Opinión · Otras miradas
Detrás de la rebelión hay una idea política
Vicepresidenta del Parlament balear y diputada de Unidas Podemos
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En el libro La sociedad abierta y sus enemigos, Karl Popper explica el planteamiento de la famosa paradoja de la tolerancia: "Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia". Con esto, Popper no se refiere a que haya que censurar toda manifestación filosófica intolerante mientras esas ideas puedan ser refutadas y debatidas con argumentos racionales. Sin embargo, contra las expresiones violentas no cabe la tolerancia porque precisamente está en juego la protección de ese mismo valor.
El año pasado, una ola de optimismo se apoderaba de Latinoamérica con las victorias de las izquierdas transformadoras en Chile, Colombia y Brasil. Asistíamos así al despliegue de color y esperanza con emoción, considerando los resultados como esa dádida merecida después de tanto desierto y tanta injusticia. Parecía difícil que se volviera a repetir una irrupción como la del Capitolio de los Estados Unidos en 2021, pero desde Brasil nos han hecho comprender que el asalto a la democracia ya no es una excepción.
Es importante abordar el tema con la profundidad que requiere porque no estamos hablando de hechos aislados ni de actos espontáneos. La no asunción de resultados desfavorables es un modus operandi extendido entre toda la extrema derecha internacional y debemos ser conscientes que no existe nada más peligroso para la preservación de los valores democráticos. Las instituciones deberían poder contar con mayores medidas de protección frente a movimientos como los que hemos visto en estos últimos años.
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No caigamos en la infantilización de la conducta de los asaltantes porque no son precisamente niños jugueteando con la democracia, sino adultos conscientes de la trascendencia de sus actos. No son unos locos enrabietados, son civiles politizados, arropados y alentados por los partidos que utilizan a personas como escudos humanos para la preservación de sus privilegios.
La Historia sirve de espejo ahora para quienes no recuerdan todos los episodios en los que la extrema derecha ha provocado caos en España. Empezando por los carlistas, ese grupúsculo de señores enfadados con el nombramiento de la reina Isabel II. En su empeño de coronar a Carlos III provocaron tres guerras civiles para perderlas todas. También cuando en 1932 los votos en las urnas decidieron un nuevo orden político, el coronel Sanjurjo, ávido de rabia porque las cosas no eran como a él le gustaban, se apresuró a dar un golpe de Estado que duró pocas horas, pero que despertó a sus secuaces. Siguiendo el camino de la frustración mal gestionada, en 1936 Franco provocaba una guerra civil en España para imponer por la fuerza su modelo de país.
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Sin ir más lejos, derecha y extrema derecha llaman constantemente “ilegítimo” al Gobierno progresista actual, como señal de que no han aceptado su derrota en las urnas. Es la idea que permea en la sociedad y que convierte en justicieros a grupos radicales antidemocráticos. Por eso, estoy de acuerdo en, como decía Karl Popper, que hay que ser intolerante con los intolerantes porque una cosa es respetar una idea opuesta y otra cosa es dar alas al fascismo y fomentar su extensión mediante el uso de la violencia. Por eso, ataques como los de Brasil no pueden salir tan baratos.
Detrás de los exaltados hay unas ideas políticas, sostenidas por partidos políticos que forman la base del iceberg. Son ellos quienes tendrían que responder frente a sus dominados asaltantes de congresos y capitolios y, aún más cuando se está poniendo en jaque la estabilidad institucional de todo un país. La responsabilidad política debería llegar a quienes lanzan las ideas que sostienen estos ataques antidemocráticos porque hay líneas causales que no pueden disimularse.
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Se cumple un año desde que fanáticos de la extrema derecha asaltaron el Ayuntamiento de Lorca. El atentado contra la democracia, sea a mayor o menor escala, es el mismo que en EEUU o en Brasil. Vox arropó a los asaltantes en los juzgados. También hace menos de un año, desde que el PP insinuó en rueda de prensa que Sánchez podría querer controlar INDRA para amañar las elecciones. No es secreto que INDRA no hace el recuento sino que centraliza los datos que le llegan de cada mesa, fiscalizados antes por los integrantes de las mesas y los interventores y apoderados de cada partido.
Por afirmaciones falsas como esa, un señor con cabeza de toro podría considerar que tiene derecho a entrar en el Congreso y pegar dos tiros al aire para imponer un resultado que le guste más. Digo cabeza de toro como podría entrar a romper la Democracia con un tricornio, con un periódico o quién sabe si con una toga.
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