Opinión · Otras miradas
En un periódico hablando de granos
@_leonera_
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Hará un mes que las mascarillas dejaron de ser obligatorias en interiores. Pocos días antes de que entrara en vigor la medida, leí algunos tweets sobre el problema que iba a suponer para muchas, pues la mascarilla había servido para cubrir inseguridades y hacernos sentir menos expuestas. Ante esta situación yo, una persona cuya relación más larga ha sido la que mantiene con el acné desde hace más de 8 años, decidí subir unas historias a Instagram mostrando mis granos y animando a la gente a seguir disfrutando de la vida a pesar de ellos -unos ánimos que no deberían tener sentido expresar-. Lo importante vino cuando las respuestas aparecieron.
A mi modo de ver, los modelos de conducta idóneos fueron los de mis colegas y amoríos del ayer y hoy que, como han hecho siempre y en cualquier situación, me llamaron “guapa”. Como estoy acostumbrada a que lo hagan en cualquier contexto, hicieron que sintiera su piropo como “uno más de muchos”. Un “guapa” coherente en cualquier momento de mi vida: cuando voy maquillada y cuando no. Entre las respuestas de aquellxs que jamás me piropearon pero que querían destacar esas fotos, agradecí mensajes del tipo: “Gracias linda por subir este contenido”, “Ten un buen día preciosa”, “me has dado fuerza para el día de hoy bella.” Eran mensajes de cariño e incluso algunos agradecidos.
El tema llegó cuando entre todas las bienintencionadas personas que me respondieron a mis fotos con acné, observé cierto patrón de comentario: Gente que nunca o casi nunca me había halagado empezó a responderme como si yo acabara de publicar que había liberado a un pueblo en guerra: “Enhorabuena”, “Así también eres preciosa”, “Menuda máquina”, “Ni te preocupes, eres guapa de todas las maneras”… Me pregunto qué estaban asumiendo todas esas almas cándidas con sus comentarios: ¿Que subir una foto donde se veía mi cara tal y como es suponía para mí uno de los doce trabajos de Hércules? ¿que después de haberme “atrevido” a subir ese contenido debía andar en un ataque de pánico? ¿que estaba “saliendo del armario” como persona que en realidad no era “tan guapa”? Sus mensajes eran todos buenos; pero como muchas veces sucede, no era tan importante lo que se decía como lo que implicaba lo dicho y, a mí, ciertos piropos me llegaban cargados del siguiente subtexto: Tener acné es algo significativamente peor que no tenerlo pero está bien que 1. tú seas consciente de este defecto 2. seas capaz de vivir feliz con él. Me planteo si estas maravillosas personas en algún momento barajaron la posibilidad de que yo, una chica con acné, pudiera estar convencida de que soy guapa. Después de años viviendo con mi cara, este es de hecho el escenario en el que me encuentro. Después de años viviendo con mi cara, leí esos comentarios, algunos con descrédito, otros con ternura; ahora bien, todos con consciencia de que en otro momento me hubieran destrozado.
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Sin embargo, no sufrí mucho aquel día porque, en primer lugar, yo me “puedo permitir” tener acné. Porque mi acné se percibe en esta sociedad patriarcal como “la tarita que me ha tocado a mí”; pero como algo perdonable porque no soy además gorda, ni tampoco vivo con una diversidad funcional, ni tengo una dentadura que no sea hegemónica… Porque con el cuerpo de las mujeres pasa como con los partes escolares: se nos permite acumular un cierto número de incidencias hasta que se nos expulsa.
