Opinión · Otras miradas
Todos los hijos de Kenneth (Lucifer) Anger
Escritora y periodista
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La transgresión, en cualquier campo, necesita que alguien abra las compuertas. Normalmente el que da el primer golpe suele quedarse en el olvido; es el que tiene que enfangarse hasta la cintura y lidiar con lo más abyecto y eso, de cara a la posteridad, no resulta fotogénico.
El caso del recién fallecido Kenneth Anger (1927-2023) responde, de una manera radical, como todo en él, a esas premisas. Él es el que da el primer golpe, el que limpia el camino, el que abre la puerta trasera para que el resto salga por la principal. Anger, con su obra cinematográfica, teatral y literaria, creó un catálogo de imaginería y temas del que luego fueron cogiendo piezas otros artistas y movimientos. Desde el David Lynch de Blue Velvet (la canción del mismo nombre de Bobby Vinton aparecía en "Scorpio Rising" de Anger) hasta el Scorsese de "Malas calles", pasando por el punk (la mítica foto de Richard Hell enseñando su tatuaje del pecho replica la de Anger mostrando el suyo de Lucifer); todos los grupos góticos de los 80; el Jodorowsky de "Santa Sangre" y algunos desmanes de Diamanda Galás. En España podemos citar los trabajos de nuestro Jesús Franco ("Vampiros Lesbos" le debe mucho) o la etapa más oscura de Alaska y Nacho Canut a lo largo de toda su existencia. O, sí, vale, el cine queer, en cierta forma, aunque él mismo renegara de esa paternidad y habría que darle la razón porque que haya transexuales y escenas hardcore homoeróticas en tus películas no quiere decir pertenezcas al género, pero esto sería largo de debatir y Anger no estaría dispuesto.
En definitiva, desde su segundo plano, su aberrante mundo de ritos paganos, devoción a Thelema y chicos semivestidos de cuero, ha sido uno de los autores más influyentes y desconocidos de la cultura pop del siglo XX. Anger fue un personaje endémico de ese periodo que, como hicieran Warhol, Dalí o su amigo Cocteau, creaba desde la experimentación, abordaba temas del underground, con un claro deseo de llegar a la gran masa. Como ellos, construyó un personaje que no estaba claro si era real o no. Según él había participado en algunas películas de Hollywood cuando era niño y su abuela había sido jefa de vestuario en filmes del cine mudo. Esto último le hacía justificar todos los cotilleos que sabía de la industria y que plasmó en su divertidísimo y escrito con un estilo impecable "Hollywood Babylonia (I y II)". No queda claro si es cierto todo lo que cuenta, pero incluso tomándolo como una obra de ficción, es impecable.
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Con este libro frívolo, podría decirse que desenfadado y, sin duda, con vocación de súper ventas, sufragó parte del rodaje de "Lucifer Rising" (1972), una de sus obras capitales, en las que está más presente que nunca el influjo de su adorado Aleister Crowley. En ella habla, con un optimismo muy sui genéris, de una especie de renacimiento y abandona esa iconografía de moteros musculosos que montan orgías (entre ellos) y los marineros tan Querrelle, que remiten o viceversa a la pasión de su amigo Cocteau. Ese fetichismo compartido hizo que se fuera a vivir una larga temporada a París, donde convivió durante años con Alfred Kinsey (sí, el sexólogo) que le acogió cuando huyó de Estados Unidos, donde su abierta homosexualidad podía ser motivo de cárcel.
De él dijo Scorsese, en el prólogo de la edición especial en DVD de su obra: "La estructura, la forma, el ambiente de estas películas parece que no es inventada, sino que ha sido transmitida por una fuente que resulta estar oculta al resto de todos nosotros". Y no podemos decir que exagere. Una vez muerto, queda la estela de una posible penúltima polémica sobre algo que solo Anger parece conocer a fondo. Se supone, con él todo se supone, que hay un tercer volumen de "Hollywood Babilonia" sobre algún tema escabroso de Frank Sinatra y, lo más importante, secretos sobre la Iglesia de la Cienciología que, según Anger, son tan fuertes que impidieron que alguien se atreviera a publicar el libro.
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