Opinión · Otras miradas
El poder de Walt Disney: hasta el infinito y más allá
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La literatura, las películas y las series de animación destinadas a un público infantil exponen ante los espectadores multitud de sensaciones y reflexiones de todo tipo. Sin embargo, para una parte no pequeña de la población, ese tipo de creaciones culturales son consideradas vulgares o de “segundo nivel”, pues no suponen otra cosa que entretenimiento, especialmente cuando el espectador es mayoritariamente infantil. Sin embargo, ¿realmente son tan inocentes como se cree?
Pues más bien no, debido a que la cultura destinada al público infantil, al igual que la cultura en sus diferentes vertientes, no escapa de la lucha política por los significados. En este sentido, es necesario hacer referencia a una de las figuras más influyentes de todos los tiempos, Walt Disney, pues ha tenido un papel crucial en la infancia de multitud de generaciones en todo el mundo y, además de ser un creador de animación infantil, también fue un delator a sueldo del FBI, pronazi, antisindicalista y anticomunista, tal y como relata Marc Eliot en su libro Disney: el príncipe negro de Hollywood. El ya fallecido productor siempre estuvo influido por ese lado oscuro y, aun a día de hoy, su figura, así como sus películas, series, comics, etc. siguen generando polémica. Basta con echar un vistazo a las redes para comprobarlo.
Los productos de consumo de masas que ha generado la factoría Disney han tenido y tienen a día de hoy un enorme peso en la configuración ideológica de millones de niños y niñas. Un poder que sobrepasa la influencia de cualquier escuela, familia o Estado y, además, con la capacidad de interconectar a un niño de cinco años de Huesca con otro de Abu Dabi. El propio Walt Disney era consciente de su enorme influencia y poderío: “Más gente conoce mi nombre que el de Jesucristo”. La mitificación de la figura de Walt Disney ha llegado a tal extremo que aun a día de hoy hay millones de personas que siguen creyéndose la leyenda popular de que no murió, sino que está criogenizado.
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Como decíamos, desde el nacimiento de la productora, muchas de sus obras han estado plagadas de polémicas, pues tras la apariencia de entretenimiento ha transmitido contenidos que son una extensión de la ideología colonialista, racista y clasista de Estados Unidos. Ya en 1972 las aportaciones de Dorfman y Mattelart en su obra Para leer al Pato Donald, observaron que detrás de las tiras cómicas del Pato Donald se encontraba la “metáfora del pensamiento burgués”, la propaganda del imperialismo cultural estadounidense y el American Way of life.
“Ranitas bebés, algún día serán Uds. ranas grandes que se venderán muy caro en el mercado. Voy a preparar un alimento especial para apresurar su desarrollo” (Pato Donald en Disneylandia, nº 451.)
“Bueno, esto es democracia. Un millonario y un indigente girando en el mismo círculo.” (Donald a Tío Rico al caer ambos en un remolino de agua, Tio Rico, Nº 106)
Los personajes que aparecen en los dibujos animados de Disney están asociados a diferentes estereotipos, roles y conductas que fácilmente podemos reconocer en nuestras sociedades contemporáneas. Es el caso por ejemplo de El Rey León, una de las películas más emotivas y que ha marcado la infancia de millones de niños. Sin embargo, esta película tiene poco de inofensiva, como explica de forma detallada Gemma Solés i Coll, ya que su contenido ideológico está lleno de estereotipos funcionales con los valores hegemónicos de la década de los 90. Encontramos, por ejemplo, estereotipos patriarcales (la representación de la familia tradicional como algo natural), machistas (aunque se dice que las leonas son más fuertes que los leones, en esta película las leonas tienen un papel dependiente y subordinado a los leones, y están desautorizadas para gobernar), homófobos (Scar, el malo, gesticulaba y hablaba conforme al estereotipo que la sociedad asociaba a los homosexuales por aquel entonces) o islamófobos (hay una enorme relación entre la simbología árabe y las escenas que protagoniza Scar, el cual tiene rasgos que se asemejan a líderes del mundo islámico enemigos de Estados Unidos por aquel entonces).
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Uno de los puntos cruciales de la historia de El Rey León se da con la aparición de los personajes Timón y Pumba, dos personajes simpáticos y chistosos que están fuera del sistema, pero a quienes poco les concierne eso. “Si la vida te da la espalda, dale la espalda al mundo” es su filosofía de vida. Los sandungueros cantan una canción llamada Hakuna Matata donde invitan a ser feliz viviendo el presente sin preocupaciones de ningún tipo. No obstante, el origen de “Hakuna Matata” no está en el Rey León, sino en una filosofía de vida proveniente del idioma africano suajili, cuya traducción sería “no hay problema”. Si extrapoláramos las ideas que trasmiten el gracioso suricato y el amoroso jabalí a nuestra realidad social, daría igual ser pobre, parado o trabajar todo el día por un salario que no te permite pagar la hipoteca. La canción, pegajosa y divertida, es un llamamiento a la resignación, al conformismo, a no intervenir políticamente para cambiar una realidad injusta, a ser un “tonto” feliz (algo que está en consonancia con la ideología de la felicidad) que no se cuestiona el orden establecido. Una llamada a la cual se adhiere temporalmente Simba, que no acaba de aceptar la ley natural: gobernar la selva. La transcendencia de la canción y su significado ha sido tal que, aun a día de hoy, a dos años de cumplirse la tercera década de la emisión de esta película, mucha gente sigue llevando tatuajes relacionados con “Hakuna Matata” y es habitual ver en redes sociales frases referentes a esta canción.
