Opinión · Otras miradas
Trump, el semifascista
Profesor Emérito de Investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)
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Aun menguando a la mitad su carga retórica, el epíteto ha sido utilizado sin ambages por Joe Biden para descalificar a Donald Trump. Fascistas y comunistas son vocablos de uso frecuente en el Viejo Continente para zaherir a discreción a adversarios políticos reaccionarios o progresistas, generalmente en las dos bandas del espectro político. No ha sido parejo el caso de los USA, donde a lo sumo conservadores y liberales se han repartido los calificativos más comunes en la brega política y electoral. Con la irrupción política del multimillonario neoyorquino se ha trastocado la propia concepción de la democracia norteamericana. Y es que no todos los ciudadanos nacen iguales como proclamaba Jefferson, salvo quizá los propios MAGAs (Make America Great Again) partidarios de retornar a Trump a la Casa Blanca, por cualquier resquicio y oportunidad favorable a sus intereses. Incluso recurriendo a la 'guerra civil'.
Las turbas que asaltaron el Capitolio en enero de 2021 lo hicieron espoleadas tras la derrota electoral de su líder. Desde entonces Trump ha medrado a conveniencia para conseguir del Grand Old Party un renovado apoyo electoral que le aúpe en sus aspiraciones por volver a ser presidente. Ello dependerá de los resultados que obtengan 'sus' candidatos en las Elecciones de Medio Mandato que se celebrarán el próximo 8 de noviembre, y que pueden cambiar el color político del Capitolio, hasta ahora gestionado por el Partido Demócrata. Recuérdese que las elecciones suponen la renovación de la Cámara de Representantes (100% de los escaños) y del Senado (un tercio de la cámara alta), así como la elección de 34 de los 50 Gobernadores de estado en la Unión. A día de hoy todo está en el aire.
Ante tal panorama electoral, la estrategia de Biden consiste en confrontarse directamente con Trump sin mayores reparos versallescos. En un reciente acto electoral de recaudación de fondos en Bethesda, ciudad de la periferia de Washington DC (y donde reside mi nieto Adrián con sus padres), Biden comparó la filosofía del trumpismo y los MAGAs como de semifascismo, lo que ha desatado todo tipo de reacciones. Tales declaraciones han marcado no sólo el tono de la campaña electoral sino que muestra a un Biden más dispuesto al combate que al compromiso.
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Las habilidades de Trump como repartidor de futuros puestos institucionales a sus candidatos favoritos no han perdido un ápice de efectividad. Él es un maestro en pagar favores, lo que se conoce como la clientelista política del pork barrel; y ciertamente él no se olvidará de quienes, llegada la ocasión, apoyasen su eventual candidatura a la presidencia en 2024. Como tampoco habrá olvidado a los pocos que le dieron la espalda tras su derrota de 2020.
Con anterioridad a las últimas elecciones presidenciales, uno de los 'liberales más liberales' (terminología estadounidense) del panorama político estadounidense, Robert Reich, ex secretario de Trabajo durante el gobierno de Bill Clinton entre 1993 y 1997, y que formó parte del consejo asesor de transición del presidente Barack Obama en 2008, declaró que había añadido una nueva palabra a su vocabulario político respecto a Trump: “He evitado el uso de la palabra “f” durante más de tres años y medio, pero no hay ninguna alternativa”. Reich tuitó, acto seguido: “Trump is a fascist, and he is promoting fascism in America.”
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Hasta el momento, la gran mayoría de los candidatos apadrinados o bendecidos por Trump han conseguido ganar sus disputas intrapartidarias para convertirse en los candidatos al Congreso. Han contado, incluso, con el apoyo indirecto en las primarias de selección de algunos demócratas. Estos han pretendido evidenciarles ante el gran electorado de los median voters como extremistas inadecuados para el ejercicio de sus funciones institucionales. El tacticismo demócrata se ha plasmado en realizar campañas encubiertas para favorecer a candidatos trumpistas que piensan que serán más fáciles de derrotar el 8 de diciembre. Negacionistas y terraplanistas de toda especie y condición han saltado a la palestra electoral con las más grotescas observaciones. Valga como botón de muestra la comparación que Dan Cox, ganador de las primarias republicanas para el cargo de gobernador el estado de Maryland, hacía del registro efectuado por el FBI en la mansión de Trump en Mar-A-Lago en Florida. Según Cox, la perquisición de los documentos oficiales y de seguridad apropiados por Trump era una actuación propia de la Stasi en la comunista República Democrática de Alemania.
En USA, y en general en los países de tradición liberal anglosajona, se ha reforzado en los últimos tiempos la política del ‘ganador todo se lleva’ (winner-takes-all politics), según adelantaron en su estudio Jacob Hacker y Paul Pierson. Ello ha posibilitado la mayor divergencia en los últimos 50 años en la distribución de las rentas y el reparto desigual de las cargas fiscales en el mundo globalizado del capitalismo anglosajón. Ahora la influencia del ideólogo trumpista Steve Bannon vuelve por sus fueros. Podría argüirse que Bannon no es un fascista in strictu sensu. También podría aseverarse, aún en un lenguaje mediático provocador, que Benito Mussolini, fundador del Fascio italiano contemporáneo, tampoco lo era en un primer momento. Que se trataba de un agitador político pragmático que, tras su Marcha a Roma de 1922, se hizo con el poder del gobierno italiano con la aquiescencia de la monarquía de los Saboya y, años más tarde, impuso un régimen totalitario basado en el matonismo y el despotismo personalizado. Su posterior deriva como mamporrero de las atrocidades de Adolf Hitler, y corresponsable del peor episodio de la historia de la humanidad (Shoah), resta como testimonio inmarchitable de la banalidad del mal.
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Y es que como insistía Eichmann en su juicio de Jerusalén de 1961, “yo era un mandado que cumplía órdenes”. Animemos a que las clases subordinadas estadounidenses se movilicen el 8 de noviembre y evitemos el horror de un semifascismo en ascenso y potencialmente devastador. Amén.
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