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Opinión · Otras miradas

Cohabicidio versus consenticidio

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Un gazatí pasa en bici por delante de tres edificios destruidos en Ciudad de Gaza. EFE/ Str

Entre 1915 y 1923 alrededor de un millón y medio de personas armenias fueron aniquiladas en el Imperio Otomano. A pesar de la barbarie no existía entonces un término para expresar aquellos espantosos actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. 

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Fue el jurista Raphael Lemkin quien acuñó el término "genocidio", a partir del sustantivo griego "genos" (raza, pueblo) y del sufijo latino "cide" (matar). Dedicó buena parte de su vida a conseguir que el genocidio fuera considerado un crimen internacional. "Me di cuenta de que el mundo debía adoptar una ley contra ese tipo de asesinatos raciales o religiosos" dejó escrito en su autobiografía en la que hablaba de "crímenes de barbarie". "Cuando una nación es destruida, no es la carga de un barco lo que es destruido, sino una parte sustancial de la humanidad, con toda una herencia espiritual que toda la humanidad comparte" dejó escrito gráficamente. 

Fue precisamente Raphael Lemkin, denunciando los crímenes nazis cometidos, el principal impulsor de la Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio aprobada en 1948 en Naciones Unidas, en la que, por primera vez, se codificó el delito de genocidio. Se trata, además, del primer tratado de derechos humanos que adoptó la Asamblea General de las Naciones Unidas y representó el compromiso de la comunidad internacional para garantizar que las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial no se repitieran nunca más. 

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Conviene al respecto señalar que, conforme al artículo tercero de la convención, serán castigados los actos de genocidio, pero también la instigación directa y pública a cometerlo o la complicidad con el mismo. Son claras también las obligaciones de los estados en virtud de la convención: a no cometerlo, a prevenirlo, a castigarlo o juzgar a las personas acusadas de cometerlo. 

Avanzamos ya en el nuevo año (tal y como terminamos el pasado) marcado por el genocidio, tan insoportable como obsceno y permitido, del pueblo palestino: “una catástrofe humanitaria de proporciones épicas”, en palabras del Alto Comisionado para los Derechos Humanos; “un cementerio de niñas y niños” para UNICEF. El nivel de destrucción que padece Gaza no tiene precedentes, la tragedia humana que se desarrolla ante nuestros ojos es insoportable. “La mitad de la población de Gaza se muere de hambre”, es otro de los titulares de las Agencias de la ONU. No quedan ya palabras para describir la barbarie israelí y la complicidad internacional con algunas excepciones notables. 

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Este año, en concreto el próximo 24 de febrero, se cumplirán dos años de la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia. En el caso del Sáhara Occidental son décadas ya de ocupación y vulneración sistemática de los derechos humanos. Nada se habla del muro de la vergüenza que desde 1980 perpetúa la ocupación marroquí del Sáhara Occidental.  

Imposible no constatar la indignación selectiva de Europa y las notables diferencias con las que la comunidad internacional, y buena parte de los medios de comunicación, abordan unos y otros conflictos, llegando en el caso de Ucrania a defender y apoyar la legítima defensa mediante la entrega masiva de armas y municiones, y al mismo tiempo, obviar, cuando no alentar, el genocidio de todo un pueblo en el caso de Palestina o condenar al ostracismo las legítimas aspiraciones del pueblo saharaui y su legítimo representante el Frente POLISARIO que siempre han apostado por la vía pacífica y la celebración del referéndum de autodeterminación como forma de resolver el último conflicto de colonización en el continente africano. 

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Si algo nos ha enseñado la historia es que nunca tendrán las armas la razón. Ni en Ucrania, ni en Palestina, ni en el Sáhara Occidental ocupado por Marruecos, ni en ningún de los más de 100 conflictos armados que, según datos de la ONU, se mantienen en curso en todo el mundo, con una duración media de más de 30 años y con sus terribles consecuencias a todos los niveles. 

¿Podemos hablar de “cohabicidio” para referirnos a la desgarradora normalidad con la que coexistimos con un genocidio emitido en directo? ¿Es “consenticidiola actitud incomprensible e injustificable de tantos y tantos medios de comunicación que utilizan constantes eufemismos para referirse a lo que está ocurriendo en Palestina? 

Nadie hablará de nosotros cuando estemos muertos decía la famosa película de 1995. Seguramente en el futuro si se hablará de nuestra generación como aquella que lamentablemente coexistió con absoluta normalidad por primera vez con un genocidio emitido en directo, que, además, fue tolerado cuando no alentado por los grandes medios de comunicación. 

Para blindar ese reconocimiento póstumo que seguramente tendremos por parte de las futuras generaciones bien haríamos en iniciar una campaña pública internacional para que Biden, Netanyahu, Putin o el mismo Mohamed VI sean reconocidos con el premio nobel de la paz. Así nadie hablará de nosotras. ¿O sí? 

Dijo Eduardo Galeano que el mundo se divide en indignos e indignados, conviene aclarar de qué lado estamos. 

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