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Opinión · Otras miradas

PSOE, tenemos un problema

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El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante un acto que conmemora el Día Internacional de la Mujer, 8M, en el Pabellón de Convenciones de la Casa de Campo, a 4 de marzo de 2023, en Madrid (España). Foto: Ricardo Rubio / Europa Press

Faltan poco menos de tres meses para que se celebren las próximas elecciones municipales y autonómicas. Estos comicios servirán como termómetro previo a las generales para medir la posibilidad de que la derecha y la extrema derecha se hagan con la mayoría absoluta del Congreso de los Diputados. Serán, por lo tanto, trascendentales de cara a las dinámicas que se produzcan en la opinión pública: si el PP se hiciese con gobiernos autonómicos como el valenciano, el balear o el aragonés, instalaría la idea de que se ha producido una ola azul, dándose así un giro conservador en la sociedad española. En cambio, si las izquierdas mantuviesen esos gobiernos, podrían llegar a las generales reforzadas y con serias posibilidades de renovar la mayoría parlamentaria y de gobierno actual. Una situación similar ocurriría con los resultados en las principales ciudades del país.

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Aunque de momento no tenemos un alud de encuestas y estudios que nos muestren grandes tendencias en la mayoría de CCAA y municipios, semana tras semana se está analizando el escenario para las elecciones generales de 2023. Escenario que puede dar pistas de unas elecciones del 28 de mayo que serán interpretadas siguiendo una lógica política puramente estatal. Los estudios más serios, ⎼y aquí cabe descartar la proliferación de sondeos en muchos medios de la derecha, pero también las estimaciones del CIS⎼, señalan que la derecha sería claramente el bloque más votado sobrepasando a la suma de las izquierdas en 3 o 4 puntos de voto. Sin embargo, la ventaja de votos entre bloques no parece suficiente como para que las fuerzas conservadoras puedan asegurar la mayoría absoluta.

En este contexto, las encuestas muestran a día de hoy algunas tendencias más o menos consolidadas: en primer lugar, un PP fortalecido que parece ser el claro ganador situándose sobre un 30% de los votos y con más de 125 diputados; Vox, por su parte, aunque ligeramente a la baja, aguantando con un resultado alrededor del 14% y unos 45 escaños; un UP que resiste con unos resultados similares o sólo ligeramente por debajo de los de 2019; y finalmente un PSOE que podría obtener uno de sus peores resultados históricos en unas elecciones generales. Es esta última tendencia la que me gustaría analizar, ya que se presenta como el factor clave para entender lo que puede pasar de aquí a finales de año.

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Lo primero que debe destacarse es que la mayoría de encuestas sitúan el hipotético resultado del PSOE entre 15 y 20 diputados por debajo del obtenido en 2019 (120 escaños). Esto llevaría a los socialistas al umbral de los 100 escaños y a acercarse a sus peores resultados históricos, ⎼los de 2015 y 2016⎼ con la implosión del sistema bipartidista. Aunque los socialistas parecen estar consolidados alrededor del 26% de voto en la mayoría de estudios, la remontada del PP y el mantenimiento de Vox en un 14%, le impide rentabilizar su segunda posición en voto a nivel de escaños.

El PSOE, además, presenta algunos datos preocupantes que corroboran esa estimación electoral tan baja. El primero es que los votantes socialistas de 2019 se muestran ahora poco movilizados electoralmente: el estudio de 40dB señalaba que los electores socialistas presentan una inclinación por ir a votar más baja incluso que los de Ciudadanos. Además los votantes socialistas son también los que tienen una fidelidad de voto menor. El descenso en fidelidad es debido a dos fenómenos muy preocupantes: el primero es que los socialistas registran una indecisión y abstencionismo equivalente a una quinta parte de sus electores de 2019 (un 20%). Sin embargo, el dato más preocupante para Ferraz es la transferencia directa de voto al PP que ha vuelto a aumentar en los últimos meses. Esta subida provoca un trasvase de voto entre bloques que favorece netamente a la derecha.

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Además, no solo los datos electorales muestran la situación de debilidad del PSOE. Los datos relativos a la valoración de Pedro Sánchez, de la actuación del ejecutivo o de la situación política y de futuro del país, también muestran unos valores negativos que dificultan la remontada electoral de los socialistas. Sánchez se sitúa por debajo de Feijóo en la nota que obtiene, una nota ligeramente superior al 4, y también sus potencialidades como presidenciable se han visto deterioradas. A su vez, los votantes socialistas presentan unas respuestas negativas respecto al gobierno o a la situación política de España que complican cualquier discurso triunfalista desde Moncloa.

Parece evidente, pues, que la impronta que Sánchez llevó al PSOE y que permitió al partido recuperarse del trauma de 2015 y 2016 parece estar agotándose. La refundación del socialismo español que permitió el sanchismo se ha acabado y el relato de un Sánchez anti establishment que derrotó a la burocracia interna del partido e hizo virar al PSOE hacia posiciones más progresistas y de izquierdas ya no resiste otras elecciones.

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Los socialistas, por lo tanto, ya no serán la novedad electoral como fueron en 2019 después del resurgimiento cual Ave Fénix de su secretario general. Ahora mismo acusan una situación de desgaste, desafección, desmovilización y deterioro que impiden convertirse en una opción electoralmente competitiva. Todo esto, además, contrasta con la situación en el espacio del cambio, que tiene a Yolanda Díaz como referente, siendo su liderazgo político el mejor valorado del país, y presentando  además la oportunidad de refundarse coaligando a los diferentes actores de la izquierda transformadora al mismo tiempo que cambia la dinámica política en el bloque progresista.

Ante esto, el PSOE debería volver a pisar el acelerador tal y como hizo tras el varapalo electoral de Andalucía. Contemporizar y no afrontar los grandes problemas que afectan a este país solo servirá para que siga esta tendencia negativa que presenta a nivel electoral. Actuar contra la subida del precio de los alimentos y contra la espiral de incrementos que están sufriendo alquileres e hipotecas, y que afectan directamente a las condiciones de vida de amplias capas de la población, es un imperativo político para el PSOE si quiere hacer lo que cualquier partido político persigue como objetivo fundamental: ganar elecciones. Como también lo es hacer frente con contundencia al escándalo de corrupción que ha estallado en Canarias.

Pero no solo esto. Los socialistas deben mostrar también que creen en la actual mayoría de gobierno. El espacio social y cultural progresista y de izquierdas tiene que percibir que los socios de gobierno se entienden y tienen un proyecto de país conjunto, de lo contrario perderán los incentivos para movilizarse en un momento en que el otro bloque ideológico sí que está cohesionado alrededor de un programa dirigido a desmontar la obra de gobierno actual. Mantener la cohesión interna del ejecutivo también es importante para llegar con opciones a finales del 23.

Los socialistas deben recordar que este gobierno ha sobrevivido a una campaña de descalificaciones aterradora al inicio de la legislatura, a una pandemia que acabó con la vida de millones de personas en todo el planeta y que significó un parón económico global sin precedentes, al estallido de un volcán, y a los efectos de la primera guerra de agresión en suelo europeo desde hace 80 años. Sería políticamente suicida que una falta de ambición en materia redistributiva al final de la legislatura y las dudas sobre el pacto de gobierno actual, evitaran que el PSOE reconectase con su electorado y llegara a las elecciones generales de finales del 2023 con todo el músculo político y social necesario para competirlas.

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