Opinión · Otras miradas
11 años del 15M desde otro lado
Guionista y escritor
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Siempre que he escrito sobre el 15M lo he hecho desde la potencia en las calles y las redes. A veces situada, a veces recordada. También lo he hecho en relación a los elementos que actualizaban o daban impulso al acontecimiento. El año pasado este mismo periódico saco un especial sobre el décimo aniversario en el que me invitó amablemente a participar y, honestamente, no creo que pueda añadir mucho más a lo que escribí hace un año.
A lo que nunca he dedicado mucho tiempo es a hablar de lo que en estos 11 años ha pasado al otro lado, en el territorio político y social que se convirtió en el opuesto a ese que nacía en las plazas.
Desde el 15 de septiembre de 2011 el Estado empezó a prepararse para algo y a modificarse en torno a ese algo. El Estado se cerró sobre si mismo y se verticalizó. Lo hizo a través de diversas formas de excepción. La de calado más profundo fue la modificación de la Constitución sancionada por el bipartidismo; la de calado más cotidiano fue la ley mordaza, que esta misma semana condenaba a dos periodistas del medio asturiano Nortes por cubrir una carga policial.
Esos dos dispositivos constitucionalizaron la austeridad y la forma en la que la austeridad iba a imponer el orden, la represión económica constante sobre los movimientos (especialmente el de vivienda) y los sujetos que se salían de–o más bien creaban– la norma.
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En el campo de la política institucional se han experimentado diversas vías. Una que podríamos llamar gatopardista (una operación desde las élites con apariencia regeneradora) cuyo máximo exponente ha sido Ciudadanos y que hoy se encuentra en sus horas más bajas. Otra línea sería una suerte de "retardismo" en forma de llamadas a la gran coalición y a la composición de una suerte de segunda transición como remake del consenso del 78. La tercera de estas vías sería la puramente autoritaria y que engarza con la explosión de las extremas derechas en todo el planeta. En España, podríamos decir que su mayor éxito ha sido producir una imagen de dureza y ruptura para un proyecto político que dista muy poco del de el partido popular de los años noventa del siglo pasado. La llegada de Vox ha conseguido recomponer casi del todo los dos ejes de la política del 78: la relación centro-periferia y la recomposición del imaginario del nacionalismo español y, por supuesto, el eje izquierda derecha.
Esas vías de la política institucional se han trasladado a las instancias que depende de ellas o se relacionan con ellas y que son tradicionalmente mucho más reaccionarias. Eso explica el bloqueo a la renovación de las instituciones judiciales; eso explica la derechización de la institución monárquica; eso explica la autonomía de sectores del estado vinculados a la seguridad y el control; eso explica, claro, el espionaje. Elementos de orden que son hoy elementos más bien de desestabilización, de bloqueo de la posibilidad de seguir ampliando el marco de lo posible.
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En los medios de comunicación es quizás el territorio dónde la recomposición en torno a las cuestiones abiertas por el 15M se ha visto más amenazada. En el campo mediático televisivo es prácticamente imposible encontrar algún ejemplo de formato que haya intentado traducir o dar visibilidad a inquietudes que se salgan de la norma (con la honrosa excepción de PlayZ, que bajo la batuta de los digital y lo juvenil ha abierto la ventana de la discusión y las formas de hacerlo y algunos programas selectos de televisiones autonómicas que sin duda no están en Madrid). La normalización de la extrema derecha como alternativa razonable a la barbarie representada primero por las plazas y después por Podemos y los municipalismos se entiende si recordamos el terror que sintieron en 2011 esa cantidad de periodistas que se dieron cuenta de que no tenían manera de nombrar una realidad que ya era capaz de nombrarse a si misma. El otro eje de recomposición mediática sería la generalización de las fake news. No tanto en lo que tienen de difusión de mentiras, que ya tienen una larguísima tradición en la prensa española (el 11M sería el casi más flagrante y tiene más de 20 años), sino por la creación de un universo de ficción, una suerte de entretenimiento diario que fija objetivos (general aunque no exclusivamente cargos públicos que sufren acoso de diverso tipo), temas (moralización de la política, securitarismo, constante producción de pánico) y enemigos (los migrantes, las mujeres, etc.) y que también que da respaldo moral a la violencia que luego sucede de forma mucho más caótica.
Todo eso se relaciona con el último elemento fundamental para entender las transformaciones vividas en estos últimos 11 años. En mi opinión, el más grave y aquel al que habría que atender con mayor urgencia. La desarticulación casi absoluta del campo de la tecnopolítica. Las redes son hoy un espacio que se resume perfectamente con unos versos del últimos disco de Nacho Vegas: "Hicimos muchas cosas a la vez, pero ni una sola puta cosa juntos". El 15M es la alianza entre cuerpos, mentes y dispositivos tecnológicos de comunicación. Sin sincronicidad entre cuerpos, mentes y política lo que hay es una suerte de bombardeo de estímulos que golpean en la mente y se trasladan al cuerpo como estrés o agotamiento (como si no fueran dos caras de lo mismo). Sin sincronicidad no hay esfera pública autónoma de comunicación, no hay sentidos compartidos y lo que queda es la centralidad absoluta del fake, la banalización y el odio.
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No es cierto, por ejemplo, que no haya iniciativas sociales distintas, lo que no hay es un campo común que les de un sentido conjunto. Del pasado sábado a hoy sólo en Madrid pienso en la ocupación de un nuevo centro social en la ciudad y su desalojo, en una manifestación contundente de Revuelta Escolar y, por supuesto, una huelga en la sanidad.
Este texto no da cuenta de una derrota. Sino más bien de los titánicos esfuerzos para contener una insurrección popular. Esfuerzos que son parcialmente exitosos en algunos ámbitos y no demasiado en otros. Esfuerzos que no han sido capaces de detener la actualización y mutación de las luchas y los deseos, pero que sí dibujan un campo político de reacción y una amenaza. Los próximos diez años dependen, precisamente, de cuanto tengamos que combatir esa amenaza y cuanto podamos combatir por otras cosas mucho más importantes que esa amenaza, empezando por la transición climática.
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