Opinión · Otras miradas
Conchi tuvo suerte con Camelia
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Hay libros que son como un mordisco en el estómago. Algunos te sobrecogen por su tono, por la historia que cuentan, por las voces de sus protagonistas, por los silencios,, por lo que explican o por lo que dejan de explicar. La atracción del abismo: Auge y caída del consumo de heroína en Euskadi (1970-2000), de Álvaro Heras-Gröh, es un bocado por todas las puertas que abre, por las historias que esboza.
No es un libro fácil de leer. Son 841 páginas en las que se exponen todos los aspectos necesarios para entender cómo la heroína arrasó con los sueños de miles de personas en Euskadi. Acabará convertido, probablemente, en una obra de consulta imprescindible para entender lo que nos pasó, pero tiene una pega. Las voces son mayoritariamente masculinas y, aunque encontramos a algunas mujeres, no son suficientes. En términos generales, solo es suficiente la paridad y, en algunos casos, ni eso. Entre tantas páginas y entre tantos hombres, sin embargo, a mí se me han quedado clavados dos nombres: Conchi Bernal y Camelia Vázquez.
Conchi era una niña cuando, Camelia, su madre descubrió una jeringuilla en el paragüero. Sus hijos mayores, los hermanos de Conchi, tuvieron que explicarle lo que estaba pasando. Su hija se había enganchado al caballo. Tal y como se recoge en el libro de Heras-Gröh, Camelia declaró a El diario vasco que ella entonces no sabía todavía lo que era la heroína: “Me parecía que con mimos, cariño y buenos consejos podría quitarle de ella”. Conchi empezó a pincharse con 11 años y murió con 20 de sida. Había logrado desengancharse en uno de los centros de El Patriarca, una asociación que ha sido cuestionada en decenas de ocasiones y catalogada como secta.
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El testimonio de Camelia Vázquez es desgarrador. Habla de del dolor insoportable de de su hija, del suyo propio: “Anduve mucho timepo como loca, no hacía más que dar vueltas a la idea de suicidio, incluso de matar a la niña. Pensaba en abrir el butano por la noche para que se quedara dormida, no veía ninguna salida”. Ayudó alguna vez a su hija a inyectarse la droga y apostó, como tantas mujeres entonces, por organizarse con otras familias para tratar de hacer frente a la situación.
Qué sería de nosotras sin las madres que se organizan.
Camelia Vázquez, como otras muchas mujeres que vieron cómo sus hijos e hijas se sumían en el abismo, se unió con otras para tratar de hacer frente a la heroína, una droga que se hizo pasar por rebeldía. En A los pies del caballo. Narcotráfico, heroína y contrainsurgencia en Euskal Herria, de Justo Arriola Etxaniz, aparecen también algunas pinceladas sobre su historia, pero poco más sabemos hoy de aquella pelea que debió de dejarla agotada. No solo a ella. Fueron muchas las mujeres que hicieron frente al caballo tanto en Euskadi como en otros muchos territorios del Estado español. Sus nombres, salvo alguna excepción, están sepultados por otros en la historia, en los libros, en las hemerotecas.
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Un clásico.
Las mujeres también se vieron afectadas por la heroína, claro. Es más complicado saber exactamente cómo porque, en este ámbito también, la perspectiva de género brilla por su ausencia. Esa falta de perspectiva no solo afecta al análisis de esta realidad, afecta también a la manera en la que se ha intervenido históricamente desde las instituciones. La situación no es muy distinta hoy. Lo explica mucho mejor Patricia Martínez Redondo, del proyecto Género y drogas en un artículo para Pikara Magazine: “Hay una gran brecha de acceso a los centros de atención: llegan muchísimas menos mujeres que hombres, y las que llegan abandonan en general antes y en mayor proporción que los hombres”. Hay dos razones, principalmente, los recursos están pensados desde una mirada androcéntrica —esa que pone el foco en las necesidades de los hombres al tomarles a ellos como medida de todas las cosas— y, muchas veces, las mujeres con adicciones cuentan con menos apoyos que los hombres. Suele pasar lo mismo, por ejemplo, con las mujeres que están en prisión. Las mujeres que rompen que traicionan las expectativas de género pagan las consecuencias. Muchas de las mujeres que se engancharon a la heroína en Euskadi, tal y como recoge el libro de Álvaro Heras-Gröh, optaron por el trabajo sexual para hacer frente a sus adiciciones. Optar, en este caso, es mucho decir. Ante esa necesidad tan voraz por conseguir dinero, las posibilidades de negociar con los clientes son muy pocas y la violencia está garantizada.
Ella nunca ocultó de qué había muerto y se mostró orgullosa del proceso que llevó a cabo su hija. Consiguió desengancharse: “Yo nunca he ocultado su muerte. Cuando empezó con la droga, sí intenté escapar de la realidad, luego ya no. Hay muchas madres que han visto morir a sus hijos con sida y lo niegan. Y así lo único que hacen es avergonzarse de sus hijos y ellos no han hecho nada malo malo. Mi hija no hizo nada malo, ella es la que ha muerto, la víctima”, declaraba a El Correo en 1995.
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Conchi tuvo suerte con su madre.
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