Opinión · Otras miradas
Eje París-Berlín, luchar para no perder su sitio
Profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos en la UCM
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Últimamente casi todo tiene que ver con la geopolítica, pero en el caso de las relaciones París-Berlín esto no es una novedad. Es un hecho de sobra conocido que la relación entre Francia y Alemania ha sido el motor del proyecto de integración europeo desde sus orígenes. Después de tres guerras en menos de 75 años, ambos decidieron enterrar el hacha de guerra, algo que se concretó en la creación de las Comunidades Europeas en 1957, primero, y más tarde con el Tratado del Elysée en 1963 entre De Gaulle y Adenauer. Estos acuerdos otorgaban a Francia la iniciativa política, el control sobre la política agrícola común, y el mantenimiento de sus vínculos poscoloniales en África sin interferencias. Por su parte, Alemania apostaba por su potencia industrial junto con un compromiso europeo, pero también atlantista. Con estos acuerdos y la confianza entre las partes quedaban sentadas las bases de lo que hoy se conoce como la Unión Europea.
Pero más allá de los equilibrios internos en el marco europeo, cada uno siguió su camino. De este modo Alemania, una vez realizada su reunificación, desplazaría todo su eje geopolítico hacia el Este europeo, incluidas Rusia y China, con las que a lo largo de los años estableció unas relaciones económicas, energéticas en el primer caso, comerciales en el segundo que se han mantenido y reforzado a lo largo de los años, al menos hasta febrero de 2022. Por su parte Francia no consiguió, tras los gobiernos de Mitterrand, avanzar en la construcción de una Europa cada vez más “francesa” sostenida sobre un modelo más keynesiano y social, un fracaso que ha llevado a la irrelevancia política al Partido Socialista y al Partido Republicano tras las distintas crisis que han asolado a la UE.
Y en esta tesitura, la llegada de Macron al Elyseo, la salida de Merkel y la formación de un Gobierno de coalición a tres en Alemania, se configuró un nuevo escenario en el que hasta ahora había sido el eje sobre el que pivotaba toda la política europea. Siempre que había habido una crisis, siempre se pensaba que París y Berlín llegarían a un acuerdo que permitiera continuar avanzando en el proyecto europeo. Sin este acuerdo era imposible alcanzar un consenso paneuropeo más amplio. De hecho, en el otoño- invierno de 2021 se comenzó a entrever que, efectivamente, existía entre Macron y Scholz base para alcanzar convergencias en los enfoques puesto que ambos compartían la idea de profundizar en la unidad europea, si bien todavía entonces tenían alguna discrepancia en relación con la administración de la eurozona sobre la introducción o no de cambios en la gobernanza económica.
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Esta había sido la dinámica, con sus altibajos, hasta el comienzo de la ofensiva rusa en Ucrania en febrero de este año, en la que todas las piezas del puzzle geopolítico europeo, pero no sólo, se comenzaron a mover. De manera muy particular este contexto está siendo especialmente traumático para Alemania. Un país que había forjado en una Oostpolitik orientada a las buenas relaciones con Rusia, que era hegemónico en Europa gracias a su cohesión con Francia y que era respetado por los países del Este a pesar de que eran constantemente sorpasados por Alemania en su relación con Moscú. De hecho, la inauguración del Nord Stream en 2011 cayó como una losa sobre los intereses geopolíticos norteamericanos, aumentaron los recelos de los países del centro y este europeo y terminó de hundir las expectativas ucranianas tras la doble crisis del gas de 2006 y 2009.
Ahora las cosas han cambiado de manera sustantiva. Solo la invasión rusa y la contundente respuesta europea lo han hecho posible. Así Alemania ha puesto en marcha su cambio de rumbo en política exterior y ha iniciado un nuevo cambio de era, la Zeitenwende. Francia, por su parte, también cedía en sus aproximaciones a Moscú ante la evidencia de los acontecimientos. Y ambos convergían en lanzar discursos menos asertivos y más templados que los ofrecidos por otros en el marco europeo. Y esta actitud que en otro momento hubiera sido de agradecer ha hecho que una buena parte de la opinión pública se les haya echado encima como consecuencia de la potencia desgarradora y visceral del marco belicista dominante. Y esta situación ha tenido una doble consecuencia.
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Por un lado, ambos, aunque quizás en mayor medida Alemania, han comenzado a perder su auctoritas entre los países del Este Europeo que, con Polonia a la cabeza, son los que con mayor vehemencia han puesto en marcha iniciativas y posicionamientos poco acordes con el acervo comunitario, pero que en las circunstancias actuales son tolerados por Bruselas. Por otro, el tradicional eje Berlín-París también comenzó a fracturarse. Los desacuerdos en materia de energía, con el difunto Midcat como caballo de batalla, algunas decisiones en materia de política exterior y defensa, como el lanzamiento del escudo anti-misiles liderado por Alemania y del que Francia se mantiene al margen y critica la utilización de equipos norteamericanos e israelíes, son sólo dos ejemplos de desacuerdos recientes.
Y todo ello a pesar de que durante las últimas semanas tanto París como Berlín han conseguido mostrar que todos estos desencuentros no sólo se han encauzado, sino que además, están de acuerdo en denunciar los planes de subsidios estatales estadounidenses que apuestan por un mayor proteccionismo, y en proponer algo similar en el marco europeo. No sabemos si esta vieja fórmula de señalar al “enemigo” exterior en lo económico les funcionará ahora. Pero lo cierto es que estas circunstancias han favorecido que otros Estados miembros estén adquiriendo un mayor peso específico, como es el caso de Polonia que ahora se siente más legitimada para liderar la respuesta europea a la guerra; o como España que ahora tiene una gran oportunidad, que no está desaprovechando, como se ha comprobado con la excepcionalidad ibérica, para adquirir un mayor peso específico en el marco de la UE.
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En todo caso, habrá que estar atentos a los próximos movimientos de unos y de otros, puesto que si bien la alianza franco-alemana no está muerta, sí que se comienzan a observar movimientos tectónicos en el marco europeo, algo que, como casi todo a lo que se enfrenta la UE desde sus orígenes, es siempre una novedad.
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