Opinión · Otras miradas
Cuando el antifascismo "perturba la paz"
Politólogo y militante de IU
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Jose Criado
Politólogo y militante de IU
Arrestadas y encarcelados durante más de siete horas “por perturbar la paz”. Eso es lo que, según el comisario de Policía Vandersmissen, hacíamos las más de 80 personas detenidas el pasado sábado en el centro de Bruselas durante una concentración pacífica contra la xenofobia, el racismo, la extrema derecha y el fascismo.
“Perturbar la paz”, según se puede leer también en el formulario que nos obligaron a firmar antes de meternos en una celda, y que fue la única explicación que recibimos una hora después de ser detenidos arbitrariamente, con los brazos atados con bridas y ser trasladados —sirenas, acelerones y frenazos incluidos— a la comisaría de Etterbeek.
Nuestra concentración en Bourse fue justo en el mismo lugar donde una semana antes un grupo de neonazis boicoteó violentamente un acto de repulsa del odio y de homenaje a las víctimas de los atentados del 22 de Marzo. Los mismos neonazis que convocaron una marcha el sábado por el estigmatizado barrio de Molenbeek bajo el lema “expulsemos a los islamistas”.
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Contra ellos nos manifestamos nosotros y nosotras, hasta que la Policía intervino y arrestó a todo aquél que le pareció sospechoso independientemente de si participaba en nuestra acción. “Estaba comiendo con mi novia, salí para ver qué pasaba y dos policías se acercaron, me inmovilizaron y me metieron en una furgoneta policial”, nos contó uno de los detenidos nada más entrar en la cárcel. “¿Y qué es eso del antifascismo?” preguntaba más tarde un joven belga de familia ecuatoriana, que nos decía que simplemente estaba en la Bourse “tomando unas chelitas, como me gusta hacer los sábados”.
Italianas, griegos, marroquíes, belgas, españoles, franceses, chilenas y ecuatorianos, cuyo único delito –ni siquiera el de todos- fue estar cantando “Bruselas, multicultural”, “De primera, segunda o tercera generación: todas somos hijos de migrantes” o “Bruselas antifascista”, en una plaza peatonal.
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Ochenta “hijas de migrantes de primera, segunda o tercera generación”, que en un abrir y cerrar de ojos vimos como, en un supuesto sistema democrático, nos privaban de nuestra libertad y se llevaban por delante buena parte de nuestros derechos.
Curioso, cuanto menos, que la Policía hiciera con un puñado de antifascistas en una concentración pacífica exactamente lo contrario que hizo con un grupo de violentos neonazis apenas una semana antes: arrestarnos y detenernos y de paso infundir más miedo en una sociedad ya de por si atemorizada. Curioso que los mismos que mandan cazas F-16 a bombardear Siria o firman acuerdos criminales con Turquía arresten a decenas de pacifistas por “perturbar la paz”.
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Pero no nos engañemos, no debe sorprendernos. Está cada vez más claro lo que entienden por paz los que muestran su solidaridad enviando buques de guerra, los que ordenan bombardear países para acabar con la violencia.
No nos sorprendamos de que arresten a personas por participar en concentraciones y manifestaciones pacíficas, pues no son sus bombas sino nuestros derechos y libertades las que perturban su paz. Esa paz de la que huyen las miles de personas que acaban muriendo en el mediterráneo o encarceladas en centros de detención en las fronteras.
Entonces, ¿debemos acostumbrarnos y guardar silencio ante el recorte cada vez más evidente de nuestros derechos y libertades democráticas más básicas? ¿Debemos quedarnos en casa mientras los nazis resurgen en nuestros espacios públicos, en las calles y en las instituciones, en las protestas y en las legislaciones?
No. Rotundamente no. Aunque nos detengan, la respuesta es no. Ni sorprendernos ni acostumbrarnos. Ahora más que nunca a la inmensa mayoría de la población, que compartimos valores y principios antifascistas, nos toca salir a la calle para mostrar un rechazo rotundo al racismo como camino para cerrar —con portazo incluido— las puertas de las instituciones y de nuestras sociedades al fascismo y la xenofobia.
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