Opinión · Otras miradas
Nada es tan sencillo como nosotros o vosotros
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“Es que vosotros”, me decía. “Vosotros”, gritaba y repetía y repetía. Y, entonces, me enfadó y me puse a gritarle más: “Que no hay nosotros y vosotros, que no”. Y él: “Es que a los de izquierdas no os importan nada los camioneros”, llegó a sentenciar. “Pero sí te he dado argumentos a favor y en contra del Gobierno”, le contesté a la defensiva. “No armes sacos ridículos, que sabes que son mentira”, concluí y ya no dije más mientras él seguía con su discurso guerracivilista, aprovechando la movilización de los transportistas como antes hizo con la de los agricultores y ganaderos, con la de los autónomos, con las protestas por la subida de la luz, con la gestión de la covid o con lo que fuera. Me pasé el resto de la tertulia rumiando bronca, digiriendo rencor y amasando tristeza. ¡Qué pena de debates! ¡Qué pena de política! ¡Qué pena, coño! ¡Qué pena!
Y, después de una nueva semana de peleas en el barro dialéctico con esta anécdota incluida, me levanto con el A vivir de Javier del Pino en la radio y mezclo el café del descanso con el análisis de la polarización que hace la organización internacional no gubernamental More in common, explicado por una de sus responsables, Miriam Juan–Torres. Habla del “grupismo”, la idea ridícula de que todo lo que hagan los míos está bien hecho y lo que hagan los otros, lo contrario. Cuenta que en el mundo la desconfianza en el que piensa distinto se está disparando y que en España el asunto todavía no ha llegado mucho a la base y es más cosa de políticos y tertulianos. En otros países la división es en términos de ricos o pobres, o de vacunados o no. Aquí nos sentimos divididos entre izquierdas y derechas y aplicamos esa dicotomía prejuiciosa a todos los análisis aunque todavía no nos ha llevado a dejar de hablar con amigos o a sacar de nuestras redes sociales a los que votan distinto, como pasa en otros sitios.
Lo de derecha–izquierda da más que pensar teniendo en cuenta los muchos estudios y análisis que ya demuestran que presuntos gobiernos de izquierdas no disminuyen más la desigualdad que presuntos de derechas. Es decir, que, sin autocrítica, sin análisis de los hechos, sin respeto a lo concreto, la política se convierte en un ejercicio de hooliganismo como otro cualquiera; defender la camiseta por encima de lo que sea, negarse a ver las tarjetas amarillas y las rojas de “los nuestros”, llamar mano de Dios a lo que es penalti en toda regla.
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En la radio, la experta en división social ahora me cuenta, mientras me como la tostada, que entre el 20 y el 40% de la sociedad española se siente perdedora con los últimos cambios sociales, pero que entre los seguidores de Vox este porcentaje es mucho mayor y eso es un hecho que no conviene pasar por alto. Esa clase de descontento social es la que encumbra a los salvapatrias.
Y entonces me vuelvo a acordar de los camioneros que han decidido seguir movilizándose a pesar del acuerdo histórico que han conseguido, a pesar de haber doblegado la voluntad de la ministra que no quería sentarse con ellos y al final lo hizo. Seguramente son de los que se sienten más perdedores en estos momentos. Los análisis de la evolución del transporte de mercancías en este país les dan la razón. Cuentan cómo estos trabajadores han ido perdiendo derechos hasta, paradójicamente, convertirse en las putas motorizadas de nuestras carreteras, asfixiados por intermediarios-proxenetas, por el libre mercado europeo, por la uberización a través de aplicaciones de #elclienteparaelmejorpostor, por la aplicación salvaje del #sálvesequienpueda que termina por no salvar a nadie.
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Y, siendo cierto todo esto, también lo es que no hay gobierno que pueda arreglar de aquí al lunes esta bola de nieve neoliberal que lleva creciendo cuarenta años, como ellos han exigido. No aceptar una ley para dentro de un par de meses, como ha hecho el líder de esta plataforma de nuevo cuño, es no tener ninguna cintura negociadora, es decir, es no querer parar la protesta de ninguna de las maneras. Le están pidiendo al Gobierno la luna, ya sea o no a sabiendas.
