Opinión · Otras miradas
Pobreza salarial: no es la crisis, es el modelo económico
Secretario General de CCOO Construcción y Servicios
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Vicente Sánchez
Secretario General de CCOO Construcción y Servicios
La crisis tiene un efecto devastador sobre el empleo, fácilmente constatable en el día a día de aún demasiadas personas y familias, pero también tiene consecuencias en el reparto de la riqueza. Así lo demuestra el Informe de Contabilidad Nacional que publicado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) a finales de febrero con los datos del último trimestre de 2015. Los datos que emanan del mismo revelan que desde el comienzo de la crisis las rentas salariales pierden 2,8 puntos del Producto Interior Bruto (PIB) en el reparto de la riqueza nacional (unos 28.000 millones de euros). El peso de los salarios en el PIB (509.894 millones) cae hasta el 47,2% en el último trimestre del año. Por el contrario, los beneficios empresariales han seguido sumando, en concreto 0,9 puntos (unos 9.000 millones). De hecho, las cifras muestran que mientras la remuneración por asalariado está creciendo a un ritmo anual del 0,9% (cuarto trimestre de 2015), los beneficios empresariales están aumentando un 3,5%. Es decir, en resumidas cuentas, la Contabilidad Nacional pone de manifiesto algo tan obsceno como que mientras que las élites han estado exigiendo moderación salarial, estaban incrementando sus beneficios.
A ello se suma que en el momento actual más que salir de la crisis, sus efectos se están instalado en nuestra economía. Una parte fundamental de éstos vienen dados por el paro de larga duración, que lejos de reducirse se vuelve crónico. Según la última Encuesta de Población Activa el 44,5% de los parados lleva dos o más años sin encontrar un puesto de trabajo, pero si se añade a quienes llevan más de un año, nada menos que el 60,7% de los parados se encuentra en esa situación.
Según las estimaciones de Analistas Financieros Internacionales (AFI), el incremento experimentado por la tasa de paro entre 2007 y 2015 de 14,2 puntos es responsable de una reducción del PIB potencial de 6,9 puntos. Es decir, el paro, cuando se hace crónico, reduce la capacidad de crecimiento de la economía. Así, cada vez hay menor crecimiento económico y menor y peor empleo, y ambos parámetros se retroalimentan atrapados en un círculo vicioso.
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De hecho, la situación es aún más grave en tanto que la competencia con los países emergentes lleva décadas reduciendo el peso de los salarios en todos los países desarrollados. Además, tampoco hay que olvidar que a medida que las nuevas tecnologías hacen que las maquinaría sea más asequible y eficiente, las empresas siguen sistemáticamente reemplazando trabajo por capital, amortizando la diferencia. Todo esto tiene consecuencias y se plasma en datos: a mediados de los ochenta las nóminas llegaron a suponer más del 57% del PIB, unos 10 puntos más que ahora, un auténtico escándalo teniendo en cuenta que había casi la mitad de asalariados que ahora. Concretamente, en 1986 había 7,997.900 asalariados en España, mientras que en el último trimestre de 2015 eran 14,989.000.
El conjunto de datos, por lo tanto, indican que la mayor parte de las ganancias de productividad de los últimos 40 años, y especialmente durante las crisis, van a parar exclusivamente a manos del capital.
Esta situación, que se produce en mayor o menor medida en todos los países de nuestro entrono, es aún más grave en el caso de España. Según un informe del Consejo Económico y Social (CES), en el caso español la pérdida de peso de la remuneración de asalariados respecto del PIB tiene mucho que ver con una economía centrada en sectores de baja productividad, de escaso valor añadido e intensivos en mano de obra poco cualificada. Es decir, como muchos han dicho ya, el “milagro económico” durante los años de bonanza consistió en gran medida en la creación de empleo en sectores con salarios inferiores al promedio y/o de baja cualificación.
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A pesar de este panorama tan desolador, tenemos una oportunidad de hacer un punto de inflexión y comenzar un círculo virtuoso. Desde CCOO Construcción y Servicios venimos defendiendo un arquetipo de Estado en el que se mejoren y modernicen determinadas infraestructuras que nos permita convertirnos en un referente de turismo de excelencia. En este sentido, defendemos la necesidad urgente de mejorar las infraestructuras del agua, reduciendo las pérdidas actuales y minimizando los vertidos a través de plantas de tratamiento y depuración; acciones que fomentarían un turismo de mayor calidad a la par que potenciarían la agricultura. También apoyamos las inversiones en infraestructuras para el tratamiento integral de residuos con nuevas plantas de reciclaje y compostaje. Todo ello es vital para la protección de la biodiversidad, eje prioritario para convertir nuestro Estado en ese destino turístico de excelencia al que aspiramos.
Igualmente, defendemos la reducción del consumo energético con la rehabilitación de edificios, actividad que sacaría del paro a miles de trabajadores cualificados, y que mejoraría la calidad del aire de las ciudades y la habitabilidad de las mismas. Especialmente significativas son aquellas obras necesarias para dar soluciones al constante y pronunciado envejecimiento de la población en las próximas décadas, tales como incorporar rampas de accesos a todo tipo de edificaciones y servicios, así como la construcción de residencias y centros de día.
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En conclusión, es posible si realmente esta especie de combate por el reparto de la riqueza quedase relegada y de verdad hubiese la convección y el carácter político para garantizar la mejora de nuestra sociedad. De lo contrario, los llamados "papeles de Panamá" sólo significarán otra pequeña vergüenza para unos pocos, sin entrar en cómo se llega a esta situación. Una parte de la respuesta a esta pregunta es lo que aquí expuesto.
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