Opinión · Otras miradas
La diversidad del pecado
Ilustradora y dibujante de cómics
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Siempre he tenido miedo a explorar las zonas más oscuras de mi mente porque temo descubrirme como un monstruo. Durante mucho tiempo he pensado que asomarme a ese abismo descubriría la impostora que soy, pero al final todo forma parte de un teatro y me doy cuenta de que, a pesar de esas sombras, soy una persona que tira hacia la luz, como Caroline.
Quizás por eso, por ese miedo a que los demonios acampen en el pecho, encuentro un placer culpable en mirarlo a los ojos y recrearme en sus detalles. Como si fuera una galería barroca, me gusta la artificiosidad de sus pinceladas que son puñal y sangre roja. El eros y el tánatos, supongo.
Ese gusto por lo macabro que tenemos las personas que disfrutamos del True Crime es una atracción fatal y compulsiva hacia bajas pulsiones. Nos convertimos en cómplices morbosos adictos a esa violencia motivada por una fascinación hacia la mente humana, por una incredulidad por otra y también por una permanente búsqueda a un por qué que no llega jamás.
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Reconozco que soy una de esas espectadoras que ha disfrutado la serie Monster: The Jeffrey Dahmer Story, el biopic producido por Ryan Murphy sobre el asesino en serie que conmocionó a la sociedad americana por su bestialidad durante los años 80. Mucho he leído sobre la serie en Twitter, en su mayoría comentarios negativos por lo explícito de su contenido pero no lo comparto en absoluto. Monster no es solo la historia de Dahmer y su violencia, sino una ficción comercial que plantea por primera vez el relato desde la perspectiva de las víctimas. Esto es lo sorprendente de su propuesta.
Así, Dahmer no es sólo la romantización del que ejerce la violencia, también es cuestionar hacia quién va dirigida. En su lucidez, Murphy plantea la perspectiva de clase y raza, sorprendiendo con relatos como los de la víctima con sordera Tony Hughes, amigo durante casi un año del que luego será su asesino. Si bien la historia peca a veces de ese buenismo naif que me exaspera en el guionista y productor estadounidense, la aparición de este personaje contribuye a que haya escenas que se desarrollen en lenguaje de signos, algo insólito (y necesario) en una serie comercial. También sorprende y maravilla la actuación de Niecy Nash como Glenda Cleveland, la vecina de Dahmer que alertó en numerosas ocasiones a la Policía sobre el olor y los ruidos que provenían del apartamento del asesino. Ambos episodios dan nuevos enfoques y posibilidades que le dan un soplo de aire fresco al género.
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A los que la acusan de morbosa solo puedo rebatirles apelando a lo obvio: la crueldad es el pilar fundamental de este tipo de ficciones, no pueden construirse sin esas sombras. Además, lo más interesante de Monster es que pone el foco en otras partes del relato que tradicionalmente no han sido escuchadas como la clase, la diversidad sexual y el racismo.
Al abismo hay que seguir asomándose, pero también darle la espalda y cambiar el foco. Ver el paisaje completo, la luz, los grises y las sombras, una panorámica del dolor ejercido y del sufrido. Entender las circunstancias, el origen y a las víctimas para comprender como el sistema es responsable también de nuestra propia oscuridad. Construir de nuevo, rehacer las historias.
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