Opinión · Otras miradas
Carta a los Reyes Magos de Oriente y que viva la magia
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Queridas majestades, me dirijo a vosotros —prodigiosos, únicos reyes en los que creo— para solicitaros que en esta era de enfermedad, apegos perniciosos, ceguera y abandono nos detengamos y pensemos. Es decir, atendamos. Decía Simone Weil que “una mirada atenta es aquella en la que el alma se vacía de todo contenido propio para recibir al ser al que está mirando tal cual es, en toda su verdad”. Hay una conexión profunda —en el pensamiento de esta mente heterodoxa, lúcida y bellísima del pasado siglo— entre verdad y atención, como la hay entre verdad y humildad. Decía también Weil que “el amor a la verdad siempre va acompañado de humildad” porque el genio —cualidad sagrada del ser— no es sino la virtud sobrenatural de la humildad en el terreno del pensamiento.
Queridos y regios seres luminosos, comprendo que no es fácil concedernos la atención en un mundo en el que existen las redes sociales y el falso periodismo, las tertulias y los grupos mediáticos orientados al mercadeo de opiniones en lugar de a la difusión de información, pero o atendemos o vamos camino de aniquilar lo que de humano tiene nuestra especie. Porque, majestades, estamos robotizados, alelados y bastante acojonados.
El miedo y la ansiedad se han instalado en la vida colectiva de un modo que recuerda experiencias de hace un siglo y preludia el sonido de un eco vibrante de odios pasados, revividos a golpe de nostalgias que atentan contra la memoria. Hay prescriptores del pasado, agentes de otros y de sí mismos, volcados en decirnos que nuestra experiencia no ha sido desdichada y que volver al punto de partida es otra vez el punto de llegada. Decía Simone Weil que “la desdicha es en sí misma inarticulada”, antecediendo en décadas ese debate -que los nostálgicos llamarían posmoderno, presumiéndose ellos ajenos a su propio lugar de enunciación- de si tiene voz el subalterno. Pues bien, prescriptores de un pasado falseado y polemistas, curillas modernuzos y malotes, nos dicen ahora, desde los altares de su privilegio, que ni siquiera la subalternidad existe. Y tenemos que aguantarnos.
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Y es que, majestades, en la capital de nuestro falso reino, las sotanas están nuevamente de moda, como los toros y la aristocracia; la ignorancia, el enanismo intelectual y la aversión a la cultura también. Existen, por si no lo sabéis, los mentados polemistas. Gentes que han hecho de su ignorancia negocio, y de su negocio fuente de inestabilidad y permanente amenaza a la convivencia por su continuo asalto a la verdad. La verdad es asaltada cada día, majestades. Hay dirigentes que sostienen su poder contra las instituciones que gobiernan gracias a este asalto a la verdad, que debidamente espectacularizado y cada vez menos oculto, monetizan en el mercado del voto. Sí, tanto mientes, tanto ganas es el saldo final que arroja la democracia en esta época, convertida ya no en un sistema de representación, ni siquiera de participación, sino de dominación desnuda y grosera.
No quisiera depositar en vosotros la desproporcionada responsabilidad de sacarnos las castañas del fuego, pero un milagrito ayudaría. No exagero si os digo que el aire que se respira trae aroma de ceniza; necesitamos mirra que neutralice ese tufo a podrido, el olor de la manipulación y la mentira. Dijo Simone Weil que “cuando la libertad de expresión se reduce a la libertad de propaganda, las únicas partes del alma humana que merecen expresarse no son libres de hacerlo. O lo son en un grado infinitesimal, como en un sistema totalitario”. Nuestras democracias están siendo ensombrecidas por toda clase de violencias, están “totalitarizándose” —si me permitís el palabro. Siempre fueron mejorables, pero ahora, perdida toda referencia —cuestionado incluso el consenso en torno a los derechos humanos— se han desnaturalizado hasta la pantomima.
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Por todo esto, majestades, os pido que me conservéis intacto el juicio y la libertad de expresarlo, el amor al prójimo y la risa; la conciencia de mi desdicha y de la de las otras; el respeto por esta tierra que piso y grandes reservas de ligereza para huir y poder retornar a casa, el lugar en el que se trazan las fronteras de la diferencia -bell hooks dixit. Una vez más comprendo que mi deseo desborda vuestros poderes, pero lo mismo si me traéis este año las obras completas de Simone Weil yo sola podría apañarme con lo “otro”. Gracias.
Vuestra sierva fiel.
Viva la magia.
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