Opinión · Otras miradas
Ainhoa en los márgenes de La Modelo
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Hacía tiempo que la cartelera cinematográfica no nos ofrecía tan buenas y bonitas coincidencias. La casualidad hizo que se juntaran en las salas varias historias que hablan de lo que a algunos les molesta que se hable. Historias cuyos protagonistas enseñan otros mundos habitualmente ajenos a los productos de masas y a los medios de comunicación mayoritarios. Relatos molestos, a pesar de ser más que cotidianos y bien sabidos, pero cuyo marco no suele encontrarse en la versión oficial de la historia.
Los laterales del velódromo de Anoeta llenos a rebosar en un habitual día lluvioso en Donostia, mientras la Borken Brothers Brass Band ameniza la espera y se suceden los reencuentros y los abrazos de gente llegada de diferentes ciudades y países. Algunos ya pasaron por aquí hace veinte años para asistir al concierto de despedida de Negu Gorriak, reunidos tras su separación para celebrar la victoria judicial sobre Enrique Rodríguez Galindo, el general de la Guardia Civil que los demandó por la letra de la canción Ustelkeria (podredumbre), en la que se denunciaban los vínculos de este miembro del GAL con el narcotráfico. Galindo sería condenado a más de 70 años de prisión por el secuestro, las torturas y el asesinato de Lasa y Zabala, aunque tan solo cumpliría cuatro al ser excarcelado por supuestos problemas de salud.
La heroína inundaba de manera exagerada e impune los barrios obreros, y se cebó con la juventud de aquellos años. Black is Beltza II: Ainhoa, el film de Fermín Muguruza que se estrenó en Anoeta el 23 de septiembre de este año, cuenta a través de sus personajes el daño que hizo la droga, y cómo los servicios secretos de varios países se sirvieron de esta para comprar voluntades, financiar sus operaciones e intentar destruir a la insurgencia, condenando a muerte a toda una generación. La película de animación, la segunda parte de esta saga, nos pasea por medio mundo y por las revoluciones y los movimientos revolucionarios de los años 80, desde el Líbano hasta Argelia, pasando por Cuba o Afganistán, sin perder nunca el eje vasco que atraviesa todo el film, y que pone, además, la mayor parte de su banda sonora. Hace semanas que se proyecta en varias salas de todo el estado, y está ya en las listas de varios festivales internacionales.
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Pocos días después, las imágenes de decenas de personas exhibiendo pancartas, abrazándose, riendo y llorando en las salas de cine, volvían a inundar las redes sociales. La película En los márgenes, dirigida por Juan Diego Botto y escrita conjuntamente por la periodista Olga Rodríguez, ponía en el centro de su historia el problema de la vivienda, la indolencia institucional y su pantanosa burocracia con los más vulnerables, y cómo vecinos y vecinas se unen para combatir juntos, parar los desahucios y apoyarse los unos en los otros cuando sus mundos se derrumban. Desde su estreno, hace menos de una semana, los medios generalistas se ven obligados a hablar de desahucios cuando comentan el film, y parece que, por un instante, el marco perverso de 'la okupación', que salpica la mayor parte del menú mediático, se topa con este contrarrelato que ofrece esta magnífica obra de una realidad tan común.
Sus protagonistas, además, son miembros de estos colectivos, mujeres y hombres que han luchado y continúan luchando en sus barrios. Los artífices de la película contaron con ellos desde el principio, acudieron a sus asambleas, a sus hogares, se hicieron amigos, compartieron sus sueños, penas y alegrías. Esto se nota, no es un film desde la distancia ni la arrogancia que algunos directores muestran cuando pretenden explicar algo sin contar con sus verdaderos protagonistas. Juan Diego y Olga han conseguido que cualquiera que vea esta película entienda qué lleva a la gente corriente a unirse, a luchar y a ayudarse cuando las instituciones les dan la espalda y el sistema intenta deshacerse de ellos.
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Por si fuera poco para estos días, los cines ofrecen además otro film que rescata otra historia de luchas y denuncias. Se trata de lo que sucedió en las prisiones de este país a los pocos años de la muerte de Franco, más allá de la amnistía a la mayoría de presos políticos. Una historia de las cárceles, pero no de esas historias que habitualmente llegan salpicadas por los tópicos habituales que envuelven los conocidos como 'dramas carcelarios'. Esta vez, el director Alberto Rodríguez ha sabido esquivar muy bien estos marcos para contar la historia de la COPEL, la Coordinadora de Presos en Lucha, que se gestó aquellos años y que denunció la falta de derechos que siempre ha existido en estos agujeros negros de las democracias. Modelo 77 cuenta lo que sucedió en la cárcel Modelo de Barcelona, en medio de la ciudad, donde vecinos podían oír a los presos, y los presos podían ver y oír a los vecinos más allá de los muros. Un agujero negro, como tantos que hoy existen, rodeado de edificios y carteles publicitarios con luces de neón.
A pesar de lo jodido de estas historias, lo que subyace en todas ellas, lo que ofrecen estas tres películas que hoy coinciden en salas, son historias de solidaridad, de ternura y de lucha, más allá del drama que las atraviesa. Son miradas que esquivan el regocijo en la miseria, en la resignación y en el nihilismo, y ofrecen soluciones y alternativas más que dignas. Son los valores que todas ellas transmiten lo que las hace grandes, necesarias. Es la determinación de Ainhoa para arriesgar su vida por las causas justas que defiende. Es la perseverancia de los vecinos y las vecinas en ayudarse cuando los bancos acechan a cualquiera de ellos, las instituciones les dan la espalda y la policía los golpea y los echa de sus casas. Es la dignidad de los presos comunes que se niegan a perder su humanidad cuando los recluyen en la oscuridad y los privan de muchos más derechos que su libertad.
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Tenemos grandes directores, guionistas, actrices y actores que han entendido el cine como una herramienta de concienciación y transformación social, de denuncia y de utilidad pública, no como un simple entretenimiento. No es de extrañar pues, que haya habido algunos intentos de boicot y desprestigio contra ellos, y contra el mundo del cine en general, por parte de los de siempre. Por esto, la mejor contribución que podemos hacer es ir al cine. Ir a verlas. Hablar de ellas. Generar debate y tomar partido. Presten atención a lo que cuentan estas películas, porque muchas de estas grandes y pequeñas revoluciones siguen en marcha. Algunas lejos, pero otras bien cerca, en tu barrio, en las asambleas de vecinos, en el centro penitenciario de las afueras. Y mientras, como cantaba Íñigo en Joxe Ripiau, nos vemos también en el Cinema Paradiso, este lugar donde se forjan los sueños.
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