cuando esto ocurre, se relega el racismo solo a una cuestión de gente loca, mala, y, por tanto, a hechos anecdóticos que no va más allá de la casuística.

Lo cierto es que las tres dimensiones se interrelacionan, retroalimentan y actúan en la misma dirección: deshumanizar para despojar de derechos.

Esta deshumanización explica el que los distintos gobiernos dejen morir a cientos de personas en la frontera sur cada año, explica también el que hace pocos días la Policía Nacional abatiera a tiros a un hombre neurodivergente de origen ghanés que, pese a que amenazaba a personas con un cuchillo a la entrada de un centro de salud, no había herido a nadie, explica que VOX se sienta con la legitimidad para criminalizar de manera abierta y constante a la población árabe musulmana y explica el antigitanismo histórico que lo permea todo.

Un debate ya sobre el racismo

El sábado 13 de noviembre, por quinto año consecutivo, el antirracismo vuelve a las calles de Madrid, esta vez bajo el lema “Contra las violencias racistas y los discursos de odio”.

Las compañeras de la Asamblea Antirracista de Madrid, organizadoras del acto, afirman en su nota de prensa que “la sociedad española no puede seguir mirando para otro lado” ante el odio que ha salido a las calles, que está en el Congreso y en los medios de comunicación.

Desde el antirracismo se hacen los deberes. Se organizan manifestaciones, se articulan movimientos de incidencia política como RegularizaciónYa, a través de la cual se trabajó y presentó una ILP para regularizar a personas sin papeles, se coordinan asambleas, foros, debates, se escriben artículos y se impulsan iniciativas antirracistas de toda índole.

¿Cuándo hará sus deberes el Gobierno?, ¿Cuándo va a admitir que en España el racismo mata, destruye vidas, separa familias, estigmatiza, segrega y discrimina?

¿Cuándo participará, de una vez por todas, en un debate serio y real sobre el racismo en España y sus consecuencias?

Ya no basta con cambiar el artículo de una ley por aquí, o modificar una normativa por allá. Porque nada de eso impedirá que hombres, mujeres y niños/as mueran año tras año en el Mediterráneo, y que miles de personas vean diariamente sus vidas destruidas.

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