Opinión · Otras miradas
La tormenta en plena sequía: reflexiones de una ganadera sobre las protestas del mundo rural
Ganadera y presidenta de la cooperativa rural 'As vacas da Ulloa'
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Mires hacia donde mires, la angustia, la preocupación y la incertidumbre son la tónica general en el mundo rural. El sector primario lleva meses acusando una situación crítica e insoportable, marcada por el brusco incremento del coste de materias primas esenciales, como aquéllas destinadas a la alimentación animal y el elevado precio de la electricidad y los combustibles. Un contexto desfavorable y ahogante si tenemos en cuenta la permanente lucha y esfuerzo por cubrir nuestros costes de producción. Si antes era difícil pagar facturas y llegar a percibir un sueldo, ahora resulta casi imposible el llegar a fin de mes. Teniendo en cuenta el elevado sacrificio, las eternas jornadas laborales y las dificultades de desarrollar nuestra vida y trabajo en un medio castigado desde hace décadas por el abandono público e institucional, puede que no sea desmesurado hablar de discriminación y maltrato hacia los sectores que cuidan el medio y alimentan al mundo.
Y en plena tormenta, comienza el desastre y el colapso, la guerra. Al dolor por una injusta e incalculable crisis humanitaria se suman las implicaciones que esta circunstancia tiene en nuestra estructura de consumo y costes. Una situación insostenible, que necesariamente obliga a exigir y reivindicar medidas y soluciones.
Esto es así, hay muchos motivos para salir a la calle, para reclamar lo que es justo y necesario. Porque no podemos ser siempre lxs mismxs lxs que asumimos y nos sacrificamos. Y el sector primario o productor debería ser una cuestión de Estado. El paro del transporte, y sin entrar a valor si es minoritaria o mayoritaria la plataforma convocante, porque lo cierto es que a estas alturas es evidente el coste de esta última semana de bloqueo, una vez más ha puesto a prueba nuestra capacidad, ya casi nula, de resistir, sobrevivir y seguir. Y la cuestión es que no todxs saldremos adelante, y, en cualquier caso, las condiciones en las que lo haremos, suponen seguir viviendo casi sin aliento.
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Vivir constantemente al borde de la línea roja se ha convertido en hábito y costumbre, y lo doloroso es que cada vez los ciclos de crisis y recesión llegan más rápido. Por ello, me resulta imposible dejar de pensar en lo tarde que vamos. Porque otro debate que en este momento se abre, y es necesario, centra la atención en la necesidad de avanzar y trabajar en aquellos cambios estructurales que nos permitan realizar una transición progresiva hacia modelos de producción circulares, que ofrezcan soluciones locales frente al caos global.
Esto nos implica a todxs, productorxs y consumidorxs, al mundo rural y al urbano. Está en juego algo muy importante, la soberanía alimentaria de nuestro país y de Europa. Y, por lo tanto, el futuro de nuestra sociedad. Porque supongo que todxs estaremos de acuerdo en que no se puede concebir que no sea viable producir nuestro propio alimento. Durante mucho tiempo se ha incentivado y promovido un modelo de producción desligado del territorio, de la tierra, que, al igual que el propio sistema económico que lo alimenta, pretende un crecimiento ilimitado. Pero, al igual que ocurre en ese modelo económico, este planteamiento es defectuoso, y hay que asumir, y de hecho se hace, que después de subir, la caída es rápida, vertiginosa y dolorosa.
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Y mientras, como consumidorxs, no somos capaces de entender el funcionamiento de esta cadena. Bueno, ni yo como productora lo hago. Porque en juego entra siempre la famosa y oportunista especulación. Esa que monitoriza y mueve los hilos de los mercados, desatando el miedo y la locura, porque si hay algo que nos aterra, como consumidoras, es el desabastecimiento de los alimentos. Y nuestro propio instinto, la necesidad de supervivencia, nos guía a entrar en la rueda y alimentar el sistema. El sistema se rompe, lo hará, pero siempre se acaba regenerando, porque en el fondo, la caída forma parte de su esencia y razón de ser. No lo entendemos, porque no hay beneficios para nosotros, productorxs, familias consumidoras, trabajadorxs… pero siempre hay alguien al fondo del túnel que, siguiendo la luz de la autodestrucción, encuentra su premio.
Y, en esta tormenta perfecta de la que todxs hablan, tampoco faltarán los que quieran aprovechar la luz y el ruido. El pasado domingo, las calles de Madrid se abarrotaban con los mensajes de reivindicación y desesperación de muchas familias que vivimos y trabajamos en el medio rural, en el campo, en las aldeas. Familias que alimentamos a las ciudades y necesitamos la complicidad y buena gestión de las instituciones públicas y la clase política para fortalecer nuestro modelo de trabajo y de vida. El mundo rural es diverso y rico. Pero no hay que confundir o difuminar el mensaje de auxilio que ahora mismo requiere con mayor urgencia de la intervención por parte del gobierno. Es legítimo reivindicar un rural vivo, protestar por la subida de precios, y poner en valor las “tradiciones y los usos y costumbres de nuestro campo”. Pero, en esa imagen o fotografía del rural, no entramos todas. Porque no estamos plenamente contempladas las opciones de vida y trabajo que defienden el territorio y la tierra desde la sostenibilidad y desde la justicia social y la igualdad. Y estos elementos son condiciones necesarias a la hora de sentarnos a trabajar en las estrategias y políticas de desarrollo rural. El oportunismo es así, y cuando la desesperación y desamparo nos guían, es relativamente sencillo que la figura del salvador y protector trate de de arrojar luz (y ruido), como la tormenta. Y parece evidente que hay un partido político que pretende aglutinar, utilizar y rentabilizar nuestro mensaje, para posicionarse y liderar una reivindicación que ni entiende ni comparte, pero que genera beneficios.
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El rural no necesita ruido, necesita claridad, decisión y conciliación. No buscamos, y no debemos hacerlo, la confrontación con el mundo urbano. Somos interdependientes, y víctimas del mismo sistema. Y no podemos convertirnos en objetos políticos. Porque en ese contexto, es sencillo que traten de hacerme creer que un latifundista o terrateniente y yo podemos agarrar la misma pancarta al grito de “juntos por un rural vivo”.
Parece que la tormenta no cesa, y todo a las puertas de una primavera que se prevé será más cálida y seca de lo normal. Tal vez sea oportuno incluir en la agenda la necesidad de pensar también en esos modelos de producción (y consumo) que nos permitan vivir y trabajar en un contexto de emergencia climática.
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