Opinión · Otras miradas
Los papeles del desierto
Profesor titular de Historia contemporánea de la UCM y director del Grupo de Investigación Complutense de la Guerra Civil y el Franquismo
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En 1975, tras la Marcha Verde, España abandonó la franja del Sáhara que ocupó Marruecos rápidamente, en un momento especialmente delicado para la dictadura. No en vano, la llamada Ley sobre descolonización del Sáhara, fue publicada el 20 de noviembre de 1975, coincidiendo con la muerte del General Franco. En ella se reconocía al Estado Español como Potencia administradora del territorio no autónomo del Sáhara, con un régimen de administración peculiar, parecido al provincial pero que nunca había formado parte del territorio nacional. Siguiendo los principios establecidos en las disposiciones sobre territorios coloniales de la Carta de las Naciones Unidas, el Gobierno podía adoptar todas las medidas precisas para llevar a cabo la descolonización de dicho territorio, salvaguardando los intereses españoles. Para ello debía dar, y se decía expresamente “cuenta razonada de todo ello a las Cortes”, adoptando las medidas adecuadas para indemnizar a los españoles que fuesen obligados a abandonar el antiguo territorio colonial.
En estas dos únicas disposiciones, por lo demás muy genéricas, quedó enmarcado el proceso de descolonización del Sáhara. Su tramitación tuvo que generar, forzosamente, abundante documentación preparatoria, y, sobre todo, de ratificación y de seguimiento posterior. Pero la documentación del proceso, tanto la diplomática, la militar, como la memoria administrativa y económica, sigue siendo, hoy, desconocida. Son los papeles del desierto. El conflicto sigue vivo, ha pasado por varias fases y cambios geoestratégicos, como acabamos de ver, pero su alcance sigue siendo difícil de contextualizar y calibrar. Sus fuentes siguen siendo una gran incógnita, aunque su volumen e importancia, a tenor de la estructura colonial desarrollada, no puede ser en ningún caso menor.
La ocupación efectiva del territorio del Sáhara por España comenzó en 1884. Posteriormente se ocupó la región de Ifni que se sumó a la anterior división del Protectorado con Francia. Tras sucesivos cambios en la política colonial francesa, al término de la Segunda Guerra Mundial, Ifni y Sáhara pasaron a formar parte del Gobierno General de África Occidental Española. Esto generó una nueva guerra en 1957, por la que España cedió Ifni, a excepción del enclave de Sidi Ifni, a Marruecos. El Alto Comisario de España en Marruecos, máximo órgano administrativo del Protectorado, una figura muy similar a la de los altos comisionados británicos, llevó siempre la dirección política de forma continua y sin interrupciones. De él dependía la Delegación de Asuntos Indígenas, que a su vez controlaba una estructura periférica de interventores comarcales y locales, apoyados por las tropas de Regulares (fuerzas del ejército español con “indígenas”) y de la propia Policía Indígena. Esta ha sido la forma tradicional de conocimiento del Alto Comisariado, sus tres comandancias militares desde la ocupación del terreno, coordinadas en Ceuta, Melilla y Larache.
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Una historia, la de la presencia española en Marruecos, marcada por el auge del colonialismo europeo en África, bien conocida por la historiografía española, sobre todo desde que se convirtiera en el bastión de la política de prestigio de la monarquía tras el desastre del 98, con sus enormes implicaciones tras el desastre de Annual, en la consecución de la dictadura de Primo de Rivera, y, posteriormente, al consumarse como pieza clave en la sublevación del 18 de julio y de la propia guerra civil. El trasvase de esa documentación, política, administrativa y militar, sin embargo, no se conserva o no es accesible todavía para la investigación en el período final de la propia descolonización.
Por un lado, han mejorado infinitamente los recursos, los materiales, los enfoques y, en general, todo lo relacionado con la metodología de estudio del franquismo ha sufrido un proceso de renovación acelerado en las últimas décadas. Pero por otro, aún quedan importantes vacíos por llenar y muchas lagunas que cubrir, sobre todo en relación con las cada vez más completas y sistemáticas investigaciones de otras potencias coloniales. Es cierto que, al igual que el caso español, es más fácil acceder a la época del esplendor de la administración colonial que a la propia de la descolonización y los conflictos bélicos posteriores. La retirada del mandato británico en Palestina, por ejemplo, sigue siendo controvertida desde el punto de vista colonial. En Francia, tras una larga controversia, se ha anunciado la desclasificación de la documentación de la Guerra de Argelia, que de momento no se ha llegado a realizar. En el caso español, hay muchos otros silencios que lastran todavía la renovación de la investigación seria y rigurosa, sobre todo en torno a la documentación política, judicial, policial y militar que no se puede consultar a partir de 1965, por razones ciertamente difíciles de comprender a estas alturas.
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Las restricciones en el acceso e inventario de toda esta documentación se han mantenido a lo largo del tiempo de la democracia. Son una fuente importante para comprender no solo la descolonización, sino también para seguir la evolución y los conflictos internos del final de la dictadura. Conflictos y disputas que todavía tienen un carácter fragmentario y secundario para nosotros, ya que en muchos casos tampoco dejaron documentación pública entonces o aún no se puede consultar. El destino de todo este material, no solo en papel ya que había imágenes de calidad y, sobre todo, muchas grabaciones sonoras, sigue siendo desconocido. Un problema, el de los papeles del desierto, que, como ya se ha dicho, no es exclusivamente español. Muchos otros países coloniales conservan documentación con igual o mayor trascendencia para comprender aspectos violentos y controvertidos de su pasado reciente, pero la mayoría se han ido abriendo paulatinamente a la investigación y a la consulta de sus ciudadanos. La descolonización sigue siendo una gran desconocida para la mayor parte de nosotros, se ha reconstruido desde un sentido político actual, geográficamente limitado y acotado, como si nunca hubiera pasado. Y así será realmente mientras no se conozca su historia.
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