El Rey León es una prueba más de que la política no solo se encuentra en el Estado, en los gobiernos o en las instituciones, sino también en la cultura destinada al público más vulnerable, el infantil. Dicha cultura contribuye, en este caso, a la construcción de una moral funcional con la idea de perpetuar un poder inamovible que no admite cambios. De esta manera, vemos cómo una fábula aparentemente apolítica para millones de personas, es un relato conservador lleno de prejuicios y estereotipos contrarios a la igualdad, la tolerancia y la diversidad, en donde la desigualdad y la jerarquía de clases es presentada como algo natural.
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Del mismo modo, en gran parte de las películas Disney (La Cenicienta, El Rey León, Alicia en el país de las maravillas, La Bella Durmiente, La Bella y la Bestia, Aladdín o La Sirenita) encontramos a la monarquía como sistema de gobierno totalmente normalizado. Lo podemos observar de una forma muy clara en la primera escena de El Rey León. En ella, Dios mediante un rayo de luz que se abre de entre las nubes bendice al joven príncipe de la selva, Simba, el cual observa cómo todos los animales de la selva acuden ordenadamente y sin mezclarse entre especies a rendirle pleitesía. La metáfora es aterradora: las mismas especies que sirven de festín para los leones, como las gacelas o las cebras, rinden reverencia a la futura monarquía de los leones. ¿Os imagináis a un desahuciado adorando al banco que la ha expulsado de su casa? ¿A un niño palestino que ha perdido un brazo a causa de los bombardeos del Estado de Israel, adorando a ese mismo Estado fascista y racista? ¿A una anciana que ha perdido a su familia por culpa de la Guerra de Irak venerando al trío de las Azores? ¿A miles de trabajadores nepalíes que han visto como sus compañeros morían por trabajar en condiciones inhumanas para la construcción del Mundial de la Muerte (también conocido como Mundial de Catar) fomentando que Catar siga violando los derechos humanos con la complicidad del fútbol (negocio) que promueve la FIFA? ¿A seis chavales que pueden entrar en prisión por acudir a una manifestación en Zaragoza aplaudiendo la sentencia que dictó un juez franquista? Pues bien, esto es a lo que invita a pensar El Rey León: obediencia ciega, sumisión ante el poder.
Considerar a los productos culturales Disney como mero entretenimiento es una enorme ingenuidad, ya que es palpable que aparte de entretener también educan en determinados valores, formas de entender el mundo y la historia. Desde sus inicios, la cultura Disney ha fomentado entre los espectadores (consumidores) de sus obras valores conservadores e inmovilistas. Un claro ejemplo es la visión de mujer sumisa, dócil y subordinada al varón que durante décadas plasmó Disney en nuestras pantallas. En Aladdín, el papel de Jasmine se reduce a ser objeto de deseo de Aladdín, La Bella Durmiente, por su parte, enseñó a millones de jóvenes que besar a una mujer inconsciente es un acto de heroísmo y no de agresión, y en La Sirenita observamos cómo el papel de la mujer se reduce básicamente a conseguir el amor de un hombre, haciendo una clara apología de la violencia machista (la recurrente frase “calladita estás más guapa”) cuando Úrsula destaca que los hombres prefieren a las mujeres calladas:
“Tienes tu belleza, tu linda cara. Y no debes subestimar la importancia que tiene el lenguaje corporal. Hablando mucho enfadas a los hombres. Se aburren y no dejas buen sabor. Pues les causa más placer. Las chicas que tienen pudor. ¿No crees que estar callada es lo mejor? ¡Vamos! No lograrás tu meta conversando. Escúchame y no te equivocarás. Admirada tú serás si callada siempre estás. Sujeta bien la lengua y triunfarás”.
