Opinión · Otras miradas
¡Qué rica era la sombra que había a su lao!
Periodista político y presidente de la Junta Rectora del Parque Natural Los Alcornocales
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Jorge Bezares
Periodista político y presidente de la Junta Rectora del Parque Natural Los Alcornocales
Contaba Félix Grande que la vida llega un momento en que se convierte en un campo de minas en el que van cayendo amigos y familiares… hasta que le toca a uno, claro.
Hace unos meses una de esas minas me explotó en el corazón. Mi madre, casi nonagenaria, decidió conmemorar el Día de la Mujer Trabajadora dándose de baja definitivamente. Tuvo una vida larga y feliz y una muerte corta y digna. Y por eso mis lágrimas esbozaron medias sonrisas recordando aquellos años de pan, azúcar y aceite, paños tibios contra la fiebre y castigos de cuarto y mitad acompañados de alpargatazos al aire, fingidos, impostados, casi cómicos.
Anita, mi madre, tardó cuatro largos años en despedirse. Se marchó cuando se cansó de pedir unos pañuelitos, un poquito de pescado, dos de sus reclamos preferidos para hacernos llegar que estaba aún viva.
Tres meses después, otra mina de ese empedrado donde antaño jugábamos sin miedo ni temores me ha estallado en las manos, en el corazón, en el cerebro, en todos mis órganos vitales.
Pilar Casanova, una amiga imprescindible, se nos ha marchado casi sin poder despedirnos de ella. Una rusca sigilosa y criminal nos la ha arrebatado en un suspiro, dejándonos desahuciados, sin su risa irónica, sin sus palabras justas, sin sus caricias con la palma de la mano, sin sus sabios consejos, sin nada de nada, en pelota picada.
Un caudal de lágrimas llora ese vacío, esa orfandad que representa su sueño eterno, el sueño eterno de Pilar.
Espero que pronto este dolor deje paso a la memoria, que será la encargada de guardar a Pilar para siempre en el fondo de nuestros corazones.
Entonces, regresaremos a aquellos años entrañables que unos y otros, todo el ejército de familiares y amigos, compartimos con Pilar en Barcelona, Moscú, Washington, Asturias, Cádiz, Sevilla o Madrid.
Yo coincidí con ella en dos etapas bien diferentes. En Cádiz, en Diario de Cádiz, la llegada de Pilar, acompañada de Carlos Enrique Bayo, supuso un huracán de aire fresco y buen periodismo. Y de atardeceres de ensueño y fuego y de anocheceres eternos de manzanilla y levante en calma.
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En Madrid, muchos años más tarde, me reencontré con Pilar y Bayo. Retomamos las tertulias de casi almuerzo-cena sobre nosotros, sobre un oficio en vías de extinción.
En estas dos etapas diferentes, Pilar siempre me trasladó sosiego y seguridad, y un puntito de alegría. Nunca supe por qué, pero anoche escuchando a Javier Ruibal para aliviar su partida más allá del rompeolas lo descubrí de repente: ¡Qué rica era la sombra que había a su lao!
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