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Opinión · Otras miradas

Querido 2022: que vuelvan las bodas

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Para 2022 se prevé un boom nupcial: nuevos enlaces, bodas pospuestas y aplazadas y rebodas pandémicas. Según los datos del portal especializado bodas.net, para el año que viene habrá al menos un 14% más de bodas que un año normal y es tal la demanda de fincas y restaurantes que las parejas están dispuestas a casarse cualquier día entre semana, de mañana o de tarde. De todos los propósitos de año nuevo el que, sin duda, me parece más importante es que vuelvan las bodas. Bodas a lo grande, sin aforos, restricciones de ningún tipo, ni más medidas sanitarias que la correcta conservación de la cadena de frío de las langostas.

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Echo de menos las bodas como echo de menos compartir mesa con once personas gritonas y etílicas, los besos y abrazos de amigos y queridos, cantar a voz en grito a Raphael y Rafaela Carrá, y bailar la Booomba! con mi padre creyéndose la reencarnación de King África. Las relajantes horas previas de chapa y pintura. La pestaña, el tacón, la ropa interior conjuntada. Llorar por esa novia blanca y radiante que está pasando uno de los momentos más estresantes de su vida mientras los invitados se pelean por los canapés de ibéricos y media copa de albariño. Me encantan las bodas porque el ridículo está totalmente aceptado y generalizado. Los excesos, consentidos.

Me gustan las bodas porque pocas cosas hay más innecesarias que casarse y, sin embargo, socialmente se sigue aceptando que casarse es el gran paso que cualquiera puede dar en su relación. Me gustan las bodas, sobre todo, porque existen los divorcios de mutuo acuerdo y los divorcios exprés, razón de peso para que casarse sea una decisión absurda, intrascendente y completamente innecesaria. Casi revolucionaria. El 60% de los matrimonios acaban en divorcio en España. Me encantan las bodas porque esa feliz unión lleva implícita la posibilidad de un final trágico y no por ello, menos emocionante.

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La gente que se casa suele justificarse diciendo que la ceremonia es una escenificación del amor verdadero. La única escenificación del amor que conozco es la del café recién hecho por la mañana y el lavavajillas puesto por la noche. La complicidad, el cariño, la amistad, las caricias no pueden reproducirse delante de un público sediento de cotilleos, fallos en el protocolo, traspiés. Sedientos de alcohol y juerga. La boda es, sí acaso, una proyección. Proyectamos la imagen que, como pareja, queremos dar ante nuestra audiencia. Se proyecta incluso la clase social de los contrayentes, su poderío económico, sus refinados gustos musicales y florales. Lo buenísima que estás con ese vestido de corte sirena, también. Pero lamento mucho que las bodas se conviertan en una justificación y sigo escuchando a menudo a gente que pretende casarse porque lleva mucho tiempo y “hay que dar un paso”, porque quieren tener un hijo, o porque la familia presiona. Basta: las bodas son un sinsentido y ahí radica su encanto.

Entre 2020 y 2021 se cancelaron o pospusieron varias bodas de conocidos. En 2021 me perdí la boda de una buena amiga y para 2022, en principio, solo me aguarda una. Tal y como están las cosas parece que seguiremos con las medidas pandémicas, la mascarilla, los test y la distancia social. Si las bodas son como un festival privado pero sin tener que hacer pis de campo, prefiero esperar a 2023 y que dios nos pille desfasadas. En cuestión de bodas, yo elijo libertad.

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