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Opinión · Otras miradas

'Pasión Nails': Rosario Izquierdo y las buenas dependencias

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Portada de 'Pasión Nails', de Rosario Izquierdo (Alianza Editorial)

Dice la escritora y activista argentina val flores que “la escritura feminista opera como técnica de extrañamiento, abriendo huecos, heridas, lapsus, fallas en la historia biográfica, social, cultural y política que archivan las palabras que hablamos y que nos hablan, revelando que en esa materialidad del lenguaje nuestros cuerpos han sido sistemáticamente objeto de inferiorización, borramiento, silenciamiento y aniquilamiento”. Le he dado muchas vueltas a las propuestas subversivas de flores, así en minúscula, desafiando los mandatos mayúsculos de la autoridad masculina, como bell hooks, al releer la última novela de Rosario Izquierdo.

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La cuarta novela de la autora de El hijo zurdo nos vuelve a confirmar que en toda su obra hay un hilo narrativo, y hasta poético, que insiste en demostrarnos, como también dice val flores, que “escribir es una operación política para hacer habitables nuestras vidas, nuestros cuerpos, nuestros deseos”. En su caso, las vidas, los cuerpos y los deseos de mujeres que no suelen estar visibles en los imaginarios del capitalismo de pantallas, ni siquiera en el relato de cierto feminismo aburguesado y elitista. Las mujeres de Rosario Izquierdo son de barrio, están atravesadas por dinámicas de poder que no solo derivan del género sino también de la clase social, y habitan mundos en los que casi siempre es un reto la supervivencia diaria.

Hay en su mirada siempre un compromiso social, pero sin que ello se traduzca en páginas que sermoneen al lector desde un púlpito laico. De la misma manera que tampoco su feminismo obedece a dictámenes ni a dogmas, ni supura teoría aprendida en talleres para privilegiadas, sino que se nutre de la experiencia radical de la conversación, de los malestares y de las esperanzas compartidas. El feminismo, y la escritura también, como uno de esos guisos lentos en los que se entremezclan saberes antiguos y audacias. Entre los caldos, las mujeres leídas por Rosario. No es casualidad que en sus novelas las cocinas habitadas por mujeres sean una especie de laboratorio para el sostén de la vida.

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En Pasión Nails, cuyo título es el nombre de un salón de manicura de barrio al que un día acude la protagonista, sin ser consciente de que esa decisión tan aparentemente inocente será un detonante de temblores y descubrimientos, Izquierdo vuelve a pisar el territorio que mejor domina. El que, entiendo, habla de sí misma, de sus vínculos, de sus fragilidades y también de las que ella detecta y escucha en las mujeres que le han hablado de sus miedos y de sus poderes. Pepa, la “menopáusica temprana” que protagoniza la historia, es la encarnación de muchos de esos cuerpos que no suelen ocupar la atención preferente, ni siquiera en estos tiempos donde pareciera que las mujeres y lo femenino son para algunos, y algunas, una marca que cotiza alto en el mercado de la cultura.

Una protagonista que, además, representa una generación, la de esas españolas a las que les tocó vivir en primera persona una época de transiciones, a las que ya dejaron de servirle los pasaportes patriarcales, si bien todavía carecían de las herramientas necesarias para alumbrar un nuevo orden. En todo caso, no fue poca cosa que ya empezaran a ser mujeres de las que estudiar era toda la honra que sus familias esperaban de ellas. Las que sin embargo siguen sintiendo, como una piedra en la mochila, el síndrome de la impostora. Las que parecen andar de puntillas sobre identidades que por vez primera en la historia empiezan a ser individualizadas.

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Reconocerse en voz alta. Ser capaz de decirlo. Ser escritora. Pepa, y también Rosario, entre Babelia y el Pronto, en un universo donde lo global parece ser Canal Sur. Todo endeble, frágil, huidizo, nómada. La culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi maldita culpa. La fragilidad de la desobediencia. Esa lección que la protagonista, y la misma Rosario (me temo), andan siempre repitiendo en voz baja. Escribir para saber. El arma de las mujeres contra las fantasías masculinas. Le Guin en el altar de la mesilla de noche. La independencia soñada. La autonomía que no puede ser sino interdependencia. El difícil equilibrio entre el amor y el desapego. La revolución por llegar de las madres posesoras. Las leonas que defienden al hijo nenaza maricón.

En Pasión Nails, tal vez con más centralidad que en otras novelas de la autora, está también la familia como ese útero inquieto, enfermizo, en el que se sostienen los vínculos pero también donde se generan los incendios más arrasadores. La familia propia desde afuera. La necesidad de las mujeres de contarse y de contar ese espacio de lo privado como si lo sometieran a una autopsia. La horizontalidad como clave revolucionaria. Ese espacio en el que, en palabras de Santiago Alba Rico, habitan la moral terrestre, los cuerpos, la atención. El salvavidas frente a la ontología del “yo” y del “ya” que hoy nos convierte en narcisos impacientes. Las redes como tejido que ampara. La cocina, pues, como metáfora y trinchera.

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Si bien todas las novelas de Izquierdo sobresalen por sus personajes femeninos y por el lugar muy secundario, desenfocado a veces, que tienen los hombres, los verdaderos protagonistas de la calle, los que en muchos casos acaban moviendo los hilos de las que sufren sustancias tóxicas con tal de sentirse bellas, en esta ocasión, sin embargo, nos regala un retrato agudo y tenso, duro y tierno al mismo tiempo, de una masculinidad en la que tantos hombres nos reconocemos. Además de cómo dibuja a un cierto tipo de hombre que reconocemos en Alberto, el capítulo dedicado a Job es, sin duda, uno de los más hermosos, y por momentos dolorosos, de toda la novela. Un capítulo en el que habla de dioses, de mercado, de capitalismo, de cómo lo personal es político y al revés. El amor (im)posible a lo largo del tiempo, las velocidades distintas, el fulgor apagado y el deseo no usado. Los hombres tan poco dados a escuchar y a contar(nos). Aunque, como bien dice Pepa/Rosario, no todos son iguales. Job no es como los otros, aunque comparta con ellos la ficción de la masculinidad. La necesidad, la urgencia diría yo, de ponernos delante del espejo. Aunque no seamos, como Job, ni violentos, ni ególatras, ni avaros. Aunque su ego sea flexible. Follar, amar. Qué complicado es conjugar a la vez el mismo verbo cuando los tiempos se traducen en agendas diversas, cuando los recibos pesan más que los “te quieros”.

En estos tiempos de tanta frustración entre quienes nos hicimos adultos nutriéndonos de utopías, se agradece que esta novela encierre, por encima de todo, vida, mucha vida. Vida esperanzada. Colores que desafían el blanco y negro. Atrevimiento. Y, claro, como no podía ser de otra manera, desde la ética que atesora Rosario Izquierdo, el poder de la escritura, de la lectura, de la cultura en general, como instrumento de emancipación. Las faltas de ortografía como oportunidad y victoria. La música, el baile y la celebración como formas colectivas, o sea, políticas, de dejar la debilidad en el armario. En este sentido, y si bien es cierto, como dice val flores, que “la escritura no es una zona de conciliación ni reposo ni armonía”, Pasión Nails sí que acaba siendo espacio de armonía en el que “las niñas bailan como si fueran mujeres viejas y las mujeres bailan como niñas sabias”. Los hombres las siguen, austeros y con mucho por desaprender. Con mucha fantasía en sus hombros por desalojar.

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