Opinión · Otras miradas
Ninguna mujer nace para ser puta
Diputada y portavoz de Igualdad del Grupo Socialista
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Haciendo un repaso por los insultos más ofensivos que alguien puede recibir, hay uno que se sitúa por encima de los demás. Seguro que ya lo estáis pensando: “Hijo de puta”.
Este insulto ofende muy especialmente a los varones, porque llamar puta a una madre es harina de otro costal. Esto duele tanto como si llamaran puta a una hija, que también es igualmente inaguantable. Parece ser pues, que nadie quiere que a nuestras madres o hijas las llamen putas.
Sin embargo, según la ONU, cuatro de cada diez varones en España han recurrido a la prostitución. Cuatro de cada diez varones en España han pagado por acceder sexualmente al cuerpo de una mujer. Es decir, los mismos que no aceptan ni la posibilidad de que sus madres e hijas sean consideradas mujeres prostituidas, recurren a la prostitución para satisfacer sus deseos de dominación y posesión del cuerpo de una mujer. ¿Por qué? Porque evidentemente las putas son las otras mujeres, no las nuestras, dejando claro además que quienes definen a las mujeres son ellos, los varones.
¿Por qué no queremos que nuestras hijas o madres sean mujeres prostituidas? Es evidente, porque la prostitución denigra a las mujeres, y eso nos afecta a todas, no solo a las mujeres prostituidas.
Por eso el posicionamiento político y jurídico sobre la prostitución no puede entenderse como una cuestión individual, dado que su repercusión es pública.
La prostitución es una institución que sustenta las actitudes más machistas y violentas de nuestra sociedad. La prostitución legitima el acceso reglado y sistemático de los varones a los cuerpos de las mujeres, de algunas y no de todas, mediante transacción económica que en la gran mayoría de los casos no reciben ellas, si no sus explotadores sexuales. El mensaje que traslada la prostitución es claro: los varones disponen de mujeres para dominar y poseer sus cuerpos utilizando para ello todo tipo de prácticas, la mayoría violentas. Según los dictados de la prostitución, los cuerpos de las mujeres están en venta, es legítimo que se comercialice la explotación sexual de las mujeres. ¿Dónde encaja todo esto con los derechos humanos? ¿Qué sociedad puede llamarse democrática a sí misma permitiendo que legalmente esté permitida la violación de las mujeres a cambio de dinero?
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Seguro que ahora habrá quién se pregunte por el consentimiento de la mujer prostituida o por la libertad para decidir. Ninguna mujer nace para ser puta, y tendrá que estar muy sesgado por el imaginario colectivo creado por la pornografía el pensar que un gran número de mujeres prostituidas lo hacen de una manera libre. Es más, por poder consentir podemos consentir muchas cosas que no son legales, y es que la consideración de lo legal o ilegal va más allá de las decisiones personales porque lo personal es político y por tanto tiene una repercusión política.
La realidad de la prostitución es que encubre en todo caso la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual. La realidad de la prostitución es que es una forma de esclavitud que denigra a todas las mujeres. La realidad de la prostitución es que está permitiendo que hoy haya en España campos de concentración de mujeres. La realidad de la prostitución es que las mujeres prostituidas son las más pobres, las más vulnerables, las que menos recursos tienen. La realidad de la prostitución es que las consecuencias y las secuelas de esta forma de violencia contra las mujeres son muy graves. Las mujeres prostituidas padecen múltiples trastornos que afectan a su salud física y especialmente a su salud mental. La realidad de la prostitución es que los varones acuden a ellas para satisfacer sus deseos de dominación, de machismo. La realidad de la prostitución es que la explotación de las mujeres aporta miles y miles de millones de euros al proxenetismo.
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Mirar para otro lado no es una opción. Frente a la prostitución solo la abolición es compatible con los derechos humanos. Y el momento es ahora. La abolición bien entendida debe priorizar el bienestar de las mujeres prostituidas tras el fin de la prostitución, tiene que incorporar salidas laborales y asistenciales para estas mujeres. Y la abolición para ser efectiva tiene que penalizar todas las formas de proxenetismo y lanzar un mensaje social claro: los cuerpos de las mujeres no están en venta por lo tanto aquellos que quieran recurrir a esta práctica serán sancionados, tal y como ya está regulado en países como Francia.
Esta está siendo una legislatura difícil por la dureza de los hechos sobrevenidos, pero hemos de pensar que esa dureza lo es más para aquellas mujeres que de partida viven situaciones aún más duras que el resto, esas mujeres que viven explotadas siendo violadas diariamente.
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No hay mejor momento que ahora para acabar con la explotación. No hay mejor momento que ahora para avanzar hacia una democracia más plena.
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