Opinión · Otras miradas
La zancadilla de Silvia Intxaurrondo
Periodista
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Tal vez para detener el galope de Gish baste una zancadilla. Gish gallop, ya saben, es el nombre de la estrategia que Alberto Núñez Feijóo siguió en su debate televisado con Pedro Sánchez. En realidad no es nada muy sofisticado: consiste, simplemente, en mentir como un bellaco, sin parar y sin escrúpulos. La mano que mece la cuna es aquí el siniestro Miguel Ángel Rodríguez, nuestro Steve Bannon castizo.
Pero que no sea sofisticado no quiere decir que no sea difícil, y de ahí la necesidad de contratar a un Miguel Ángel Rodríguez. Todos tenemos, pese a todo, nuestros frenos morales, nuestros escrúpulos, como los tienen los perros, que pueden ser violentos con otro perro, pero, en condiciones normales, nunca muerden a matar, sino solo a marcar. Saltarse esos frenos, ignorarlos, requiere un entrenamiento, un adiestrador. Y ese adiestrador es, para Feijóo, Miguel Ángel Rodríguez. Su 4-4-2, lo del galope de Gish. Pero tal vez, ya digo, baste una zancadilla para detenerlo.
Lo hemos visto con Silvia Intxaurrondo, periodista de Televisión Española, y con Carlos Alsina, locutor de Onda Cero, que hicieron en sendas entrevistas el trabajo que, en el debate televisado, renegaron de hacer Vicente Vallés y Ana Pastor. El galope de Gish es una tromba de bulos, pero quizás no haga falta rebatir cada bulo uno por uno, algo imposible —y de ahí la eficacia de la cosa— en el fragor de una batalla dialéctica. Basta con rebatir uno; uno especialmente sangrante, desmentir el cual funcione como vacuna que genere anticuerpos que operen ya por sí solos. El candidato ha mentido en esto y eso demuestra que es un mentiroso, así que póngase en tela de juicio todo lo demás. No es una cuestión de dato mata relato, cosa que nunca fue cierta. Un dato es, él también, un relato. Y de lo que se trata es de, con él, consolidar un relato: Feijóo es un mentiroso, un sujeto amoral. Instalar un aura turbia en la imagen de Feijóo, motivar una desconfianza automática hacia él.
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Lo sucedido con Silvia Intxaurrondo nos habla también del buen periodismo, que es aquel que se erige, pero se erige de verdad, en el cuarto poder que todo periodismo proclama ser. La profesión se precipita con demasiada frecuencia por la pendiente de convertirse en un mero Speaker’s Corner del Hyde Park, en un micrófono abierto, y no en un contrapeso a los otros poderes (que a su vez tienen el deber de contrapesarlo a él: el periodismo no puede pretender ser una especie de ojo divino, escrutador pero inescrutable, castigador pero incastigable, pero esa es otra historia).
Olga Rodríguez ilustra espléndidamente lo aberrante de este mal periodismo con un titular imaginario: «El rabino del gueto de Varsovia dice que los nazis están masacrando a los judíos. Goebbels dice que miente». Un dice frente a otro dice y la renuncia a un decir propio, que sea el de los hechos rastreados y comprobados. En parte tiene que ver con la precariedad de los tiempos: la equidistancia es más barata; basta para ejercerla con un redactor que, entre cuatro paredes, revise notas de prensa y redes sociales. Comprobar los hechos es más lento, requiere más el outdoors, y por lo tanto es más caro. El fascismo es un tigre de papel que prospera entre la racanería de no querer gastarse el dinero en mecheros.
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En las fuerzas reaccionarias que nos avasallan, toda acusación es una confesión. Tal como, cuando se clama contra las aberrantes parafilias que la izquierda estaría enseñando a nuestros hijos a practicar en los colegios, lo que se hace en realidad es enumerar las de uno, desnudar la sordidez propia, el demonizado sanchismo es en realidad una caracterización de los propósitos propios: una voluntad de conquistar el poder a cualquier precio, de cualquier manera, desprendidos de escrúpulos, con socios siniestros a los que previamente se había dicho que no se iría con ellos ni a heredar. El socio que necesariamente tendrá Feijóo para acceder a la Moncloa, si es que lo consigue (y este articulista cree con firmeza que no lo conseguirá), convoca a sus mítines a partidarios que llevan tatuado un águila imperial con el anagrama de las SS. Y dicho esto, no hay mucho más que decir.
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