Opinión · Otras miradas
Una mayoría absoluta no cae en un día
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Dicen que Roma no se construyó en un día y a ese conocido aforismo hay que sumarle que una mayoría absoluta tampoco se deconstruye en un día.
Empieza el mes de abril y no es la hora lo único que ha cambiado sino también la posición aparentemente intocable de Ayuso ¿Quiere esto decir que ahora mismo su Gobierno peligra? No. Pero tampoco que esté siendo capaz de esquivar las informaciones que la asedian a ella y a su Ejecutivo. Y esto es bueno tenerlo presente.
La cascada de escándalos relacionados con el clan Ayuso hace difícil seguirle la pista, pero es evidente que la presidenta de la Comunidad de Madrid no pasa por su mejor momento. Mires donde mires le crecen los enanos. Y es que es muy difícil engañar a todo el mundo todo el rato.
A este momento de debilidad, a estas horas bajas, las más bajas de Ayuso, llegamos por una combinación de factores que han hecho mella en dos de sus principales puntales: su pretendida imagen castiza, presentándose como una madrileña más, y su cacareado discurso del esfuerzo, desmoronado con los titulares que desayunamos cada mañana.
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Es incompatible ser una madrileña más y dormir en un pisazo de un millón de euros cuando eres incapaz de ofrecer más que balbuceos ante la pregunta de cómo se ha pagado. Es imposible ser una madrileña más cuando te paseas en un Maserati por las calles de Madrid mientras planeas subir el precio del transporte público. No hay chaqueta de cuero ni gorra de chulapo que oculte lo que ya todo el mundo sabe: Isabel Natividad Díaz Ayuso no es más que otra tipa de Chamberí con contactos que piensa en Madrid como el decorado para sus aventurillas y sus chanchullos y no como la ciudad en la que salir adelante.
Y qué decir de los sermones sobre el esfuerzo, la meritocracia y el trabajo duro. Mientras nos ofrecía una homilía casi diaria acusando a los jóvenes de no querer trabajar, se encargaba de que no quedara nadie de su entorno sin trincar: el padre, la madre, el hermano… y ahora su pareja. Todo aderezado con el perejil de todas las salsas cuando se trata de corrupción en el clan Ayuso: el saqueo de la sanidad pública con la inestimable ayuda de Quirón.
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Muestra de la erosión generada, y seguramente en un intento mal calculado de reducción de daños, es la aparición en escena de Miguel Ángel Rodríguez. Más cómodo entre bambalinas que delante de los focos, se ha visto obligado a reaparecer públicamente (afortunadamente no en coche tras una copiosa cena). Ha intentado llamar la atención con amenazas a medios de comunicación y difusión de bulos pero no lo ha conseguido: Ayuso sigue viendo su imagen deteriorada día a día.
A este cóctel hay que sumar 7.291 dolorosas razones y unos protocolos de la vergüenza que perseguirán a Ayuso y su figura política hasta el final de los días. Una figura política que ha pasado de presentarse como la defensora de la libertad a convertirse en un ser sin empatía ni sensibilidad, que es incapaz de reunirse con las familias de las personas a las que se les negó una muerte digna en las residencias durante la pandemia o que considera oportuno compartir chistes sobre el trágico accidente del puente de Baltimore solamente para atacar al Gobierno de España.
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No nos engañemos, una mayoría absoluta es una fortaleza difícil de atravesar. Pero la de Ayuso ya no parece tan inexpugnable como hace unos meses: se le ven las costuras y van surgiendo grietas por donde seguir ahondando.
Hoy hay menos personas en Madrid orgullosas de decir en público que votaron o que votarán a Ayuso y más gente que cree que es posible tener en la Puerta del Sol un gobierno decente. Ese mix de vergüenza en el voto conservador y cabeza alta en el Madrid transformador es condición necesaria para darle la vuelta a Madrid. Sin autocomplacencia, porque queda mucho por hacer, mucho y desde muchos lugares diferentes, pero con el convencimiento de que lo importante para deshacer la mayoría del Partido Popular en Madrid ya está en marcha.
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