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Opinión · Otras miradas

Dos años después, los liderazgos ante el final de la pandemia

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Hace unas semanas, Belén Barreiro, con motivo del barómetro de enero realizado por 40dB sobre la valoración que hacen los ciudadanos del Gobierno de coalición, una vez alcanzada la mitad de la legislatura, escribía: «Hacerlo bien cayendo mal». Con estas pocas palabras, Barreiro fue capaz de resumir perfectamente la situación en la que se encontraba una ciudadanía exhausta por la pandemia y sus consecuencias. A pesar de que sus medidas son capaces de encontrar un amplio respaldo entre la población, la imagen del Gobierno no se encuentra en su mejor momento. No sólo una gran parte de la población considera que favorece los intereses de las grandes empresas y la población con rentas más altas por encima de los de la clase trabajadora, los desempleados o los pensionistas, sino que, además, la percepción mayoritaria es la de un Gobierno dividido, inestable y que no responde a las demandas de la ciudadanía.

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En este sentido, los datos del último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) muestran un aumento de la desmovilización en la izquierda, con una fuerte caída en la intención de voto al PSOE y a Unidas Podemos, así como un descenso –aunque más leve– en la preferencia de sus líderes para ocupar la Presidencia del Gobierno. Estos datos vienen a confirmar una tendencia a la baja en un espacio ideológico que ya lleva mostrando signos de cansancio desde hace varios meses. Ahora bien, aunque la mayoría de los análisis se han centrado en la debilidad de la izquierda, lo cierto es que la derecha tampoco se encuentra en su mejor momento.

Desde que comenzó la pandemia, Pablo Casado cayó en una profunda crisis de liderazgo de la que aún no ha conseguido levantar cabeza. En la actualidad, no sólo es uno de los líderes políticos peor valorados –únicamente superando a Santiago Abascal– sino que, además, no consigue convencer ni a su propio electorado. Mientras que antes de la llegada de la pandemia apenas un 30% de sus votantes del PP mostraba poca o ninguna confianza en su líder, en este último barómetro quiénes desconfían de Pablo Casado se sitúan en el 65,8%, afianzando una caída que se remonta dos años atrás. Además, únicamente un 45% de su electorado señala a Pablo Casado como su opción preferida para ocupar la Presidencia del Gobierno. Unas cifras que contrastan con la imagen de un partido que pretende mostrarse a sí mismo como una alternativa de Gobierno al liderazgo de Pedro Sánchez y el PSOE. Ahora bien, coincidiendo con el ecuador de la legislatura, ¿en qué punto se encuentran el resto de líderes políticos?

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En el caso de Pedro Sánchez, aunque la llegada de la pandemia no supuso un desgaste tan fuerte como el que experimentó Pablo Casado, es cierto que a partir de ese momento –con otra importante caída después de las elecciones del 4-M en la Comunidad de Madrid– la preferencia por Sánchez para seguir al frente del Gobierno comienza a resentirse entre su propio electorado. Anteriormente, hasta un 80% de los votantes del PSOE situaban al líder de su partido como su opción preferida para encontrarse al frente del Gobierno. En la actualidad, esta cifra ha caído hasta apenas superar el 50%. Además, la desconfianza entre sus propios votantes ha crecido durante los últimos meses hasta alcanzar el 40%, aún lejos de los datos de Pablo Casado, pero situándose, cada vez más, en niveles muy peligrosos.

Aunque sus datos de valoración sean bastante más positivos –es el segundo líder político mejor valorado, sólo por detrás de Yolanda Díaz–, lo cierto es que una situación como esta debería hacer saltar todas las alarmas, especialmente cuando el objetivo de este Gobierno es el de agotar la legislatura esperando encontrar una mejor coyuntura económica, ya con la recuperación completamente encauzada.

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Por su parte, Santiago Abascal es quien mejor ha resistido los efectos de la pandemia. Al igual que el resto de líderes políticos, su abrupta llegada y la crisis sanitaria y su gestión política propiciaron una caída en la popularidad del líder de VOX, pasando de ser la opción preferida para ocupar la Presidencia del Gobierno para un 70% de los votantes de su propia formación al 50% de apenas unos meses más tarde. En este sentido, la beligerancia con la que actuaron desde la formación de Santiago Abascal pasó factura a su liderazgo, aunque esta caída fue recuperándose rápidamente durante los meses subsiguientes, situándose de nuevo por encima de la barrera del 60%. De hecho, con unos niveles de preferencia como estos, Santiago Abascal se situaría como el líder político con el liderazgo interno más consolidado.

