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Opinión · Otras miradas

María Sevilla, ¿quién no lo haría?

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¿Qué haríamos si nuestro hijo nos contara que su otro progenitor le hace daño de la manera más sucia y la Justicia no le creyera y nos obligara a dejarlo en manos de su presunto abusador? ¿Qué haríamos si además del testimonio de nuestro pequeño tuviéramos informes médicos y psiquiátricos de centros médicos y de colegios que apoyaran su denuncia pero la Justicia dijera que es sólo exceso de preocupación –"preocupación mórbida" lo llaman– y que los niños se lo inventan, que son "fabulaciones"? ¿Qué haríamos si nos hicieran tan responsables de la situación que nos arrancaran a los niños y se los entregaran a sus presuntos abusadores? ¿Qué haríamos, además de volvernos locas?

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#¿Ytúquéharías? se pregunta una campaña que desde hoy pretende concienciar sobre la situación de muchas Madres Protectoras, denunciantes de abuso sexual infantil contra sus hijos. Es tan monstruoso lo que denuncian, lo que Naciones Unidas ha reconocido que pasa en este país, lo que la Fiscal de Sala Delegada de violencia sobre la mujer, Teresa Peramato, pide que deje de pasar, que parece que es imposible sobrellevarlo, seguir viviendo, seguir peleando, seguir tratando de parar esta violencia institucional; que se llama así porque el mal, en estos casos, trasciende al verdugo: el mal lo ejerce todo el sistema. Cuesta imaginar qué pensarán de él estos niños cuando crezcan.

Llevo unos meses trabajando con estas mujeres. Cuarenta de ellas han denunciado sus casos ante Naciones Unidas, aunque el grupo estima que son más de cuatrocientos. Denunciar es muy caro en muchos sentidos. Calculan que solo la batalla judicial cuesta entre 40.000 y 80.000 euros, dependiendo de hasta dónde se esté dispuesta a llegar. Algunas se arrepienten de haber denunciado, otras incluso de haberse separado. Reconocen amargamente que habrían podido proteger mejor a sus hijos si hubieran aguantado y si les hubieran impuesto la habitual ley del silencio. La mayoría de ellas están tan mal que no pueden ni contar bien su historia. Necesitan varios encuentros. Necesitan tiempo. Necesitan una fuerza que ya no les queda. Su valentía se tradujo en dolor y culpa. Quién sabe qué pasaría si fuéramos nosotr@s: si podríamos hablar, pensar, pelear después de tanta tortura cotidiana, si tuviéramos que entregar un hijo cada pocos días al que debería quererle y, sin embargo, abusa de él de la peor de las maneras. Ver en los ojos de tu hijo pequeño la súplica, la indefensión, la incomprensión absoluta. Recibir eso mismo del sistema. La única alternativa es la huida.

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María Sevilla huyó

María, la que fue presidenta de Infancia Libre y hoy es solo una madre que entra en prisión por haber intentado proteger a su hijo, fue acusada de ser la presidenta de una organización criminal por haber juntado a mujeres que pasaban por su mismo calvario. Aquello se archivó. No podía ser una organización criminal una asociación con cero beneficios e ingresos, que solo compartía información sobre expertos y gente que colabora con madres de víctimas de pederastia. Ayudarse no es delito. ¿Cómo va a serlo cuando además necesitan tanta ayuda? Hace años que sabemos que la dimensión del problema es sobrecogedora. La Unión Europea estima que uno de cada cinco niños europeos es víctima de abusos sexuales, que uno de cada tres de ellos nunca se lo contará a nadie y que hay que “empoderar a los padres y madres” para que se atrevan a denunciar, para que luchen contra esta lacra imperdonable. Save the Children, en un informe reciente, estima que en España más de 800.000 niños son víctimas de este tipo de violencia. Según otro estudio del Ministerio del Interior solo el 15% de estos casos llega a denunciarse. Según otro más, el 70% de esas denuncias se archiva por falta de pruebas antes de llegar a juicio.

A María también la acusaron de tener a sus hijos escondidos, sin escolarizar, obligados a no ver el sol, como animalitos encerrados que olisquearon a los policías que les encontraron, según textualmente informaron algunos medios. Aquel presunto maltrato infantil también fue desmentido por el juez que le permitió conservar la custodia de su hija pequeña, de un matrimonio posterior.

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Lo que no se ha desmentido –y es por lo que entra en prisión– es que se llevó a su hijo e impidió que su padre lo viera durante más de tres años.

¿#”Ytúqueharías” se pregunta hoy en redes la citada campaña? ¿Qué harías si el hombre que te maltrató y al que nunca denunciaste te devuelve un día a tu hijo de cuatro años desnudo, vomitado de arriba abajo y aturdido y el niño te cuenta que su padre le hace daño y le toca en lugares oscuros y te dice muy nervioso que nunca jamás se va a volver a comer un plátano? Démosle la vuelta a la pregunta: ¿alguien en su sano juicio volvería a entregar a ese niño al responsable de semejante escena?

A María no le da miedo entrar en prisión los dos años y cuatro meses a los que ha sido sentenciada. Sí teme la pérdida de la patria potestad por cuatro años –que también lleva la pena-. La asusta dejar a su hijo solo. Ya estuvo dos años sin saber nada de él desde que fue detenida. Si la justicia fuera justa, descontaría ese tiempo a los años que le impone sin patria potestad porque todo ese tiempo no la tuvo. El hijo de María tiene ahora 14 años y desde 2019 vive con su padre a su pesar. Sus últimos informes médicos detectan malnutrición, una fractura consolidada que solo podría solucionarse con cirugía porque nadie lo llevó a un centro médico, episodios de autolesiones y trastornos psicológicos serios compatibles con la violencia sexual. Si esto es como María cuenta y los informes médicos muestran, alguien urgentemente tendría que ayudar a este menor. A María Sevilla eso le importa más que su posible indulto.

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Hace meses que tengo contactos con ella y solo la he visto romperse una vez: fue cuando me contó su experiencia en prisión. María me dijo que lloró cuando todas las presas de su módulo la abrazaron porque estaban por dejarla en libertad, después de que un montón de policías con perros la detuvieran en su casa a las dos de la madrugada. Y que lloró más cuando una de las presas le dijo que entendía porqué lloraba: "María llora porque nos deja aquí a todas las demás".

María volvió a llorar recordando esta anécdota, mientras me decía, de camino al metro por el centro de Madrid navideño, que muchas de ellas eran víctimas de violencia de género, de hombres maltratadores, de un sistema judicial con sesgo de género. "Todas éramos víctimas de lo mismo", dijo y se rompió. María Sevilla está a punto de volver a estar con ellas en una cárcel española.

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