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Opinión · Otras miradas

Alemania 1942, el mundial nazi que nunca fue

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Partido entre futbolistas ucranianos y militares nazis.

La designación de Catar como país anfitrión de la copa del mundo que se inicia este mismo domingo, añadida a la elección de Rusia como sede del último mundial, pone en evidencia que la FIFA juega un incuestionable papel de carácter geopolítico que, en los casos que acabamos de reseñar, no ha hecho sino reforzar el papel internacional de los Estados que acogen la principal competición futbolística mundial contribuyendo decisivamente a blanquear sus regímenes.

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En este sentido, cabe reconocer que la FIFA sigue con su tradición histórica de ignorar la vulneración de los derechos humanos en el momento de escoger los estados anfitriones del Mundial al añadir el Catar del emir Al Thani a la Rusia de Putin y a una infausta lista que incluye la Italia de Mussolini, la Argentina de Videla o la misma España de Franco, ya que el Mundial que en 1982 acogió el Estado español le fue concedido en plena dictadura franquista. Una relación funesta a la que a punto estuvo de incorporarse la Alemania de Hitler que vio truncado su sueño de convertirse en sede mundialista por el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

De hecho, el Führer había entendido rápidamente el beneficio que para la difusión de su ideología nazi podía comportar la organización de competiciones deportivas de impacto global. Los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, que habían sido concedidos a la capital alemana el año antes del acceso de Hitler al poder, se convirtieron en una buena muestra de ello. No parece una casualidad que fuera en pleno desarrollo de esos mismos Juegos, el 13 de agosto de 1936, tan solo tres días antes de su clausura, cuando la Alemania nazi formalizó su candidatura para acoger el Mundial de fútbol 1942 en el marco del congreso de la FIFA que se celebró ni más ni menos que en Berlín, la ciudad olímpica que ostentaba la capitalidad del Tercer Reich.

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A la candidatura nazi se añadió, poco después, la que también presentó Brasil, que pretendía que la copa del mundo cruzara de nuevo el Atlántico después de dos ediciones disputadas en el Viejo Continente; la de Italia en 1934 y la de Francia en 1938.

Fue precisamente durante una nueva reunión de la FIFA, celebrada el 1938 en París, justo antes del inicio de uno de los mundiales políticamente más tensos de la historia, cuando la federación internacional, encabezada por Jules Rimet, pospuso la elección de la sede mundialista de 1942 a la espera de un nuevo congreso que debía realizarse dos años después en Luxemburgo.

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Entre la cita de París y la de Luxemburgo, Argentina se añadió a la carrera para acoger el Mundial complicando un poco más la decisión que la FIFA debía tomar. A lo largo de 1939, el mismo Jules Rimet visitó las instalaciones de los diferentes países candidatos constatando que la Alemania de Hitler aventajaba de forma clara a sus rivales sudamericanos.

Aún así, el 1 de septiembre de 1939, mientras Rimet visitaba Río de Janeiro, la invasión nazi de Polonia y el estallido de la Segunda Guerra Mundial desvanecieron cualquier posibilidad de que el Tercer Reich hitleriano se convirtiera en sede de la copa del mundo.

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Aunque la FIFA había consentido hasta entonces la anexión nazi de Austria y de los Sudetes de Checoslovaquia, la invasión de Polonia y las dramáticas consecuencias que conllevó provocaron que la federación internacional no pudiera mirar nuevamente hacia otro lado. Así pues, un mes después de este hecho, con Europa ya plenamente implicada en un trágico conflicto bélico, el comité ejecutivo de la FIFA, reunido en Berna, decidió cancelar la reunión de Luxemburgo de 1940 que debía escoger la sede del Mundial. Era su forma oficiosa de suspender la copa del mundo de 1942 como consecuencia de la guerra, una decisión que fue también avalada por la confederación suramericana de fútbol que anunció que posponía las candidaturas de Brasil y de Argentina hasta el final del conflicto bélico.

