Opinión · Otras miradas
Lo que la historia dijo de nuestra regla
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Que era una histérica, dramática o que estaba exagerando. Que si el estrés, que si eran los ovarios o las hormonas. Yo no soy gilipollas: sé diferenciar entre un dolor de estómago de un dolor menstrual”. Estos días no dejo de acordarme de la joven Olatz Vázquez, que falleció tras un retraso de diagnóstico de cáncer durante la pandemia pero, sobre todo, por lo que ella definía como “paternalismo machista”, por “ser joven y ser mujer”.
Y no dejo de acordarme porque, más allá de las condiciones de las bajas laborales con la menstruación que propone el Gobierno, lo que más nos ha asombrado a muchas estos días es esa capacidad de algunos hombres de opinar sobre nuestro dolor o ausencia de dolor con la regla, sin tener la más mínima idea sobre ello. Porque si además, de paso, podían hacer mofa del feminismo, era una oportunidad de oro.
La verdad es que no debe extrañarnos que algunos aún hoy se crean con la autoridad o potestad de liderar este discurso porque es lo que han aprendido entre generaciones de hombres durante siglos a través de una Ciencia o Filosofía donde ellos tenían la voz. Así, ellos han recomendado nuestras anticonceptivas, han legislado sobre el aborto o nos han puesto de locas con la regla, teniendo que asumir diagnósticos sin escucharnos o cuestionándonos. ¿Cómo no van a sentir que pueden seguir hablando por nosotras? Siguen hablando de la regla porque, durante siglos, ellos han dicho qué era la regla. Y la convirtieron en tabú desde los tiempos más remotos.
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Para Aristóteles éramos seres inferiores. Para Hipócrates, la sangre menstrual era un “producto deshecho” porque la mujer era muy “caliente”. Para Galeno lo mismo, pero porque éramos “frías”. Para Plinio el Viejo, las reglas hacían que el vino fuera agrio, las cosechas secas, o que las frutas se cayeran de los árboles. En la Edad Media, el flujo era venenoso. Entre medias, tachan nuestro deseo sexual de “Histeria” hasta 1952. El aparato reproductor masculino se conocía ya desde finales del siglo XVII y hasta bien entrado el siglo XIX no se empieza a acertar sobre el femenino, y aún hoy tenemos que seguir recordando que el clítoris no lo tenemos como adorno.
Simone de Beauvoir recordaba en 1878 una comunicación del British Medical Journal que decía: “Es un hecho indudable que la carne se corrompe cuando la tocan mujeres que tienen la regla”. En 1940, en pleno siglo XX, el antropólogo Ashley Montagu decía lo mismo que Plinio El Viejo sobre nuestra regla, en el siglo I. Que pasen diecinueve siglos para acabar igual… Mientras las feministas, empezaron a trabajar en quitar todo este imaginario colectivo y parece que hay que seguir en ello.
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Imaginad si se han dicho todas estas cosas sobre nuestra regla, qué se ha llegado a decir de la menopausia o de las mujeres que no tenían la regla y que ya eran tratadas como “inservibles” para la reproducción. Así, miles de mujeres han crecido durante la historia siendo negadas de sus males o enfermedades, siendo no escuchadas, siendo calladas por una “sabiduría” que no nos tuvo en cuenta. Así hemos aprendido de nuestras madres y abuelas todo el rosario de supersticiones que otros hombres han dicho de nosotras, desde impuras, a que se corta la mahonesa con la regla o que no hagamos deporte. Y fuera de nuestras fronteras, aún hoy una cantidad de mujeres en otros países son aisladas durante el periodo y repudiadas, incluso con riesgo para su vida.
Hemos crecido viendo cómo nuestras abuelas y madres (aún más en plena dictadura) hablaban de la regla en secreto con claves como “Antonio” o “Felipe”, porque solo quienes “sabían” del tema podían hacerlo de forma pública. Recordamos el comentario en voz baja de la menarquía o cómo todas las que hemos tenido dolores nos hemos sentido mal y con ganas de llorar cuando nos han incomprendido, lo que ha sido vivir etapas de nuestra vida cancelando viajes o evitando citas en “esos días” y haciendo cálculos mirando el calendario.
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Y así, llegamos a Olatz y lo que ella decía. Esa experiencia de que cuando decíamos que nos dolía la menstruación lo achacaban a otra cosa, y cuando era otra cosa, nos decían que lo nuestro era problemas de “hormonas” o “la regla”. Es justo ese paternalismo del que hablaba Olatz el que nos ha hecho que estos días tuviésemos que afrontar debates absurdos. Porque sienten, después de tantos siglos, que pueden. Hablamos muchas veces del mansplaining y no hay mayor mansplaining que este. Hombres sin regla hablándonos de qué es la regla. Algunos se quedaron en la etapa de Plinio El Viejo. Porque el patriarcado, por muchos siglos que pasen, no cambia.
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