Opinión · Otras miradas
La perseverancia
Gestor cultural y musicólogo
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Cada vez entro menos a Twitter porque mi cerebro se pone en evidencia. Manifiesta dinámicas de mal talante y adicción con las que no me viene nada bien lidiar. Si no me meto en redes sociales los días son más plácidos, los pensamientos menos intrusivos. Las cosas que me pasan y me afectan, es porque son de verdad y no porque provengan de una especie de no-jaula de grillos brotados.
El lunes de la semana pasada, sin embargo, y aun sabiendo que abrir Twitter iba a suponer perder bastante tiempo, me encontré nada más enganchar con el timeline sugerido por el algoritmo con el discurso de aceptación de su primer premio Tony del actor Jonathan Groff, como protagonista del musical de Stephen Sondheim Merrily we roll along. La pieza se había estrenado en Broadway en 1981 y solo se mantuvo en cartelera dieciséis funciones. Este reprise, cuya preproducción fue supervisada por el propio Sondheim hasta su muerte en 2021, está dirigida por, su primero actriz y luego discípula, Maria Friedman, con quien le unía una sólida amistad. Se estrenó el 19 de septiembre y terminará su ciclo de funciones el 7 de julio, a razón de 8 funciones semanales, lo que supone una total redención neoyorquina. Friedman ha declarado que desearía mucho que Sondheim hubiese podido ver que, por fin, gracias a la perseverancia colectiva, han conseguido que la obra triunfara en Broadway.
Jonathan Groff lloraba, hablaba muy deprisa y gesticulaba mucho, con un papel en la mano del que leía, pero que estaba escrito y compuesto con una cadencia que parecía un recitativo barroco a capella. De aquel primer visionado, todavía en la cama, aquella mañana de un lunes muy lunes, me quedé con una sola frase. Refiriéndose a sus compañeros de reparto Daniel Racliffe y Linsday Méndez dijo: “sois más que amigos (sic.), sois almas gemelas, y espero de verdad vernos a los tres cambiar mucho por el resto de nuestras vidas.” En una sociedad sin espacio para el matiz, donde los argumentos son de brocha gorda, las ideologías pinchan como el gotelé y las identidades y el esencialismo son cerrojos primero y armas arrojadizas después, la celebración de la amistad a través de la posibilidad de cambio me pareció una cosa bellísima con la que no tenía previsto empezar la semana.
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Tan acostumbrados como estamos a consumir y nutrirnos de salseos, zascas y cancelaciones, esta celebración incontenible y desbordante de pura amistad me tuvo gran parte de la mañana procrastinando mientras indagaba en ella. Daniel Radcliffe (Harry Potter), se ha convertido en un intérprete de teatro espléndido y en un ser humano maravilloso a pesar de ser, seguramente, el actor infantil de la historia con más posibilidades de acabar como juguete roto para siempre por la olla a presión en la que estuvo metido el final de su infancia y primera adolescencia. Cuando anunciaron el premio a Groff, que se levantó a recogerlo, abrazó a Friedman y la levantó medio metro del suelo, Radcliffe lo interceptó en el pasillo y se encaramó a él con una vehemencia que jamás había visto en una gala de premios. Minutos antes, cuando él mismo había recibido su también primer Tony como secundario de la obra, les dijo a sus dos colegas: “en esta obra no tengo que actuar porque con miraros a los ojos siento todo lo que tengo que sentir para hacer mi personaje.” Lindsay Méndez, a pesar de estar nominada, no consiguió el que hubiese sido su segundo Tony (el primero por Carrusel en 2018), pero celebró los premios de sus dos compañeros con una contenida emoción y numerosas lágrimas desde su butaca. Seguramente haya sido durante estos dos años de ensayos y representaciones el punto de equilibrio y sensatez para el bromance descontrolado que mantienen Groff y Radcliffe
En mitad de todo el fango al que estamos sometidos, día y noche, sin cesar, una historia de amistad consiguió despejar mi mente de Begoñas Gómeces, Oscars Puentes, del auge de la ultraderecha en el Europarlamento, de las guerras fraticidas de las IA (izquierdas artificiales) españolas, de la conjura de los necios de Ayuso, Feijóo, Milei, Meloni, Orban y Trump y del genocidio inconcebible, innombrable y ominoso de Gaza. Y pensé que solo la amistad de verdad nos puede intentar salvar del estercolero de mundo en el que estamos viviendo.