Si hubieran pedido más inspección, que se cumpla lo que se aprueba, yo habría entendido la continuidad de su protesta. Hay que reconocer que el decreto, recién ratificado, que paró su huelga antes de navidades, ya les habilitaba para repercutir la subida del carburante en sus portes pero no se hace. Las leyes sin inspectores que velen por su cumplimiento, sin instituciones nacionales, autonómicas y locales que las conviertan en algo más que en papel mojado, no sirven de mucho. Como ocurre también con la reciente ley de cadena alimentaria, que prohíbe comprar al sector primario a pérdidas, o con el decreto de desahucios exprés antiokupas, que preparó Mariano Rajoy y Pedro Sánchez aprobó y que muchas veces sigue sin aplicarse por falta de jueces. ¿De qué sirven las nuevas leyes si no se ponen los medios para que sean de obligado cumplimiento? Cada ley aprobada no aplicada alimenta a la antipolítica, da votos a los Trump del mundo.
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Y volviendo a mi cuento de tertuliana, pienso, mientras me bebo el café ya frío, en esos con los que discuto en las televisiones. Muchos son puros lobistas, que siguen el argumentario, y oportunistas puros, que hacen lo que pide el espectáculo para mantener la silla. Y reconozco que no creo que la mayoría de los tertulianos de derechas con los que me cruzo quieran un gobierno de la ultraderecha en España. La mayoría es algo más demócrata que eso, algo más sensato, algo más. Así que, desde aquí les digo y nos digo, recién desayunada, que ya vale de no poner argumentos en los debates, de solo plantear los asuntos en términos de nosotros o vosotros. Vayamos más allá de eso, en la búsqueda de soluciones y no de lo contrario.
Hace muchos años mi madre me dijo que un novio mío no le gustaba porque era de esos que de un problema hacían dos, y la vida le dio la razón. Desde entonces confirmo esa nomenclatura todo el tiempo: los hay que de un problema hacen dos y los hay que de un problema hacen medio. Esa es la cuestión.
Mi bisabuelo era un poco señorito andaluz. Sin embargo, además de dejar embarazada a la interna se casó con ella, tuvieron siete hijos y se quisieron hasta el final a su manera, aunque no hubo perdices. La posguerra fue para todos menos tal vez para los arribistas. El caso es que a mi bisabuelo Pedro casi le cuesta la vida ayudar a un amigo republicano que huía al monte cuando los nacionales llegaron al pueblo. Le dio una manta, un pan y chorizo, después de esconderle en casa hasta que vio a su familia en peligro. Al final le cogieron y lo llevaron al paredón y allí pidió que devolvieran la manta a mi bisabuelo porque “era el único hombre que en esta vida le había ayudado”. A mi bisabuelo lo sacó de la cola del paredón un primo suyo que era alcalde. Mi bisabuela corrió a buscarlo y lo llevó allí justo a tiempo. Aquello no lo he olvidado.
Conozco gente de derechas, incluso muy de derechas, a la que tengo aprecio y cariño. Estamos todos en el mismo barco y conviene no olvidarlo. La patria, si es algo, es eso, un barco en el que vamos todos los que pensamos parecido y los que no. Y si sacamos del barco a la mitad con la que tenemos menos en común, si los dejamos en puerto o los tiramos por la borda, ya no será el mismo barco, ya no será esa patria que en teoría queremos tanto.
Nada es tan sencillo como nosotros o vosotros, los problemas difíciles no tienen soluciones fáciles; simplificar lo complejo obviando el contexto y el histórico es engañar; creerlo es de indocumentados.
La nomenclatura de mi madre es mejor y más realista que la del bueno, el feo y el malo. Puestos a simplificar, simplifiquemos con fórmulas útiles, pensemos en lo que sirve y lo que no, más allá de las ganas de encontrar culpables.
Y con esto no quiero decir que dejemos de ser de izquierdas los que nos sentimos de izquierdas ni de derechas los que lo mismo. Lo que digo es que no nos dejemos llevar por nombres que son solo nombres, por palabras que son solo eso, que nos fijemos estrictamente en los hechos y que no nos dejemos lanzar unos contra otros porque esa es la mayor de las mentiras. Igual tampoco nos odiamos tanto.
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