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Opinión · Otras miradas

Petroleras: del “pelotazo” de la guerra al “pelotazo” del gasoil

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Plataforma petrolera. -Pixabay

Cuando a mediados de febrero Rusia, uno de los principales productores de petróleo, invadió Ucrania, los precios del petróleo se dispararon. Esa es una reacción normal, aunque también es habitual que ese tipo de subidas no suela mantenerse mucho en el tiempo, salvo que altere el volumen de reservas estratégicas, en cuyo caso tiene un efecto algo más perdurable.

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Cuando veíamos en televisión los carros de combate rusos avanzando, los norteamericanos y europeos decidimos declarar la guerra económica a Rusia. De todas las medidas, la más importante fue el embargo al petróleo, que amplificó el efecto de la guerra e hizo que el precio se desbocara, alcanzando en junio algo más de los 120 dólares/barril. No era el precio histórico más caro, en julio de 2008 estuvo por encima de los 130 dólares/barril, pero sí era el más caro en euros, por encima de los 115 euros/barril.

El resultado fue una subida también desbocada del precio de la gasolina y del gasoil y huelgas y manifestaciones de transportistas en muchas partes del mundo. En España, el gobierno reaccionó aplicando una subvención de 20 céntimos por litro, ya fuera gasolina o gasoil, de los cuales teóricamente 15 ponía el gobierno y 5 las petroleras. Obviamente en menos de una semana los 5 céntimos de las petroleras se habían evaporado, porque éstas utilizaron su poder de mercado para subir los 5 céntimos que tenían que pagar y así no poner nada.

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Que las petroleras den el “pelotazo” durante las guerras es lo habitual y la explicación es muy fácil. Se debe a que la demanda es rígida y las petroleras son un oligopolio colusivo que puede fijar los precios del mercado. Lo hacen siguiendo un sistema denominado “markup”, que consiste en aplicar un porcentaje de beneficio sobre los costes de producción. Si por ejemplo las tres petroleras refineras españolas (Repsol, Cepsa y BP) fijan un 10% de margen de beneficio sobre los costes y sus costes son 40.000 millones de euros, su beneficio será de 4.000 millones, pero si mañana sube el precio del petróleo y sus costes pasan a ser de 60.000 millones, entonces sus beneficios serán de 6.000 millones. O sea, sin mover un dedo habrían dado un “pelotazo” de 2.000 millones. Y esto va a ser así, sí o sí, mientras el oligopolio pueda controlar el precio de los carburantes. Ese es el “pelotazo” de la guerra.

Como a nivel mundial siempre hay posibilidades de sustituir unos productores por otros y como siempre hay vías internacionales para saltarse los embargos, el mercado de petróleo va amortiguando la subida de precios. En enero, antes de la guerra, el precio estaba en torno a 85 dólares/barril, ahora está en menos de 95 y bajando. En poco tiempo, como les gusta decir a mis colegas que se dedican a las finanzas, el petróleo estará en valores de “fundamentales”, lo que significa que alcanzará un precio coherente con la demanda global de la economía y el “pelotazo” de la guerra terminará. Las petroleras lo saben, por eso desde mediados de junio han decidido explotar otra vía de beneficios extraordinarios: subir el precio del gasoil.

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El gasoil tiene un coste de producción menor que el de la gasolina y además tiene un impuesto de hidrocarburos menor, por eso su precio suele estar en torno a 8 o 10 céntimos más bajo que el precio de la gasolina. Sin embargo, desde junio y sobre todo en las últimas semanas, el precio se ha invertido y el gasoil hoy cuesta entre 20 y 25 céntimos más que la gasolina, casi 30 céntimos más si incluimos la diferencia de impuestos.

Podríamos pensar que la culpa de esos 30 céntimos de más la podrían tener las importaciones, pues si no produjéramos el suficiente gasoil y tuviéramos que importarlo, habría que pagarlo en dólares y al haber subido el precio del dólar nos estaría costando mucho más caro. Pero eso tampoco es cierto. En España las tres petroleras con refinerías, Repsol (5 refinerías), Cepsa (3 refinerías) y BP (una refinería), cubren la demanda de gasolina desde los años 80 del siglo pasado y de gasoil desde 2012, de forma que exportamos más que importamos. Es decir, nos sobra gasolina y gasoil. No mucho, pero sobra, y esa situación se mantiene tras el comienzo de la guerra de Ucrania. (Los datos aparecen en la página de la Corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos, que controla el almacenamiento de reservas de productos petrolíferos). Por tanto, si exportamos más que importamos el precio del dólar no puede afectar al precio final del gasoil y las importaciones tampoco explicarían esos 30 céntimos de sobreprecio. En conclusión, el gasoil tiene un precio muy superior al que debería tener simplemente porque las petroleras lo manipulan. Se han abonado al nuevo “pelotazo”, el “pelotazo” del gasoil. Exactamente lo mismo que hicieron entre abril de 2008 y enero de 2009, en pleno colapso económico internacional, aunque ahora lo están haciendo más descaradamente.

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En definitiva, el problema es el que ha sido siempre: el mercado de combustibles no funciona eficientemente ni lo va a hacer nunca. Y eso nos lleva a la pregunta del millón: ¿qué hacemos con este mercado oligopolístico inflacionista y depredador, que desequilibra la economía en los momentos más difíciles y redistribuye perversamente, sacando injustamente el dinero del bolsillo de las familias y las empresas en el peor momento?

La Comisión Europea ha decidido actuar por la vía de gravar las ganancias de esos “pelotazos”, mediante impuestos a los beneficios extraordinarios. Esta solución, la menos intervencionista, pretende desincentivar el comportamiento depredador de las petroleras quitándoles parte del dinero ganado. Sin embargo, esa solución es ineficaz por tres razones: primero, porque no las desincentiva, ya que salvo que el impuesto a los beneficios extraordinarios sea del 100% ellos siempre ganarán; segundo, porque mantiene la redistribución perversa, el dinero rescatado lo recibe el Estado y aunque se intente no va a ser posible devolverlo a los que injustamente pagaron el sobreprecio; y tercero y más importante, porque como es una solución a posteriori no evita el efecto inflacionista, que es lo que en estos momentos más nos preocupa.

Lo que ha pasado es que la coalición liberal que ha gobernado económicamente la Unión Europea desde 1995 le ha visto las orejas al lobo y ha aceptado el mal menor de los impuestos sobre beneficios extraordinarios para lavar la cara y evitar las medidas verdaderamente efectivas. Ellos saben que para resolver de verdad el problema de las petroleras y eliminar los “pelotazos” hay que ir al origen y hay que acabar con el control de precios que ejerce el oligopolio, bien sustituyéndolo por un sistema de precios regulados o bien mediante la nacionalización de empresas, como Repsol, que en su día privatizaron. Eso va contra la concepción económica liberal y por eso lucharán para evitarlo. No obstante, la realidad económica es tozuda y seguirá mostrando que, en cada vez más aspectos, la concepción liberal es más errónea, más negativa para la economía de los países y más injusta.

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