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Opinión · Otras miradas

Alboroto en el patio chino

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Xulio Ríos

Director del Observatorio de la Política China.

Tras el dictamen de la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya del pasado 12 de julio, contrario a las tesis de China respecto a sus pretendidos derechos históricos en las islas y aguas disputadas del Mar de China meridional, aumentan los signos de inestabilidad en toda su periferia marítima.

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Días atrás, Beijing inició ejercicios militares en el Mar de China oriental con el disparo de decenas de misiles y torpedos. En él participaron aviación naval, submarinos, barcos y tropas de guardacostas. Varias embarcaciones de la Guardia Costera china, algunas armadas, se acercaron a las aguas disputadas de las islas Diaoyutai/Senkaku junto con una flota de más de doscientos barcos pesqueros, provocando la protesta de Japón quien además denunció la presunta instalación de radares en plataformas de exploración de gas usadas con objetivos militares. También la fuerza aérea llevó a cabo entrenamiento de combate real en el espacio aéreo del Mar de China meridional. Fuentes estadounidenses advierten del reforzamiento de los hangares chinos en dichas aguas mientras prosiguen las tareas de recuperación de tierras al mar.

Por su parte, el nuevo Libro Blanco de la Defensa japonés, aprobado el pasado día 2 de agosto, reitera la advertencia sobre la “amenaza china”. Beijing califica estas afirmaciones de exageración interesada, “hostil y engañosa”, concebida únicamente para justificar el fortalecimiento de las capacidades militares niponas y abrir paso a los cambios constitucionales. El reciente nombramiento de Tomomi Inada como ministra de defensa subrayaría esos intentos de avanzar en la reconfiguración del paradigma de seguridad de Japón, apurando la enmienda del compromiso pacifista de Tokio. En China se interpreta el anuncio de la intención de abdicar del emperador Akihito como una expresión de defensa de la Constitución actual y una desautorización de los planes de Shinzo Abe.

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Altos vuelos en la península de Corea

A mayores, el lanzamiento reciente de tres misiles balísticos por parte de Corea del Norte recibió de Beijing una mayor comprensión que en anteriores ocasiones. Pese a suponer una nueva violación de las resoluciones de la ONU, considera la acción una respuesta previsible ante el anuncio efectuado en julio del acuerdo surcoreano-estadounidense para desplegar un escudo antimisiles en la península. Según el memorando firmado, Seúl acogerá una batería del sistema global de defensa antimisiles programado por EEUU lo cual le permitiría mantener su supremacía militar en la región.

Es la protección de Corea del Sur frente a las amenazas del Norte el principal argumento que sustenta esta medida. No obstante, su despliegue desafía los equilibrios de toda la región y traerá consigo contramedidas y la activación de una probable carrera armamentista, de larga gestación en la zona. Por supuesto, en ningún caso cabe imaginar que disuadirá a Pyongyang de sus amenazas.

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En otro orden, Hanoi denunció que hackers chinos violaron recientemente los sistemas informáticos de los principales aeropuertos del país, mientras los presuntos boicots –no reconocidos- al turismo o a las importaciones de Corea del Sur o Filipinas (e incluso Taiwan), alejan cualquier escenario de cordialidad en la diplomacia de vecindad impulsada por Xi Jinping.

Sorprendentemente, las esperanzas de una normalización con Filipinas, promotor de la resolución de la Corte de La Haya, son cada día mayores. El presidente Duterte, elegido en junio, manifestó su interés por abrir negociaciones despachando a Beijing al ex presidente Fidel Ramos. Esto podría descolgarle de la trilateral que lideran EEUU, Japón y Australia para plantar cara a las ambiciones marítimas de China.

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Xi, más contundente

El avivamiento del sentimiento nacionalista y el recurso a medidas de respuesta de diversa índole comercial o cultural como herramienta política generan incertidumbre e inestabilidad en las relaciones con los países vecinos que pueden verse en la tentación de reducir dependencias y obrar con mayor cautela en el plano bilateral. Todo lo cual podría poner en aprietos a Xi Jinping y volverse contra él si el balance resulta finalmente demasiado adverso. Tantos frentes abiertos a la vez podrían ayudar a desviar la atención de los problemas internos y facilitar una estrategia personal de acumulación de poder pero igualmente resultar un fiasco si no alcanza a controlar sus frágiles costuras.

En una visita reciente a la provincia de Zhejiang, el ministro de Defensa Chang Wanquan subrayó la importancia estratégica del mar tanto en lo que afecta al desarrollo como a la seguridad nacional. Las advertencias sobre la gestación de una nueva guerra fría con base en una agenda oculta tras el sistema antimisiles recuerdan que extiende su alcance a China y al Lejano Oriente de Rusia, generando amenazas reales y estratégicas al umbral de China. Tanto Beijing como Moscú expresaron su oposición. En septiembre, China y Rusia realizarán un ejercicio conjunto en el mar de China meridional. Y Beijing ya anunció el envío de submarinos dotados de misiles nucleares al océano Atlántico en respuesta al avance estadounidense con sus sistemas de armas.

A diferencia de la política de vecindad alentada por su antecesor Hu Jintao, Xi sugiere medidas menos condescendientes, por el momento de bajo perfil, como expresión de un endurecimiento de los planteamientos reivindicativos de China. Optando por una política de hechos consumados, reafirmando su condición de intereses centrales e innegociables y eludiendo la búsqueda paciente de compromisos, la cosecha de hostilidad parece inevitable. Ello con independencia de que Washington conspire para influir en determinados posicionamientos. China se lo estaría poniendo fácil.

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