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Opinión · Otras miradas

Por ahí y a la izquierda

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Una persona recoge el ticket para solicitar el voto por correo en el Edificio de correos. -GABRIEL LUENGAS Gabriel Luengas / Europa Press

Hasta los ocho años, me crie en un país gobernado por una dictadura militar que nos “educaba” en el orden, el silencio y la obediencia. “Obedeced y seréis recompensados”, me decían primero los Hermanos de la Salle y después quienes gestionaban los retiros del colegio del Opus en el que me tocó estudiar durante la adolescencia.

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A fallback.

Obedeced, obedeced, obedeced.

Será por eso por lo que soy un hombre obediente por defecto. La dictadura de derechas me hizo así, me lo inculcó así. Y mi ADN tiene integrado ese tatuaje que hoy a mis 55 años -quién iba decirme que el tiempo es, a veces, tan lento aliado- ha obrado el milagro.

Ha ocurrido lo siguiente: esta mañana he ido a votar por correo. Llevaba días inquieto, porque ha habido un problema con mis papeles y he tenido que duplicar mi solicitud a mi oficina electoral. Por fin, he llegado a la oficina del pueblo más cercano a mi lugar de residencia temporal y he hecho mi cola. Cuando me he acercado a la ventanilla, un hombre con una coronilla opaca que no ha levantado la cabeza, concentrado en lo que hacía, ha esperado.

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-Hola, buenos días -he saludado- ¿Para votar?

La coronilla no se ha inmutado.

Al cabo de unos segundos, que se me han hecho eternos, porque a mí lo de la autoridad sin rostro me provoca una inseguridad que viene también de donde viene y así me va, la masa de pelo se ha agitado levemente y enseguida ha ladrado, con voz de pocas ganas:

-Por ahí y a la izquierda.

Eso ha dicho. Nada más. “Por ahí y a la izquierda.”

Y yo, que en el fondo sigo siendo el alma obediente que aprendí a ser cuando vivía intentando no ser por temor a que me hicieran desaparecer, he obedecido.

He ido por ahí y he votado a la izquierda.

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