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Opinión · Otras miradas

Cuando lo único a celebrar es que la derecha no te insulte

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La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y la portavoz de Unidas Podemos (UP) en la Asamblea de Madrid, Carolina Alonso, durante la serie de reuniones del Ejecutivo regional con los grupos parlamentario para el nuevo curso político.. E.P./Ricardo Rubio

Este miércoles dimos inicio al curso político reuniéndonos con Ayuso. Llegamos a la Puerta del Sol con tiempo y nos invitaron a esperar en un amplio salón presidido por un sobrecogedor retrato de la condesa Esperanza Aguirre. Un cuadro por valor de 14.000 euros para beneficio de uno de los pintores de cámara del PP, que nos recuerda lo necesario que fue el 15M para despertar y cuánto nos queda todavía por hacer para desalojar a unos privilegiados que usan las instituciones públicas como su cortijo privado.

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Cuando acabó la reunión con el representante del PSOE, recorrí junto a Ayuso una alfombra roja dispuesta como el Zendal —el hospital-escaparate vacío más caro del mundo—, es decir, exclusivamente para el honor y gloria de una presidenta que no ha dejado de cubrir con imágenes rimbombantes su pésima gestión.

Al final del pasillo, sentados en una mesa, se encontraban el consejero fiel a Casado que estuvo a punto de perder la cabeza, Enrique López, y el jefe de gabinete, también conocido por amedrentar periodistas o por sus imprudentes episodios nocturnos, Miguel Ángel Rodríguez. El encuentro duró cuarenta minutos, pero nos bastaron cinco para comprobar que aquella presunta reunión de trabajo no era más que otro paripé con el que lavar la imagen de Ayuso.

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Llegamos con propuestas y con preguntas muy concretas, más aún después de la experiencia del último encuentro (donde alcanzamos un acuerdo con Ayuso para aprobar una ley de infancia duradera y, por lo tanto, consensuada, pero que incumplió en cuanto tuvo la más mínima oportunidad). Los temas fueron surgiendo y para cada asunto que poníamos encima de la mesa, la presidenta tenía una ocurrencia, a cual más frívola.

Sobre educación, la bajada de ratios alumnos-profesor y la necesidad de que no vuelvan a quedarse 25.000 jóvenes sin plaza pública de FP, su respuesta fue que “el problema es que la gente ve Masterchef y se apunta por moda”.

Interrogada por el cierre de las urgencias en los centros de salud y el consecuente desborde de los hospitales, su diagnóstico fue que “el problema es que están saturadas porque la gente acude con 37 de fiebre en vez de tomarse un paracetamol”.

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Tampoco nos trasladó ninguna solución para los vecinos de San Fernando que han perdido sus hogares por una negligencia del Partido Popular. ¿Por qué? “Porque se han metido abogados”, dijo. Así retrata la presidenta  a su pueblo.

La misma pantomima que el año pasado.

Al salir, ya en la rueda de prensa, por las preguntas de los periodistas comprendimos que lo que más había trascendido de todas aquellas reuniones era una especie de pacto de no agresión entre Más Madrid y el Partido Popular, para rebajar la crispación y la bronca en los debates. Una bronca que se encarna exclusivamente en los insultos que nos dedica Ayuso. En los vagas, malcriadas, amargadas, mustias, mujeres de…, que llevamos escuchando cada jueves desde que comenzó la legislatura.

Y con la que está cayendo, con el otoño caliente que se nos viene. Con las movilizaciones que hay y que no dejan de aumentar, no se comprende muy bien cómo hay quienes se dan por satisfechos con un pacto que funciona exclusivamente como blanqueamiento a Ayuso y que la envuelve en un talante moderado y dialógico que ni tiene, ni quiere tener. Porque es ahí, en ese juego de espejos, donde la presidenta continuista de la corrupción y los recortes nos quiere a la oposición.

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Pero nosotras, ya lo adelantamos, no vamos a participar en un lavado de imagen a Ayuso mientras las urgencias sigan cerradas. Mientras se premie el trabajo basura. Mientras no se intervengan los disparatados precios de la vivienda, o no se proporcione un alivio a las familias, autónomos y pymes contra la inflación de los precios.

Porque la Comunidad de Madrid, gracias al trabajo de todos y cada uno de los madrileños y madrileñas, tiene dinero, incluso ha tenido más ingresos que gastos. Y se puede permitir acometer estas reformas, pero lo que no tiene sentido es que con la que está cayendo, la presidenta decida dejarse dinero en el cajón, en vez de invertirlo en el bienestar ciudadano. A menos que el único bienestar que persiga sea el de los suyos, el de esa minoría parásita que construye y rodea al PP cuando toca poder. Ya sea en forma de comisiones millonarias a primos y hermanos o de desguace y reparto de los servicios públicos vía privatización, adjudicaciones y sobrecostes.

Y esto es decir la verdad, aunque duela, aunque tengamos que aguantar insultos o debatir en el fango. Y no vamos a dejar de hacerlo porque es nuestra seña de identidad, y es mejor eso que bailar el agua a una presidenta, lady humo, que se ha hecho fuerte a base de mentiras y propaganda.

A los partidos de la oposición, los ciudadanos no nos han dado la confianza para hablar de nosotros mismos, o para quejarnos de los insultos que nos profiere Ayuso, sino para hablar de lo que de verdad importa. No para entrar a los capotes que pone la presidenta sino para dar la batalla cultural. Porque de lo que se trata no es de resistir sino de ganar para ampliar derechos, y para eso hay que hablar de los problemas que afectan a los vecinos y vecinas de la Comunidad de Madrid, que no son pocos. De lo contrario, por incomparecencia de la oposición, se le estará poniendo otra alfombra roja a Ayuso para 2023.

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