En un ejercicio de cinismo, el gobierno nazi anunció, en enero de 1941, que a pesar de haber ocupado buena parte de los Estados europeos, como Checoslovaquia, Bélgica, Holanda, Noruega y Dinamarca, Alemania permitiría su participación en el Mundial de 1942 si este terminaba finalmente disputándose.

De hecho, su celebración no había terminado de descartarse del todo y Argentina había formulado una nueva propuesta planteando que Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro compartieran la organización. La evolución de la guerra y la sumisión de gran parte de Europa al yugo nazi terminaron provocando que, el 23 de marzo de 1941, Jules Rimet anunciara oficialmente la cancelación del Mundial. Ni la Alemania nazi sería su sede ni Hitler podría utilizar la participación de su selección y la de las naciones ocupadas de Europa para dar legitimidad a su posición en el escenario internacional.

El hecho de que la FIFA descartara formalmente la celebración de la copa del mundo de fútbol activó la alocada idea de Vladimir Otz, un noble de origen europeo establecido en la Patagonia argentina, que decidió organizar un mundial alternativo en este territorio, situado en los confines de América del Sur. El conde Otz persuadió a las numerosas comunidades que vivían en esta inhóspita región, sobretodo como consecuencia de la construcción de grandes obras de ingeniería, con el objetivo de constituir hasta nueve selecciones nacionales, que fueron las que finalmente se disputaron el triunfo en una insólita competición que, lógicamente, no fue reconocida por las instancias futbolísticas internacionales y que, todavía hoy, tiene una parte muy importante de mito y de leyenda.

Entre las selecciones participantes (al margen de Argentina, Alemania, Inglaterra, Polonia, España, Paraguay, Italia y Francia) destacaba la de la de Patagonia, formada por indígenas mapuches nativos del territorio anfitrión del campeonato y que, finalmente, fue la que se alzó con el triunfo después de vencer en la final al combinado germánico, formada básicamente por ingenieros establecidos en la región.

La selección mapuche de la Patagonia, que se convirtió en un instrumento de reivindicación nacional de esta comunidad, fue una iniciativa del conde Otz que tenía como objetivo despertar el interés por su mundial alternativo entre el público nativo.

La del conde Otz no fue la única iniciativa que intentó dirimir, en aquél año 1942, quién debía heredar el trono futbolístico mundial después del triunfo italiano de 1938. El partido amistoso que, el 20 de septiembre de 1942, disputaron en el estadio Olímpico de Berlín las selecciones de la Alemania nazi y de Suecia ante casi cien mil espectadores ha sido a menudo considerado como una final oficiosa del Mundial cancelado ya que enfrentó a las que estaban consideradas como las dos mejores selecciones europeas de la época.

El partido se disputó en medio de una gran tensión, especialmente por parte de los jugadores germánicos, que tras una sorprendente derrota ante Suiza en un partido jugado el día del cumpleaños de Adolf Hitler fueron advertidos que, en caso de nuevas derrotas, serían enviados a combatir al frente del Este.

A pesar de estas amenazas, el encuentro terminó con una victoria de la neutral Suecia (2-3) que comportó una humillación difícil de digerir por las autoridades alemanas. En consecuencia, poco después del partido, el nazismo decidió suspender los pocos partidos entre selecciones que todavía se disputaban y forzó a los integrantes de su combinado nacional a unirse a las fuerzas armadas.

El de 1942 ha pasado a la historia, pues, como el mundial nazi que nunca fue. La copa del mundo no reanudó su curso hasta 1950 cuando, con la guerra ya terminada, Brasil acogió la cuarta edición del Mundial. Un escenario en el que reapareció la Copa Jules Rimet, el preciado trofeo que había pasado toda la Segunda Guerra Mundial escondido en una caja de zapatos bajo la cama del presidente de la federación italiana y vicepresidente de la FIFA, Ottorino Barassi, evitando así que la simbólica copa cayera en manos de los nazis y estos pudieran utilizarla para su propaganda. La misma infame propaganda que querían hacer con aquel Mundial de Alemania 1942 que nunca llegó a ser.

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