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La amistad no es uniforme ni constante como concepto: es un heterodoxo invernadero en el que cada planta, cada amigue/amiga/amigo, requiere de unos cuidados, de una luz, de una humedad, de una cantidad de agua, de una dosis abono. La amistad requiere de generosidad, de atención, de escucha, de entrega, de espacio y de administración de los tiempos. Pero, al contrario que con el cuidado de las plantas, la amistad solo es capaz de germinar cuando la otra planta también está al cuidado de la planta rara y seguramente difícil que representas tú para la otra persona. En un mundo en el que nada dura, en el que todo se scrollea hacia abajo y en el que la obsolescencia programada se aplica hasta a lo sentimental; mientras conseguimos sanarnos de los arañazos de la heteronorma y de los moratones del amor romántico; solo la perseverancia nos hará conservar en nuestra heredad amigos con los que tener relaciones que signifiquen algo y, como dijo Groff, vernos los unos a los otros cambiar durante el resto de nuestra vida.
De una manera extraña siento, en mitad de tantas decepciones, de tantos corsés que la vida te va imponiendo, que la amistad es la única forma de mantener cierta adolescencia mental, por la constante sensación de ensanchamiento y posibilidad que ofrece, cuando es real. Y no deja de ser contradictorio que cuando éramos adolescentes tuviéramos que tener amistades postizas y convencionales y que ahora que somos adultos –ya tirando a maduros– podemos establecer amistades con ese componente elástico y prometedor.
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Groff también agradeció en su discurso a todas las personas del equipo artístico del musical Spring Awakening, de 2006, del que fue protagonista cuando tenía 21 años y con el que consiguió su primera nominación al Tony (casi veinte años perseverando en conseguir esta distinción). Dijo que lo que vivió en esa producción, siendo un chico que venía de un entorno rural y conservador, le hizo poder salir del armario y, por lo tanto, cambiar para siempre el rumbo de su vida personal y profesional. Un musical que, de hecho, dejó en la cima de su éxito también por amistad, cuando su co-protagonista Lea Michele le dijo que no podía con la carga emocional de seguir muriendo cada noche en escena. Groff prefirió irse con ella y dejar que otra pareja protagonizara el show.
Spring Awakening es un musical basado en una obra alemana del siglo XIX de Frank Wedekind y adaptada al siglo XXI por el poeta Steven Sater. En ella se habla precisamente de todos los conflictos posibles que atraviesan las personas que se convierten en adultos (masturbación, despertar sexual, homosexualidad, ansiedad, depresión, abusos sexuales y de poder) y de cómo las relaciones emocionales y sexuales de los adolescentes, si no están mediadas por el conocimiento y el otorgamiento de responsabilidad pueden acabar en tragedia. Estamos en un momento en el que se nos está queriendo vender el relato de que la juventud es mayormente reaccionaria. Pienso que es mentira: es solo un discurso propagandístico que pretende hacer metástasis de sí mismo. Traer al imaginario colectivo una obra que defiende el conocimiento como única herramienta vital útil para convertirse en adulto me parece la forma más esencial de antifascismo, porque como decía Kate Millet en Política Sexual, a cada conquista contra el patriarcado le viene su oleada de reacción conservadora. Y no creo que haga falta decir que justo en una de esas estamos.
Hija acrítica de la ola reaccionaria que surfeamos, J.K. Rowling, la autora multimillonaria de Harry Potter, enferma de odio e irracionalidad contra la existencia de las personas trans, recriminó públicamente a Daniel Radcliffe posicionarse a favor de ellas. Radcliffe lleva diez años colaborando con la fundación The Trevor Project, que atiende a juventud LGTBIQ+ para la prevención del suicidio, y en los últimos meses ha tenido que responder abiertamente a la autora que ahora reniega del actor que encarnó a su protagonista. Primero, defendiendo categóricamente en un comunicado que las mujeres trans son mujeres y posteriormente en una entrevista, dando la cara por todos los miembros de la saga que no comulgan con la espiral de odio de la autora y empatizando con todos los fans de la comunidad LGTBIQ+ que han visto cómo se les expulsaba de un mundo imaginario que sentían que les pertenecía, antes del delirio tránsfobo se manifestase en Rowling.
Tengo el firme convencimiento de que la ola reaccionaria tiene su origen en la aparición del puritanismo y aspiración totalizante de los movimientos de igualdad de género y diversidad queer cuando estuvimos en nuestra cima de aceptación y popularidad. El exceso de celo y rigidez ha sido utilizado por la carcundia y le han dado la vuelta como a un calcetín. Me gusta pensar en el star-system como en una válvula de escape, no como en un menú de modelos completos a seguir. Un poco como en las Metamorfosis de Ovidio, me interesa retener de los famosos (como personajes de una nueva mitología) fragmentos concretos, episodios, momentos estelares para transitar la actualidad y mi realidad, pero no quiero ni aspiro a estar al tanto de todo su sistema de valores ni les exijo coherencia constante.
A mí, la amistad de estos tres me ha hecho querer celebrar las mías. Supongo que el ingrediente principal de la amistad es la empatía y su mejor herramienta la perseverancia. Lo que a estas alturas de mi vida sí tengo claro es que mis amigos son el verdadero amor de mi vida y que es un amor que, como en la canción de Lhasa de Sela, llegó y nunca se fue.
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