Opinión · Otras miradas
Quemar después de leer: policías infiltrados
Guionista y escritor
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Este artículo se iba a llamar De la necesidad que tiene el Estado de saber lo que están haciendo los anarquistas, pero era un título bastante largo y sin referencia directa a ninguna película, que es a lo que hemos venido a jugar aquí.
El hombre que fue jueves es, quizás, la mejor novela de un hombre que sólo escribía grandes novelas, G.K. Chesterton, y cuenta la historia de un policía infiltrado en un grupo de afinidad anarquista que está formado por policías infiltrados sin que nadie supiera que el resto de miembros del grupo también eran policías infiltrados. Se publicó en 1908, un dato que permite comprobar que la historia de la infiltración en movimientos anarquistas por parte de los diferentes estados viene de largo.
El último episodio de esta larguísima historia ha tenido lugar en València y Catalunya en las últimas semanas cuando, gracias a la labor periodística del periódico La Directa, hemos sabido de casos de infiltraciones policiales en el movimiento libertario catalán y también en espacios del independentismo. Este ataque a los derechos civiles sobre el que aún no se han dado explicaciones de ningún tipo tiene, como digo, una larga tradición cultural en películas y libros, pero casi siempre desde el punto de vista de los infiltrados y nunca (o casi nunca) desde el punto de vista de las comunidades políticas que reciben la infiltración y que, casi por definición, son 'el otro' en todo esto. Un 'otro' casi siempre delictivo – la mafia o diversas formas de terrorismo– y muy pocas veces político.
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Recuerdo tan sólo una película en la que la infiltración está más centrada en el ambiente político en el que se desarrolla. Se trata de Lavorare con Lentezza, una película de Guido Chesa sobre la mítica emisora italiano Radio Alice del movimiento del 77, donde un policía infiltrado en la propia radio y fascinado por todo lo que pasa en ella termina radiando el violento desalojo de la misma y diciendo “los policías deberían trabajar más despacio, sin hacer ningún esfuerzo”, reproduciendo el título de la película y la maravillosa canción contra la explotación laboral de Enzo del Re.
En estos días se ha debatido mucho sobre los límites de la propia práctica de la infiltración en relación a las denuncias por abusos sexuales presentadas por varias mujeres que tuvieron relaciones con uno de los policías infiltrados. Esta cuestión sobre agresión, límite y confianza es el centro de la mayor parte de las películas que hablan de estos asuntos, aunque muy generalmente está enfocada en relaciones entre hombres y casi nunca con mujeres.
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Quizás el ejemplo más elocuente de esta tensión entre lo afectivo y lo policial, cuya catarsis siempre es la violencia, es El Clan de los Irlandeses, dirigida en 1990 por Phil Joanu y protagonizada por Sean Penn, Gary Oldman y Ed Harris en un triangulo de toxicidad masculina que nunca deja de pisar el acelerador. La variante posmoderna de estas cuitas la tenemos en la película de origen Chino Infernal Affairs, de Adnrew Lau, que dio lugar a la oscarizada Infiltrados, de Martín Scorsesse. Una película que iguala la apuesta policial con un joven mafioso infiltrado en la Policía, estrategia que se encuentra fuera de cualquier propuesta del ámbito libertario o independentista. Lo que nos lleva a “Quemar después de leer”.
Quemar Después de Leer es la particular digestión de la doctrina estadounidense de 'guerra contra el terror' tras los atentados de las Torres Gemelas, que llevaron a cabo los hermanos Coen. Los Coen se planteaban la siguiente pregunta: ¿Qué hemos aprendido de todo esto? Y la respuesta elocuente es: absolutamente nada. Pero entre medias, había muerto de forma absurda una cantidad importante de gente inocente. La película describe con sarcasmo negrísimo los efectos de una inercia estatal de hipervigilancia supuestamente experta que carece de toda capacidad para leer el contexto en el que se inserta, las motivaciones del mismo y que responde a memes mediáticos. Algo similar al misterioso y supuesto conjunto de anarquistas italianos que aparece en las notas de prensa de la Policía cuando hay manifestaciones de cierta envergadura.
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A eso se reducen las estrategias del Estado contra el movimiento libertario, a una enorme nada inercial basada en presupuestos políticos de 1808. Y no porque el movimiento libertario o el independentista no tenga buena salud, sino porque su acción política es pública y transparente. Ninguna infiltración evita las movilizaciones del 1º de mayo, ni evitó la toma masiva de un aeropuerto por las sentencias del procés, ni evita la apertura de centros sociales okupados ni consigue detener ninguna acción de desobediencia civil. Nada. Una nada que también era elocuente cuando durante el 15M se infiltró a otro policía en el entorno activista andaluz, en concreto en el de Sevilla. Movimientos fácilmente infiltrables precisamente por su condición de abiertos, públicos e insertos en sus territorios… Democráticos, vaya. Estas prácticas lo único que producen son violaciones de los derechos civiles y políticos de personas que no han cometido delito alguno.
Una pequeña coda audiovisual sobre el Estado vigilante es la primera temporada de la descomunal serie Wild Horses, que protagoniza de nuevo Gary Oldman al frente de un reparto de primer nivel de estrellas inglesas. La producción desarrolla una complicada trama relacionada con lo que pasa cuando el dinero del Estado se centra en una única cosa (en Inglaterra, las comunidades islámicas) y cero en otras cosas (En ese caso, el supremacismo neonazi).
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