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Opinión · Otras miradas

Necesitamos relatos comunes del sufrimiento de nuestras víctimas

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Asistimos a un extraño espectáculo político estos días. La derecha reniega de la ley de memoria democrática, a la que acusa de dictatorial, y al mismo tiempo se apropia del recuerdo del terrorismo. En este espectáculo hay una triple incongruencia. Es incongruente defender una memoria común de ETA y considerar totalitario cualquier intento de promover una memoria similar para la dictadura. Es incongruente usar el terrorismo como arma contra el gobierno si se cree en una memoria común del terrorismo. Y es incongruente reclamar ostentosamente un relato compartido sobre ETA cuando si existe un relato compartido en España es el que se refiere a ETA.

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Un concepto empleado por los sociólogos del trauma cultural resulta útil para entender el lío de la memoria: la metanarrativa del sufrimiento. Se trata de un relato básico ampliamente aceptado por la sociedad acerca de un determinado evento o fenómeno histórico de naturaleza trágica o violenta. Puede ser una guerra, un genocidio, una dictadura o una catástrofe. El relato define a grandes rasgos qué es lo que pasó, quiénes son las víctimas, quiénes los perpetradores y cuál la relación entre las víctimas y el resto de la sociedad.

La metanarrativa del sufrimiento es una forma de lidiar con el trauma colectivo. No quiere decir que todo el mundo deba coincidir en todo y mucho menos que exista un único recuerdo de los acontecimientos. Lo que quiere decir es que nos podemos poner de acuerdo en lo básico. Siempre se habla de la metanarrativa de la Segunda Guerra Mundial como ejemplo de éxito. Y nos olvidamos de que en muchos lugares se está avanzando en la creación de memorias democráticas sobre aspectos mucho más divisivos, con frecuencia con el apoyo de leyes: es el caso del pasado colonial y racista en países como Australia, Canadá o Chile. En España no existe una metanarrativa de la Guerra Civil o de la dictadura. Pero sí respecto al terrorismo de ETA.

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El porcentaje de ciudadanos que defienden el terrorismo o lo justifican es mínimo. En una encuesta del Euskobarómetro en 2018, el 76% de los vascos consideraba que la banda debía pedir perdón a sus víctimas y el 81% que había sido negativa para el País Vasco. El relato compartido dice que la violencia de ETA ha creado un tremendo dolor y es injustificable en democracia.

La situación con la Guerra Civil y la dictadura franquista es bien diferente. Por eso el presidente del Vox, un partido que recibió el 15% de los votos en las últimas elecciones generales, puede defender en el parlamento algo insostenible historiográficamente: que la culpa de la Guerra Civil es del PSOE y su origen el asesinato de Calvo Sotelo. El mito franquista. Afirmaciones como estas dinamitan la posibilidad de que construyamos un relato compartido de la guerra y la dictadura.

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No tenemos ese relato porque los conflictos civiles y las dictaduras son especialmente complejas y porque en la Transición no se alentó una memoria del trauma, sino una metanarrativa de progreso. Pero también porque parte de la derecha, y más recientemente la ultraderecha, hacen todo lo posible para impedir que exista. Han conseguido dañar cualquier atisbo de consenso. Y lo cierto es que lo había: la última vez que el CIS preguntó sobre la dictadura, en el año 2008, solo el 6,9% de los encuestados asociaba el franquismo a sentimientos de nostalgia, orgullo o patriotismo. El 67,8% lo hacía con afectos negativos como la tristeza, la rabia o el miedo. Con la polarización afectiva actual, el resultado sería probablemente distinto.

Se puede negar la necesidad de memorias compartidas y relatos comunes. Esa sería la opción neoliberal que considera que no existe sociedad, solo individuos. Lo que no se puede es negar una memoria común para la dictadura porque atenta contra la libertad individual y después manifestarse y ponerse lazos por una memoria común del terrorismo, que además ya existe y está bien consolidada.

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Las metanarrativas del trauma resultan difíciles de construir pero son indispensables. Resultan difíciles de construir porque implican aceptar culpas, asumir responsabilidades y reparar daños. Son indispensables porque permiten crear sociedades más democráticas, más justas, más cohesionadas.

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