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Opinión · Otras miradas

¿No queríais que fuésemos futboleras?

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La futbolista de la selección española femenina Olga Carmona disputa un balón con la jugadora de la selecciíon inglesa Lauren Hemp en la final de la Copa del Mundo, en Sidney. REUTERS/Carl Recine

A los cracs del fútbol les da mucha pena que se esté hablando del caso de acoso sexual dentro de la Liga de Fútbol Femenina en lugar del fútbol femenino. Y con toda esa pena que les da, nos vienen a decir que mejor hablemos de otra cosa, de regates, penaltis y goles, aunque ni ellos mismos hayan hablado del juego de sus compañeras ni de todas sus reivindicaciones laborales durante años. Los profesionales de las pelotas no acostumbran a hablar de las de sus compañeras, a no ser que estas vengan con una medalla colgada del cuello o con una suspensión por parte de la FIFA del presidente de la RFEF. Lo que importa es el fútbol, nos dicen. Entonces, empecemos hablando de lo que significa ser mujer futbolista en España. Porque las jugadoras profesionales del fútbol español han vivido en la semiprofesionalidad laboral hasta la temporada pasada (2021-2022) cuando la máxima competición del fútbol femenino fue considerada liga profesional (la LPFF) y se creó la Primera División Femenina. Y para ello necesitamos décadas de protestas, gestas deportivas importantísimas, la intermediación del propio gobierno y el empeño de Irene Lozano, al frente del Consejo Superior de Deportes. En el año 2015 la Selección Femenina absoluta acudía por primera vez a un Mundial en su historia (el de Canadá) y la líder de aquel equipo, la gallega Vero Boquete, tuvo que asumir las consecuencias de rebelarse contra la REFF y fue expulsada de la Selección. Ellas se quejaron, pero sus compañeros se callaron. Aquel año, nuestra Selección Femenina fue eliminada y las jugadoras pidieron el cese de Ignacio Quereda, el anterior seleccionador al que tuvieron que soportar durante largos 27 años de vejaciones y de malos tratos. No olvidemos que la historia del patriarcado es también la historia de los hombres mediocres que parasitan nuestros espacios mientras se nos exige triunfar en condiciones de absoluta desigualdad. En el año 2016 explicaba en mi libro No es País para Coños:

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“De las treinta mil mujeres con licencia de fútbol que hay en España (solo un tres por ciento del total de jugadores) únicamente treinta tenían contrato profesional en 2014, pese a jugar en equipos profesionales como Barca, Rayo Vallecano, Athletic de Bilbao o Atlético de Madrid. Los suelos de las jugadoras profesionales de Primera División (la Superliga Femenina) -estas son de las pocas que cobran- rondan los mil euros mensuales para las más afortunadas, menos que los jugadores masculinos de Segunda B”. (…) “Por eso, casi todas las futbolistas de la Roja femenina estudian o trabajan al tiempo que ejercen como jugadoras de la Selección.” ¿Dónde estaban entonces los que ahora piden que se hable del fútbol profesional femenino?

Si la mayoría de las mujeres no conseguíamos identificarnos con el fútbol es porque ese espectáculo que veíamos en los medios y se reproducía en nuestro entorno cercano se regía por unos códigos que nos expulsaban y que representaban la lista entera de todos los males de la masculinidad más garrula. Para las mujeres de mi generación, muchos de nuestros recuerdos del fútbol empiezan dentro de un coche chupando retransmisiones trufadas de anuncios de Cinzano, Marlboro y apuestas entre gritos de hombres histéricos, sentadas en el patio en clase de Educación Física mirando jugar a los niños mientras el profesor nos entretenía con una bolsa de gominolas y una comba, o un domingo de instituto aplaudiendo a los novios desde unas gradas plagadas de adultos que insultaban a adolescentes (y que amenazaban con follarse a sus madres y a sus hermanas). Mi incomodidad manifiesta hacia el fútbol masculino se rebeló en el Mundial de 2010 con el beso robado a Carbonero y acabó de materializarse en 2016 con la vomitiva pancarta que cientos de aficionados del Espanyol portaron en un encuentro contra el Barca y que rezaba “Shakira es de todos”. Todas las agresiones sexuales confirmadas de los últimos años y la nula (o muy tibia) respuesta por parte de eso que llaman “el mundo del fútbol” las viví desde la inquina absoluta al deporte rey. Porque ¿qué dijeron los cracs del fútbol acerca de la violación múltiple del Arandina, que dijeron de Santi Mina o de Dani Alves? Ah sí, a Xavi le sabía muy mal por su amigo.

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El cambio definitivo en la escalada profesionalización del futfem no llegó por el apoyo que le brindaron sus mediáticos y millonarios colegas varones, sino que se produjo gracias a los éxitos de las deportistas y a la retransmisión de los partidos de manera regular. El 5 de septiembre de 2022 la Liga Profesional de Fútbol Femenino anunció la adjudicación de sus derechos de televisión a Dazn y Mediapro por cinco temporadas, no sin polémica. Lo que supuso, de hecho, que por fin podamos ver los partidos de las futbolistas en nuestro televisor y en todo el mundo, algo absolutamente insólito hasta hace solo una temporada. La final del Mundial de futbol femenino fue vista por casi 9 millones de personas en algún momento lo con una cuota de pantalla media del 65,7. El evento fue seguido de forma masiva por hombres y mujeres en todas las franjas de edad, siendo destacadísimo el seguimiento de los menores de entre 4 y 12 años (un 75,1% de cuota) y de los jóvenes de entre 25-44 (un 70,5%). Este hecho y no “el piquito” del que no quieren que hablemos, supone el cambio más grande en la conciencia colectiva acerca del fútbol femenino.

Y es que hasta ahora no solo era difícil ser mujer y futbolista, también lo era ser mujer y aficionada al fútbol. Ya no digamos a un deporte feminizado y considerado minoritario por el simple hecho de estar practicado por mujeres, como la gimnasia. El fútbol no es la gimnasia, pero no seamos ingenuas, cuando toda esta polémica pase las futbolistas volverán a estar invisibilizadas porque la mayor parte de los espacios mediáticos en donde se debería hablar de su trabajo son lugares liderados por hombres machistas en donde reina un compadreo que aún tolera y cuestiona la violencia sexual, tal como nos demostraron hace unos días los contertulios de El Chiringuito. Cuando las feministas hablamos de consumir cosas hechas por mujeres, no solo hablamos de cultura o de productos manufacturados, también nos referimos al deporte, y de la importancia de apoyar y de dar cobertura mediática a las mujeres que intentan hacerse un hueco en un campo plagado de nabos.

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Los hombres del fútbol aún no han entendido lo que es ser mujer y futbolista por eso nos piden que hablemos de fútbol, y nos olvidemos de todo lo demás. Mi admiración absoluta hacia las niñas y mujeres que consiguieron colarse en un territorio absolutamente hostil para practicar su deporte favorito y triunfaron con enorme talento y disciplina, cuando todas sabemos que a cualquier chaval random se le han dado las pelotas y la cobertura familiar y social desde su primera patada. Y a todos esos adultos que aún hoy fomentan la segregación en el fútbol y permiten que las niñas se sigan quedando de espectadoras en el parque y en la cancha, no esperéis que les pasemos la bola cuando nuestras hijas sean los cracs.

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