También, puedo ser feliz y tener granos porque vivo rodeada de las mejores amigas del mundo. Con un poco de suerte y grandes dosis de esfuerzo, hemos construido un ambiente donde no solemos hablar de estética. Pero eso no quiere decir que no nos llamemos guapas las unas a las otras. Lo que sucede es que ninguna me comenta si me ven más o menos acné, tampoco ellas hablan de que “ya les toca” ir a hacerse una limpieza de cutis, ni les he escucho decir sobre otras chicas que “es pena que tengan granos, porque si no serían perfectas”. Vivir en este entorno me hace, en primer lugar, olvidarme de que tengo granos. En segundo lugar, asumirme a mí misma como un todo unitario. No soy “guapa a pesar de que tengo granos”, al igual que no soy “buena a pesar de que soy cabezota”. Mis amigas me transmiten que soy guapa y que, si hablamos de ello, pues sí, además de serlo tengo granos. Igual que soy buena y se asume de forma natural que puedo serlo siendo a la vez cabezota. No tengo que andar fraccionándome continuamente, volviéndome un mosaico de aquello que soy y que está bien que sea y aquello que sería mejor que no estuviera.
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Volviendo a las fotos que compartí, ese día también observé otro tipo de respuesta: La de hombres que jamás habían intentado ligar conmigo; pero que, de repente, manifestaban que no había nadie más atractiva que yo y, no sólo eso, sino que incluso intentaban seguir la conversación cuando yo les devolvía un “gracias”. Me pregunté entonces, por qué esos chicos no me habían halagado antes, cuando habíamos coincidido cara a cara o en cualquiera de las otras fotos que había subido. Casualmente ahora que yo, que además de ser una mujer con acné soy una mujer muy segura de mí misma, compartía algo que ellos estaban leyendo como una muestra de mis defectos y de mis fragilidades, entonces intentaban tomarse un café conmigo. Hace tiempo que decidí que entre mis preferencias sexuales no estaban los hombres que me perdonaban por existir tal y como existo; sino los que celebraban que de hecho lo hiciera de esa manera y no de otra. Entre mis fetiches no está la compasión ni el paternalismo. Para empezar, porque no me gusta; pero para seguir, porque sé dónde acaba esto. Si mayoritariamente me ofreces amor cuando me muestro vulnerable, entonces yo, que quiero sentir tu amor y ver pruebas de éste, comenzaré a manifiestamente en más ocasiones vulnerable que fuerte. Me volveré deudora de mi propio dolor, porque cuando me muestro alicaída es cuando más claro veo que me quieres. Cuando era adolescente se puso de moda en mi generación una frase que afirmaba: “Quien no quiso cuándo pudo no podrá cuándo quiera”. Esa mañana, ante la respuestas de esos conocidos a mi historia, pensé: “Quien nunca me piropeó cuando me saqué una foto con un vestido ceñido, el eye-liner hasta las orejas y una mirada capaz de comerme a cualquiera que me encontrara esa noche en la discoteca, no me piropeará solo cuando suba una foto a las 8 de la mañana con la cara lavada.”
Finalmente, tengo que reconocer la última clave del éxito en esta existencia feliz con espinillas. En la vida, me he quitado un gran peso de encima cuando he asumido que, en general, no hay nada completamente unilateral y que, en particular y en lo relativo a la belleza, aún menos. Aquí buscamos un auditorio potente, formación estética, amplitud de miras, capacidad para agrandar el deseo. No es cosa mía no resultar atractiva por tener granos, es cosa también del que mira. Me recuerdo una noche diciéndole a mis amigas: “Chicas, estoy convencida de que soy guapa; pero me da miedo que nadie pueda verlo porque de primeras se ven mis granos y eso ya genera rechazo, si sólo tuviera la certeza de que se van a quedar a mirar mi cara quizás me sentiría más cómoda, creo que mirando más rato estarían obligados a mirar más allá y verían que soy guapa”. ¡Ay mi niña!, yo misma me estaba dando las claves de todo. ¿Todo el tiempo que he pasado yo intentando cambiar mi propia cara? ¿Por qué no lo he pasado cuestionando y ampliando mi sensibilidad? Y, ¿por qué no lo ha pasado también el resto de gente?
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Ya no soy yo la que se siente todos los días de su vida corriendo una maratón por llegar a la meta -meta que consiste en tener otro cuerpo-, ya no vivo diciéndome: “más rápido, más rápido, que no llegas”. Ahora, me siento plácidamente, miro a los ojos a mi interlocutor y pienso: “El balón está en tu tejado.” A ver cómo me justificas tú a mí que no te parezco guapa porque tengo granos.
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