Opinión · Otras miradas
La violencia que no ves
Filósofo de la UIB y del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra
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Los datos sobre feminicidios fuera de la relación de pareja o expareja dados a conocer hace unas semanas por el Ministerio de Igualdad revelan la urgente necesidad de seguir ampliando la mirada sobre la violencia patriarcal. A pesar del avance que supone la incorporación de nuevas categorías de análisis en la estadística oficial (violencia familiar, sexual, social y vicaria), el marco conceptual no es suficiente. Se deja fuera de foco toda una densa y extensa red de violencias que son también parte del entramado patriarcal. Entre ellas, la violencia institucional consentida o ejercida por el Estado de múltiples formas: mediante el racismo que criminaliza a las migrantes y desplazadas forzosas en situación administrativa irregular; mediante la justicia patriarcal que, como en su día mostró el caso Juana Rivas, padecen las mujeres privadas del ejercicio de la maternidad; mediante el capacitismo que levanta barreras (físicas y simbólicas) que aíslan a las mujeres con discapacidad; o mediante la LGTBIQfobia que se ceba con quienes desobedecen los mandatos sexo-genéricos, por citar algunos ejemplos.
Si el feminismo busca comprender y transformar las diferentes formas de violencia que se ejercen contra las mujeres, es preciso ampliar cuantitativa y cualitativamente la mirada sobre la violencia feminicida. Ello requiere examinar su afinidad estructural con otras formas cotidianas de violencia. El asesinato de mujeres como Berta Cáceres (Honduras), Marielle Franco (Brasil) y Jéssica Martínez (Ecuador), entre muchas otras, no fue solo resultado del ataque violento del poder patriarcal contra activistas que osaron desafiar abiertamente las formas masculinas de poder. Fue también consecuencia de la reacción encadenada del poder racista, heterosexista y clasista.
Reflexionemos por un momento. ¿Por qué todavía hoy, a pesar de los denodados esfuerzos del feminismo por desmontar el mito del amor romántico, tantas niñas y adolescentes siguen incubando el sueño del príncipe azul? ¿Por qué hay quienes se oponen reaccionariamente a la educación afectiva y sexual en las escuelas e institutos alegando que lo que se pretende es adoctrinar y sexualizar a los menores, cuando en realidad lo que se busca es ofrecerles instrumentos para, entre otros aprendizajes útiles, prevenir el abuso infantil y la transmisión temprana de ETS? ¿Por qué tanta resistencia, incluso entre ciertos sectores considerados progresistas, ante el reconocimiento legal de los derechos de las personas trans y de género no binario? ¿Por qué determinados centros comerciales siguen separando los juguetes por sexos (videojuegos, motor y armas para los niños, cuidados y trabajos domésticos para las niñas)?
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Las razones, sin duda, son varias y dependen de cada situación, pero lo que subyace a todas estas preguntas es la alianza del patriarcado con otros sistemas de opresión a fin de perpetuar discursos e imaginarios que legitiman el prejuicio y la violencia en sus diferentes expresiones. Por ejemplo, la parafernalia que implica la organización y celebración de una boda heterosexual convencional (el vestido de novia, el banquete y el reportaje de boda, el viaje de luna de miel, la tiranía de la belleza, etc.) es una imposición interesada de la sociedad mercantilista y patriarcal que refuerza el mito sexista del amor romántico y los estereotipos de género, como el de que si eres mujer y no te has casado ni tenido hijos en la treintena terminarás siendo una solterona. Una mercantilización de la que, por cierto, tampoco se han librado los matrimonios homosexuales. De manera análoga, los discursos negacionistas que consideran a las mujeres trans hombres travestidos de mujer o que reducen superficialmente las identidades de género no binarias a una moda o a un capricho subjetivo son un síntoma de transfobia.
El principal peligro de la mirada estrecha sobre las políticas de género es que ofrece una imagen muy parcial e incompleta de la realidad, una imagen fragmentada que despolitiza e invisibiliza otras formas de violencia contra las mujeres, lo que dificulta su identificación, prevención y eliminación. Por suerte, la realidad en la que vivimos siempre es mucho más compleja que la que habitualmente nos muestran las estadísticas, los centros educativos y los medios de comunicación. De ahí la necesidad de expandir la mirada incapaz de captar tantas historias de dolor, lucha y resistencia. Audre Lorde lo advirtió con su famosa frase “las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo”. Con ella lanzaba el reto de buscar desde las políticas públicas, el activismo feminista y la academia herramientas alternativas de análisis para visibilizar las discriminaciones que actúan en conjunto; el desafío de enriquecer nuestra mirada social con otros saberes y experiencias en lucha contra tanta violencia invisible y normalizada.
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Mirar no es solo un acto cognitivo, es también un acto ético y político: un acto de reconocimiento (o no) de los demás. El poder de la mirada puede utilizarse tanto para nombrar, discriminar y jerarquizar como para respetar (de hecho, la palabra respeto etimológicamente significa volverse atrás para mirar con detenimiento). Como escribe C.S. Lewis en una de sus célebres novelas fantásticas: “Lo que uno ve y oye depende mucho del lugar donde esté, y también del tipo de persona que uno es”. De este modo, las preguntas que se imponen son: ¿desde qué lugar (institucional, social, político, etc.) observamos los feminicidios y otras violencias involucradas?, ¿qué clase de sociedad queremos ser frente a esta realidad?
Particularmente, trato de ver el mundo y de situarme en él con la mirada atenta, renovada y curiosa a la que nos invita Fernando Pessoa en el poema Mi mirar, cuando en sus primeros versos afirma: “Mi mirada es nítida como un girasol. / Tengo la costumbre de andar por los caminos / mirando a derecha y a izquierda, / y de vez en cuando mirando hacia atrás… / Y lo que veo a cada instante / es algo que nunca había visto antes, / me doy perfectamente cuenta. / Sé provocarme el asombro esencial / que experimentaría un niño si, al nacer, / reparase de veras en que nacía… / Me siento nacer a cada momento / a la eterna novedad del mundo”.
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