Por otro lado, si nos centramos en el aspecto de raza, Disney ha estereotipado personajes de forma racial en función de si hacían papeles de buenos o de malos. Un ejemplo de ello es la visión negativa que ha fomentado de las personas árabes mediante la utilización de rasgos estereotipados como ocurre con Jafar, el malo de Aladdín, hecho que también se muestra, como hemos dicho antes, en otras películas como El Rey León. Pero esto no acaba aquí, pues igualmente se ha utilizado un acento u otro también para discriminar por clases sociales. Patricia Digón prestó atención a estos hechos en su artículo El caduco mundo Disney: propuesta de análisis crítico en la escuela. En él se pone de manifiesto cómo, por ejemplo, en el caso de Hercules, la diosa Hera y el dios Zeus hablan con el acento británico de las clases altas, mientras que el malo, Hades, tiene un acento de un joven pobre neoyorquino, utilizando un vocabulario propio de lo que en los países de lengua inglesa llaman street wise y que sería algo así como un “chico de la calle”. Algo parecido ocurre también en El Rey León. Mientras que el rey Mufasa y la reina Zarabi adoptan un acento británico de clase alta, las hienas, que hacen de malas, tienen un acento afroamericano o hispano. Por poner otro ejemplo, en La Sirenita el que hace de “tonto”, Sebastián, tiene un marcado acento cubano, algo que contrasta con el acento más neutro que tienen otros personajes.
Llegados a este punto, queda bastante claro que no es posible disociar un producto cultural (por mucho que se le quite importancia al ser consumido principalmente por un público infantil) de los dispositivos que permiten la construcción de identidades, orientaciones subjetivas, fabricación de consensos y, en definitiva, la normalización de ciertas ideas. Como dice Žižek, “la lucha por la hegemonía ideológico-política es siempre una lucha por la apropiación de aquellos conceptos que son vividos «espontáneamente» como «apolíticos»”. Y en este sentido, la cultura focalizada al público infantil siempre ha jugado un papel crucial en la lucha por definir el funcionamiento del orden social y construir imaginarios colectivos. Es de tal calado y envergadura la influencia de esa llamada cultura infantil en nuestras vidas y en la psique colectiva que, hace unos años, la periodista Daniela Steklov relataba cómo le había afectado el imperio Disney en su infancia:
“Me enseñó a frustrarme, a querer ser la más guapa, a llorar cuando un chico no me quería, a competir con mis amigas, a creer que la clave está en el trabajo duro y explotador, a hablar con mi espejo, a no comer manzanas, a tener miedo en el bosque… me enseñó tantas cosas que me costó mucho esfuerzo desprenderme de ellas y aun hoy me descubro desprendiéndome de algunas de ellas como si de capas de piel se trataran”.
A pesar de todo esto, en la última década Disney y Pixar están cambiando sustancialmente los arquetipos y los roles que venía plasmando desde sus comienzos. Encontramos ahora mujeres que pueden lograr cosas solas sin la necesidad de un hombre que las salve, como es el caso de las hermanas en Frozen, besos entre dos mujeres en la última película de Lighyear (¡la cual ha sido prohibida en 14 países por esa razón!) o una niña negra, Halle Bailey, protagonizando la última película de La Sirenita, algo totalmente impensables décadas atrás. No obstante, lejos de superar el debate en torno a la no utilización de representaciones racistas, clasistas o machistas, la polémica sigue estando muy presente. Los sectores reaccionarios se ofenden y muestran su repulsa siempre que se produce cualquier avance (el divorcio, el aborto, el matrimonio igualitario, la ley “trans”, la ley si es si …) y es indudable que ciertas representaciones en el cine que cuestionan sus retrogradas ideas no iban a ser de su simpatía. El caso es que encontramos todo tipo de argumentaciones para justificar, por ejemplo, la indignación por el color de piel de la nueva sirenita: que si no es fiel al relato original, que si las sirenas no son negras (¡cómo si hubiese blancas!) y un largo etcétera de comentarios cuñados que intentan disfrazar de argumentos validos lo que en realidad es racismo puro y duro. Y lo mismo ocurre con el machismo, el clasismo, la xenofobia, etc. Mientras ellos muestran su ira y animadversión, nosotros cabalgamos.
Pero no nos engañemos, es evidente que la industria Disney no la dirigen defensores de los derechos humanos, feministas, activistas antirracistas o movimientos de clase y que el principal objetivo que tienen es la rentabilidad económica de sus producciones. Vamos, ganar pasta. Pero eso no invalida la importancia de que millones de niños y niñas puedan normalizar en sus pantallas, relaciones que sobrepasen los estrechos marcos de la heterosexualidad normativa y obligatoria, identificarse con heroínas negras o tener como referentes a mujeres que no necesitan casarse para llegar a la completitud. En cierta manera, que Disney haya cambiado sus estereotipos es gracias a la lucha política de colectivos y movimientos sociales que llevan décadas haciendo una labor incalculable y ese cambio cultural no lo podemos olvidar ni regalar al enemigo. Aunque, si quieren un consejo personal, dejen aparcado el mundo Disney y vean con sus hijos la bilogía de dibujos animados Black is Beltza producida por Fermín Muguruza. Seguro que, a la larga, se lo agradecerán.
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