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Opinión · Otras miradas

¿Defender a un violador?

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Las constantes declaraciones de mujeres del entorno de Dani Alves que estos días se están difundiendo en todos los medios de comunicación, así como sus perfiles en la prensa rosa, son un ejercicio de irresponsabilidad periodística que está legitimando a los agresores machistas frente a otros hombres con un mensaje muy claro: hagas lo que hagas, siempre tendrás a mujeres disponibles que te quieran y que te defiendan. Un ejercicio tremendamente dañino en un país en donde la violencia sexual contra las mujeres y niñas no deja de aumentar y donde, en virtud de una modificación legislativa, cada día hay más agresores sexuales en la calle. Irresponsable también porque pone el foco de la violencia recibida sobre las propias mujeres y convierte un delito contra nuestra integridad en algo debatible y opinable, según la simpatía hacia el supuesto agresor y la conciencia feminista de quién contradiga sus argumentos.

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Hoy me gustaría recordar que los hombres ya se defienden entre ellos, especialmente, cuánto más poderosos son. Ahí tenemos a Xavi para demostrarlo una vez más y tenemos, sobre todo, el silencio atronador de toda la manada futbolera. No vaya a ser que les sal-pique. ¿Alguien cree que Dani Alves es el único futbolista que ha agredido a una mujer? Santi Mina, Neymar o su idolatrado Pelé... tenemos muchas pruebas y pocas dudas de cómo funciona el star-system futbolístico. Si son hombres los que cometen las agresiones, ¿por qué no preguntan a todos los compañeros futbolistas en las múltiples ruedas de prensa que ofrecen? ¿Por qué no persiguen una y otra vez a los amigos y familiares del mismo sexo que Dani Alves? ¿Por qué no hacen perfiles de sus hombres queridos y nos muestran su Instagram? ¿Quiénes son, de qué trabajan y cómo se conocieron aquellos señores que le quieren y le protegen? Porque es absolutamente absurdo e innecesario. Pero no cuando lo hacen con las mujeres porque así funciona el patriarcado. Tan retorcidamente que convierte a las potenciales víctimas en victimarios.

Por eso, y porque al final hay quien aprovecha la ponzoña mediática para soltar un “al final son más machistas ellas” es imprescindible explicar estos comportamientos recurriendo al concepto de alienación. La alienación es ese proceso por el que un individuo o colectivo transforma su pensamiento para hacerlo contrario a sus intereses naturales. Marx definía la alienación como “contradicción” para referirse a los obreros que defendían los intereses del patrón. Un votante negro de Vox es una persona alienada. Y una mujer que defiende el machismo también lo es. Históricamente, las mujeres hemos estado alienadas ya que el sometimiento y la obediencia a los varones ha condicionado nuestra propia existencia. Los hemos necesitado para tener un trabajo, un hogar, una cuenta bancaria y hasta un nombre, y desgraciadamente así continúa siendo en muchísimos lugares del mundo.

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En nuestras sociedades democráticas la servidumbre hacia los hombres adopta ahora muchos disfraces y el amor es, sin duda, el más versátil. Toda la mitología del amor romántico y del amor materno filial se sostiene sobre la incondicionalidad y abnegación femeninas. No es un amor puro el que hace que la madre de uno de los violadores de Castedefells le diga “no sé cómo hay chicas así” o que la pareja de Dani Alves lo defienda responsabilizando a otras mujeres. Es la lealtad de una mujer a un varón por razón de su sexo. Que en el fondo (o no tan en el fondo) lo que quiere decir es que también hay otro tipo de chicas. Las chicas buenas. Como sus madres. Por eso, cuanto más machistas son los hombres, más se suelen acordar de su santa madre.

El patriarcado ha sido muy hábil a la hora de dividirnos (divide y vencerás) y la división entre putas y santas ha resultado ser de lo más efectiva. La existencia de unas está absolutamente condicionada por la de las otras, y las chicas buenas necesitan a las malas mujeres para definirse. Y, mientras tanto, el pacto social patriarcal podrá proveerse de mujeres fieles e incondicionales a los intereses del hombre cuyo discurso se enfrentará, hasta la saciedad, al de la víctima. Mujeres a las que agasajan con su supuesto amor, su protección y su dinero y el privilegio único de no ser ese tipo de chicas. Temporalmente a salvo. De ellas reciben fidelidad ciega (hasta el punto de perdonar y aceptar sus propias infidelidades), sexo, una familia.

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Pero la alienación también es miedo. Quizá no miedo a ser asesinada o violada (que también) sino el miedo a perder el privilegio de ser elegida por los hombres con poder. A no ser querida ni deseada por ellos. Por eso, a toda mujer que se rebela contra este pacto se le espeta un te vas a quedar sola y a ti nadie te va a aguantar. Por eso el machismo, como herramienta correctora, nos demuestra una y otra vez que rebelarse se paga caro. Con violencia familiar, institucional. Con toda la violencia mediática que estos días está recibiendo una supuesta víctima de agresión sexual. Serás doblemente cuestionada, ninguneada y revictimizada. Tendrás que renunciar, incluso, a una indemnización para ser creída. Para que no digan, a pesar de todo, “se está aprovechando de su dinero”, “solo quiere joderle la vida” y “se lo merecía”. Se lo hacen a una, pero nos advierten a todas.

Cuando descubres la podredumbre del sistema patriarcal y cómo afecta a nuestra integridad y salud sabes que todas estamos en la diana. Hoy en una orilla y mañana en la otra, ninguna está libre de ser sorprendida por un hombre así. Porque están por todas partes, también en nuestras familias. Por eso tenemos que apelar a los medios de comunicación para que dejen de buscar cómplices de los agresores entre las mujeres. Para que dejen de perpetuar la eterna división entre buenas y malas mujeres. Para que aprovechen la ocasión de poner en evidencia a quienes nos dañan, a quienes nos pegan y a quienes nos violan. O lo que es lo mismo: ellos, que se defiendan solos.

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