Opinión · Otras miradas
Insistamos en lo extraordinario
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Alberto San Juan
Actor y socio cooperativista del Teatro del Barrio
Una de las primeras decisiones de la Asamblea de socios de la Cooperativa Cultural Teatro del Barrio, espacio que abrió sus puertas el 3 de diciembre de 2013, fue no dar cabida a actos de partidos políticos. Enseguida nos llamó Miguel Urbán para pedir el espacio para presentar un nuevo partido político. Vaya por dios. Tras debatir largamente la solicitud, se respondió que sí. Podemos se presentaría el 17 de enero de 2014 porque no iba a ser un partido como los demás. Era algo distinto, nuevo. Era la voluntad de descubrir cómo organizarse políticamente en el siglo XXI para luchar por una democracia plena. Era, al fin, la alternativa electoral necesaria para que el movimiento ciudadano que se visibilizó con toda su potencia a partir del 15 de mayo de 2011 pudiera confrontar y construir también desde el ámbito institucional. El parlamento no es nada sin la calle, pero la calle no es suficiente sin el parlamento.
¿Qué han sido los partidos políticos mayoritarios desde hace cuarenta años en España? Organizaciones verticales, muy jerarquizadas, con liderazgos autoritarios y de atribuciones casi ilimitadas, con un pesado aparato burocrático que favorece lealtades basadas en intereses personales, donde las bases no importan más que para pegar carteles y llenar mítines en periodos electorales, y, sobre todo, absolutamente dependientes de los créditos bancarios. Los partidos políticos dominantes en las pasadas décadas han construido una forma de Estado al servicio de los intereses de la minoría social de los grandes propietarios. Así se estableció durante la dictadura franquista y así sigue siendo hoy. Con todas las importantísimas diferencias que se quiera, así sigue siendo hoy.
Podemos no nació como un partido normal. Por eso generó tanta sorpresa, tanta ilusión y -después de una estrategia mediática de acoso y derribo como no conoció seguramente ni el PCE durante la Transición - tanta desconfianza. ¿Ha de convertirse Podemos en un partido normal? Sí, cuando la normalidad sea otra. Hasta hoy, la normalidad de los partidos con más poder tiene un carácter criminal. Literalmente. Algún día se deberían contabilizar las víctimas mortales de las políticas económicas, laborales, energéticas, sanitarias, del PP y el PSOE. No sería una novedad sumarse a esa siniestra normalidad (por eso Ciudadanos nació caducado). Insistamos en lo extraordinario.
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En la próxima asamblea estatal se decidirá cómo se organiza Podemos y cuáles serán las líneas principales de su proyecto político. ¿Se acercará a la normalidad de los partidos aún mayoritarios, aunque ya debilitados, o subirá la apuesta por ser una herramienta extraordinaria para la lucha global trascendental en la que hoy nos jugamos no ya la democracia sino el planeta en su conjunto?
El debate está abierto y hay ideas muy importantes en diálogo: limitar el poder de la cúpula, sustituir la rígida y vieja figura del secretario general por una portavocía coral, ampliar el ámbito de decisión devolviendo a los círculos un lugar central, limitar la acumulación de cargos en una sola persona. Consolidar Unidos Podemos como una fuerza sin techo frente a un Podemos que por sí solo no puede ser alternativa. Poner los sectores estratégicos de la economía, como el energético, bajo control público. Crear una banca pública. Crear un modelo productivo propio y sostenible (la economía española no puede crecer porque no lo tiene; eventualmente, se hincha en las fases especulativas ascendentes del mercado inmobiliario y financiero, hasta que vuelve a reventar). Contribuir al fortalecimiento y extensión de la autoorganización y movilización ciudadana por el cambio. Ser camino claro y nuevo entre la calle y el parlamento. Construir soberanía popular, empezando por la propia organización.
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Necesitamos, tras la próxima asamblea estatal, ver nítidamente lo extraordinario.
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