Opinión · Otras miradas
China y un año de guerra en Ucrania
Asesor emérito del Observatorio de la Política China
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El consejero Wang Yi anunció en Múnich que China presentará una propuesta política para poner fin a la guerra en Ucrania. Sorprendentemente -o no-, después de tanto urgir la mediación china para lograr la paz, sus palabras pasaron por el tan célebre foro de seguridad sin pena ni gloria. A la ola de escepticismo cáustico -y a la par cargado de mensaje belicista- se sumó la “sospecha” de EEUU de que China, en realidad, estaba ponderando un mayor compromiso con Rusia, que incluiría la prestación de ayuda militar, desplazando así el foco de atención y desautorizando sin miramientos la iniciativa de Beijing. Pocos medios han aludido o destacado el anuncio chino, exaltando, por el contrario, la disposición occidental para llegar “hasta el final” con lo que haga falta.
En el duro y largo año de guerra transcurrido, China ha persistido en una posición alejada de las tesis occidentales, abogando por la defensa de la soberanía y la integridad territorial de todos los países, la defensa de los propósitos y principios de la Carta de la ONU, el tomar en serio las legítimas preocupaciones de seguridad de todos los países y el apoyo a todos los esfuerzos conducentes a una solución pacífica de la crisis.
No suena mal, pero ha servido de bien poco. Frente a la escalada que se avizora en el horizonte, Beijing aboga ahora por explorar una solución política que enmarcaría en la urgente definición para el continente de una arquitectura de seguridad inclusiva.
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Tras numerosos meses sin intentarse nada significativo en el plano diplomático, esta semana, el presidente Xi Jinping hará público un documento de posición que seguramente también sabrá a poco –o directamente a nada- en las cancillerías occidentales. Pero que, por el contrario, podría cosechar más eco de lo imaginado en aquellos otros países que ansían evitar un mayor deterioro de la situación; que no quieren que la guerra se prolongue y se agrave y que, a mayores, no esconden sus reticencias frente al doble rasero aplicado, en este caso, por el mundo desarrollado en relación a muchos otros conflictos bélicos.
En lugar de apostar por una iniciativa en solitario, la complicidad de algunos países (Brasil, India o Sudáfrica, que coinciden con China en los BRICS, quizá más), si llegara a cuajar en alguna fórmula instrumental a modo de diálogo con las partes implicadas, directamente podría sacar los colores a quienes consideran que no hay otra vía que la escalada militar.
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No solo mostraría la creciente influencia china en el orden global asociándola a la búsqueda de la paz, sino que también retrataría el contraste con el escaso interés mostrado por Occidente para resolver el problema por otro cauce que no sea el campo de batalla.
La interpretación china del conflicto parte del supuesto de que es a EEUU a quien interesa seguir con la guerra, de la que estaría obteniendo pingües beneficios económicos, políticos y estratégicos. El provecho que EEUU obtiene incluye un excelente saldo para su sector energético o la industria de defensa, pero, sobre todo, el cierre de filas con sus aliados o el reflote de una OTAN que bien poco tiempo atrás parecía tambalearse.
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La reafirmación de la hegemonía estadounidense sobre Europa, esta vez claramente escorada hacia el Este, cercena de plano el coqueteo con Moscú. La contundencia de ese objetivo se ha explicitado con el gravísimo dinamitado de los gasoductos Nord Stream que entre nosotros se ha recibido con un silencio tan bochornoso que ni siquiera los países más afectados se han atrevido a demandar una investigación de esas denuncias que implicarían a EEUU. Y también puede afectar seriamente los planes chinos para una región clave con la que ansía recomponer los vínculos.
Frente al deterioro imparable de la relación sinoestadounidense, en el año transcurrido, la relación de China con Rusia se ha mantenido esencialmente sin cambios significativos, bajo el paraguas de la que denominan una asociación estratégica integral de coordinación. A la vez, ha mostrado especial cuidado y moderación en su gestión, aunque sin abdicar de su derecho a ejercer cualquier forma de interlocución sin ataduras y sin renunciar a esa exigencia de prestar atención a las “preocupaciones legítimas de seguridad” de Moscú. Beijing se ha esforzado igualmente por mantener abiertos los canales de comunicación con las autoridades de Kiev.
Sobre la guerra en Ucrania ha planeado en estos meses la posibilidad de un escenario similar en Taiwán. China lo ha rechazado por activa y por pasiva. Pero es que, además, el mismo EEUU que advierte a China sobre las consecuencias de proporcionar una hipotética ayuda militar a Rusia, multiplica sin cesar sus envíos de armas a Taipéi: en los últimos tres años, las ventas importaron 21.000 millones de dólares, avivando así el fuego de una confrontación que va camino de sumar una crisis tras otra.
Beijing no va a tolerar la hipotética independencia de jure de Taiwán y la impedirá, si es necesario, por la fuerza. Pero Washington no está dispuesto a tolerar la hipotética unificación de Taiwán con China continental y la impedirá, si es necesario, recurriendo a la fuerza. Esa doble losa constituye una muy seria amenaza sobre la estabilidad y la paz en el Estrecho de Taiwán.
A un año vista, China no ha podido parar la guerra. Tampoco la ha avivado. Su “ambigüedad” parte de una misión que parece imposible ante tanta grieta abierta, que hoy parece difícil de cerrar. China no quiere tener que elegir entre Rusia o Ucrania como tantos otros países también se niegan a tener que elegir entre EEUU o China.
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