En cuanto al líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias era –incluso antes del inicio de la pandemia– quién contaba con el liderazgo más precario de entre todos los líderes políticos. En su caso, menos de la mitad de sus votantes preferían que fuera él quién se encontrase al frente de la Presidencia del Gobierno. Además, un nada desdeñable 20% de sus votantes se decantaba por Pedro Sánchez, unas cifras que muestran el mal momento en el que se encontraba la formación morada –y que unos meses más tarde llegó a superar el 40%–. Con el inicio de la pandemia, Pablo Iglesias cae hasta la segunda posición en la preferencia para ocupar la Presidencia del Gobierno entre sus propios votantes, con cifras situadas en torno al 30%. En aquel momento, una mayoría de los votantes de Unidas Podemos se decantaban por el líder del PSOE, Pedro Sánchez, antes que por el líder de su propio partido.

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La falta de atracción por parte de Pablo Iglesias entre sus propios votantes muestra no sólo el pésimo momento en el que se encontraba su partido en las encuestas, sino la fatiga de un hiperliderazgo que, aunque antaño fuese unos de los principales –si no el principal– activos electorales de Unidas Podemos, en la actualidad formaba más parte del problema que de la solución.

En su peor momento, cuando Pablo Iglesias contaba con el apoyo de apenas un 25% de los votantes de su partido, la opción ‘Ninguno/a de ellos/as’ se encontraba disparada, con hasta cerca de un 20%, así como quiénes preferían a Alberto Garzón, con un para nada insignificante 15%. Ahora bien, la llegada de Yolanda Díaz supone un importante cambio de rumbo en el liderazgo de Unidas Podemos y entre su propio electorado, que comienza a infundirse de ánimo y a caminar detrás de una figura política que, cada vez más, cotizaba al alza. A pesar del fracaso de Unidas Podemos y Pablo Iglesias en el 4-M, Yolanda Díaz irrumpió con fuerza en las encuestas del CIS. No sólo se situó, desde el principio, como la líder política mejor valorada, sino que superó fácilmente a Pablo Casado –quién seguía inmerso en su propia crisis de liderazgo– como la principal alternativa al Gobierno de Pedro Sánchez. Además, ha conseguido algo que su predecesor hacía mucho que no lograba, volver a ser competitiva entre el electorado del PSOE, con cerca de un 20% del electorado socialista que, en la actualidad, prefiere que sea ella la presidenta del Gobierno y no Pedro Sánchez.

En definitiva, en una época en la que la incertidumbre, el descontento y la desafección política se encuentran a la orden del día, la imagen de división e inestabilidad que ha acompañado al Gobierno durante los dos últimos años ha supuesto un lastre para los líderes de los partidos que lo componen. En el caso de Unidas Podemos, esta situación se ha saldado con un cambio de liderazgo más que necesario, tanto dentro del Gobierno como en la propia formación, así como con una promesa de redefinición de su espacio ideológico que podría traer más de un quebradero de cabeza al PSOE. Por su parte, Pedro Sánchez está tratando de revertir una tendencia a la baja que, ante el cada vez más próximo ciclo electoral, puede volverse muy peligrosa.

Al otro lado del eje ideológico, la situación de Pablo Casado se está volviendo congénita. Una toma de decisiones errática, así como la falta de soluciones a un problema de liderazgo impropio del principal partido de la oposición, sitúan al líder del PP en una situación muy peligrosa. La opción de Isabel Díaz Ayuso se ha convertido en un poderoso ruido de fondo cuya promesa de ser capaz de contrarrestar a VOX y llegar a la Moncloa está cada vez más presente entre su electorado, especialmente tras su arrolladora victoria en Madrid. Por otra parte, un Santiago Abascal que ha sido capaz de resistir el impacto de la pandemia está tratando de situarse a sí mismo como una alternativa al resto de líderes políticos, especialmente a Pablo Casado, tratando de capitalizar un cada vez más importante descontento social. De su lado, cuenta con un electorado hipermovilizado y, tal y como apuntan las encuestas, un consistente suelo electoral del 15%.

Aún es pronto para tratar de dilucidar cuál será el desenlace de esta pugna en ambos bloques ideológicos, lo que está claro es que la pandemia ha perjudicado a todos por igual, pero hay quiénes se han conseguido recuperar y están mejor posicionados para el asalto.

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