Opinión · Otras miradas
La familia que hace daño
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Hace unos días leí a la escritora Sara Mesa decir que había que alejar el concepto de familia del ideal social, porque en ella convives con personas que pueden dañarte, y que “una familia puede funcionar como una secta. Y hasta que no se está fuera, no se es consciente de que lo que pasaba dentro no tenía nada de bueno”.
En televisión, se considera como “culebrón” o de “prensa del corazón” todo lo relacionado con los conflictos familiares. Y es transversal: desde familias reales, a la nobleza, cualquier otro famoso o las noticias de sucesos más anónimas. Pero no es solo un culebrón. Es el fiel reflejo de cómo las familias pueden dañar o perpetuar violencia con complicidad e intención. Y por eso, quien sale de la familia, es la persona atacada. Cuántas “ovejas negras” hemos escuchado, cuando lo único que hicieron fue enfrentarse a unas normas impuestas por otros para que la familia no se hunda.
Para no herir a nadie aclaro desde este párrafo la fortuna de que la mayoría de las familias no son conflictivas ni problemáticas. Todas tienen sus discusiones, y aún así son fuente de apoyo y de sostén emocional, económico y de otra índole para muchas personas. Las familias, en un buen porcentaje, son las tablas de salvación y la única ayuda ante los apuros. Las crisis que afrontamos lo demuestran. Pero hay que reconocer que, a veces, el problema puede ser también la familia y que por pertenecer a ella cuesta más trabajo salir.
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Porque en la familia entran también todos los tipos de violencia y, ojo, la más delicada, porque es la que vemos desde la infancia. En ella se aprende de todo: las relaciones de poder o de sumisión, las reglas de obediencia, las desigualdades en la pareja o descendientes, la figura patriarcal, la negación o el autoengaño, la luz de gas donde toda la familia parece ponerse de acuerdo para negar lo que dices, la falta de ayuda o de comprensión, el daño a la autoestima, el hacerte pequeña frente a alguien, las situaciones de abuso, la presencia del alcohol o de otras sustancias, el mantener el estatus a toda costa, peleas por dinero y herencias, denuncias sin sentido, ridiculizar orientaciones sexuales, la violencia parental, o de los hijos a las madres o padres… Es el núcleo de traiciones y de conversaciones más tóxicas posibles porque dicen que por ella hay que aguantar todo, como la secta que decía Mesa, con sus normas de las que no te puedes salir o te espera una buena.
Cuando se busca en Internet el concepto “familia” en los contextos de violencia, más que localizar estos análisis, en los primeros resultados lo que aparece es al revés: las hipotéticas “amenazas” sociales a la “familia”, que pueden llevar incluso a su desaparición. Y ese es el error. La idea de santificar a la familia, de romantizarla a toda costa, de considerarla como algo sagrado, cuando puede ser uno de los espacios más asfixiantes para el desarrollo personal.
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Tradicionalmente, quienes defienden la familia a cualquier precio, acusan al feminismo de ello. Pero el feminismo no rechaza a las familias. Su historia demuestra que toda su lucha ha sido justo por evitar la violencia dentro de las familias, la de asumir la diversidad y tomar conciencia de que es el espacio donde se pueden aprender la mayor de las desigualdades.
Por eso, en este tema de la familia hay que tener mucho cuidado porque conozco a muchas víctimas de violencia hacia menores con abusos sexuales porque quienes les agredieron fueron sus padres, abuelos, tíos o primos… y por ello, nadie les ha creído y no podían decir nada. Y conozco a otras muchas víctimas de violencia de género que han visto cómo sus familias les han dado la espalda: negando sus vivencias, sin ayudarlas, abandonándolas, hablando mal de ellas, sin entenderlas aún mostrando sentencias a su favor, responsabilizándolas de la violencia recibida, revictimizándolas, aislándolas, … y, lo peor de todo, apoyando a su maltratador.
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Para terminar quiero recordar que todo esto no es ajeno a los ojos de quienes tratan con ello. Recuerdo una sentencia del Tribunal Supremo: el caso de una mujer a la que el entorno machacó, donde incluso sus paisanos y paisanas declararon a favor del acusado, organizando eventos para apoyarle y cuestionaban siempre a ella, lo que le hizo pedir ayuda más tarde de lo necesario. En aquel fallo, el Alto Tribunal ya alertaba de la situación de “soledad y vulnerabilidad”, del "silencio cómplice" y del "acoso cómplice" que cae como "una losa" en la víctima "cuando quiere denunciar y no encuentra ayuda". Por eso, lo que sucede en los entornos familiares no puede ser entendido como un culebrón, sino como un problema social que demuestra cómo salir de una familia puede ser la mejor de las terapias. No hay que aguantar todo.
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