Opinión · Otras miradas
Con el corazón helado
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Almudena Grandes no solo era escritora, una de las más grandes por cierto, sino que era defensora de los nadies, esos de quienes muy pocos se acuerdan, también cuando usan la pluma. Escribió especialmente del Silencio de Otros, de quienes fueron masacrados y condenados al olvido por una guerra, un golpe, que a día de hoy no es condenado ni recordado como debiera. Como me decía una amiga ayer, Almudena se ha muerto sin ver Justicia, ni Memoria ni Reparación, como tantas otras antes. Ella sí apostó por esa Memoria y lo dejó escrito, a través de sus Episodios de una guerra interminable, donde se centró especialmente en relatar las vidas de quienes sufrieron la posguerra española y en relatos de la resistencia antifascista.
Hasta el último aliento y tecleo se acordó de los más desfavorecidos, en su última columna Unos Ojos Tristes de El País, recordaba a El Lute, y cómo el universo kinki apareció en su vida. “Lo que yo recuerdo ahora, en esta marea de botas de charol rojo y de nostalgia de una estética maldita, es el abismo de tristeza en los ojos de un hombre abatido no por la policía, sino por el destino”. Esa es la sensibilidad con la que escribía Almudena abrazando el mundo de los más débiles, de los vencidos, maltratados, abatidos, los de los márgenes, la miseria y el olvido… Curiosidad y casualidad también es que haya muerto un 27 de noviembre, día del maestro y el mismo día que moría otra de las escritoras más queridas en España, Gloria Fuertes, otra poeta que también escribía para los de la calle.
Se ha muerto Almudena y algo grande dentro de nosotras se ha muerto. El sábado, un grupo de amigas nos enterábamos de la noticia y enmudecíamos al instante, como una señal de respeto a alguien demasiado grande que se marcha demasiado pronto. Las redes, los grupos de Whatsapp lo comentaban, es difícil llegar a ser tan querida por tantas personas diversas, pero ella se ganó ese puesto por goleada.
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Cuando la conocí en el Congreso de Periodismo organizado por Ctxt, le pedí un selfie, algo avergonzada yo, sintiéndome chiquitita al lado de alguien de su magnitud. Su sonrisa fue aliviadora y reconfortante, una de esas sonrisas que encuentras cuando vas a comprar el pan o te cruzas con algún vecino sacando al perro, la amiga limpiadora del cole de mi madre, una sonrisa de la calle, de la gente, de la verdad y la humildad. Fueron pocos segundos los que pude compartir con ella, pero para mí fueron eternos y un regalo que jamás olvidaré.
Si algo nos enseñó también es a no temer a las ideas, se abrazó a ellas y las defendió tal y como relataba en El Corazón Helado: “no tengas miedo de las ideas, Julio, porque los hombres sin ideas no son hombres del todo, los hombres sin ideas son muñecos, marionetas o algo peor, personas inmorales, sin dignidad, sin corazón.
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El 10 de octubre, Almudena pedía perdón a sus lectores, a su gente, por haber estado ausente fruto de su enfermedad. Hasta para eso era humilde, pedir perdón por estar enferma y no poder acompañarles. “Y disculparme de paso, de antemano, por mi silencio y mis ausencias futuras. Porque no me gustaría que alguien pudiera volver a preocuparse por no encontrarme en un lugar donde hayamos coincidido otras veces”, decía. También agradecía a sus lectores ser su libertad, “porque gracias a su apoyo puedo escribir los libros que quiero escribir yo, y no los que los demás esperan que escriba”.
Se nos ha ido una grande, que hasta en su apellido hacía gala, y supongo que no nos queda otra que llorar, pasar el mal trago y aceptarlo con el consuelo y el refugio que nos queda aún en sus libros y columnas. “Luego alcancé a comprender que el tiempo nunca se gana, y que nunca se pierde, que la vida se gasta simplemente”, escribía en Malena es un nombre de tango.
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